Por Carlos A. Vicente, GRAIN y Acción por la Biodiverisdad
América Latina, abril de 2013 (Biodiversidad en América Latina y el Caribe).-La magnitud de la crisis climática que estamos enfrentando exige que se comiencen a tomar medidas de manera urgente. Ya no existen dudas, el cambio climático está con nosotros: el aumento de la temperatura y los fenómenos climáticos extremos son dos características de esa crisis, que en todo el mundo estamos pudiendo palpar de manera cotidiana.
El análisis de las catástrofes que se han vivido en las ciudades de La Plata y Buenos Aires ha tenido diferentes abordajes y todos han aportado a comprender lo que habría que hacer y lo que falta: la urbanización siguiendo lógicas exclusivas de lucro y ganancia, la falta de planificación, la inexistencia de obras de infraestructura, la desidia, el desinterés y la inacción absolutas como lógica política de las autoridades han sido parte del rompecabezas que nos permite tener una visión de conjunto, y ojalá, poder enfrentar en mejores condiciones próximos avatares.
Sin embargo, el vínculo entre el modelo agrícola industrial y la crisis climática no ha sido lo suficientemente analizado y comprendido a pesar de estar ampliamente demostrado. Y de cara a un futuro difícil en términos climáticos, es fundamental poder comprender las implicancias que este avance de la agricultura industrial tiene y como opera en términos climáticos y de territorios.
Hay cuatro cuestiones básicas que ligan a la agricultura industrial con el cambio climático y las inundaciones que se producen en las ciudades, y es conveniente echar una mirada sobre cada una para comprender integralmente la problemática.
Una de ellas es el vínculo directo de la agricultura industrial con el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Las investigaciones que hemos realizado desde GRAIN (1) nos permiten confirmar que, al menos, entre el 44 y el 57 % de las emisiones de gases de efecto invernadero se producen como consecuencia de la cadena productiva de la agricultura industrial (cultivo agroindustrial, producción de insumos, transporte global, refrigeración, cambio de uso de suelos, ganadería industrial, residuos). Una cifra de tal magnitud obliga a no mirar para otro lado, justo con un modelo agrícola, que además, ni siquiera cumple con el objetivo que debiera tener: alimentar a la humanidad.
La segunda se fundamenta en que, además de los efectos vinculados a la emisión de gases de efecto invernadero, los suelos vivos y su estructura tienen la capacidad de actuar como una “esponja” que retiene el agua y la pone a disposición de los vegetales evitando su flujo descontrolado. La destrucción de los mismos por la agricultura industrial elimina su capacidad de absorber y retener agua y facilita que el agua se desplace hacia las zonas urbanas produciendo inundaciones.
La tercera se vincula directamente con la deforestación ligada al avance de la frontera agrícola. En este caso se suma a los gases de efecto invernadero emitidos por la destrucción de bosques, la destrucción de su rol equilibrante de los flujos hídricos y del ciclo del agua. La reciente publicación de cifras oficiales que hablan de la destrucción de más de dos millones y medio de hectáreas de bosques nativos en la última década es más que elocuente (2).
Y por último, la indudable expulsión de población rural que el agronegocio produce es la principal fuente de crecimiento urbano no planificado y con ausencia de las mínimas condiciones de infraestructura. Esta población desplazada pasa de ser víctima del modelo agroindustrial a convertirse en víctima urbana de su crecimiento. Este complemento social a la crisis climática demuestra la necesidad de que estas cuestiones sean abordadas de manera integral (desde una perspectiva socio ambiental) y no de la manera fragmentada con las que las políticas públicas lo han hecho hasta el presente.
Tal como lo mencionábamos al comienzo, la crisis climática ya está con nosotros y deberemos convivir con sus consecuencias. Pero, en la actualidad, es esencial que tomemos medidas urgentes para que evitemos que nuestro país y nuestras ciudades se conviertan en espacios irreversiblemente –pues ya lo son demasiado- hostiles para la vida.
La comunidad científica junto a campesinos de todo el mundo ya ha avanzado en el desarrollo de un modelo agrícola que, sobre la base de prácticas agroecológicas, responde a las necesidades actuales de frenar la emisión de gases de efecto invernadero, cuidando y alimentando los suelos, produciendo en armonía con los ecosistemas y generando instancias productivas rurales en las que los trabajadores rurales y el trabajo rural son necesarios y valorados. Y con el beneficio adicional -y eje central de la agricultura- de brindar la posibilidad de producir alimentos de calidad para todos.
Lo que hoy es necesario es que, a quienes les cabe la responsabilidad, den los pasos políticos y enfrenten los intereses y poderes corporativos involucrados, para que este camino comience a ser una respuesta masiva.
Notas
1- Alimentos y cambio climático: el eslabón olvidado, GRAIN
2- El árbol y el bosque, Darío Aranda