Por Julio Saquero Lois
Trelew, 8 de mayo de 2012.- En la madrugada del 22 de agosto de 1972, 19 integrantes de las organizaciones revolucionarias Fuerzas Armadas Peronistas, Ejército Revolucionario del Pueblo y Montoneros, fueron fusilados en calabozos y corredores de la Base de la Marina, Almirante Zar de Trelew.
Una semana antes habían fugado del Penal de Rawson pero no llegaron a tiempo para abordar un avión en el viejo aeropuerto de Trelew y se rindieron. Tres de ellos sobrevivieron. La marina dijo que intentaron una nueva fuga. Pero el testimonio de los sobrevivientes y de otros testigos es concluyente: se trató de un fusilamiento.
Día 7
SEGUNDA PARTE: La Audiencia inaugural
Aquí ya no ingresan banderas y pancartas. Los jóvenes militantes ya no podrán lanzar consignas, ni iniciar cánticos. El recinto está custodiado por Prefectura Naval y la policía de la provincia registra a cada ingresante. El salón del Cine-teatro José Hernández de Rawson, acondicionado para funcionar como sala para la celebración de las audiencias del Tribunal Oral Federal, integrado por Enrique Guanziroli, Pedro de Diego y Nora Cabrera de Monella, está repleto. Se estima en 500 las personas que presencian el inicio del juicio por la masacre de 1972 en la Base Almirante Zar de Trelew. El Presidente del tribunal se dirige al público fijando las reglas de juego: silencio, compostura, respeto. Se deberán apagar los celulares. Hay permiso para que los menores estén presentes bajo responsabilidad de los adultos que los acompañan. Los acusados, de perfil o de espaldas al público, son asediados por los fotógrafos. Uno de ellos, que después reconoceremos como el cabo Marandino (boina, chaleco rojo, bombachas de campo), se oculta a medias tras el cortinado negro que enmarca el escenario.
El Teatro que se va a utilizar como sede del Juicio, está a unos mil metros del Penal desde el que los detenidos políticos iniciaron la fuga. Dos horas antes del inicio de la audiencia, se abrieron los cerrojos de la prisión y familiares de los fusilados, prisioneros sobrevivientes, referentes de organismos de Derechos Humanos, militantes de diferentes agrupaciones populares y periodistas, hemos recorrido largos pasillos enrejados, atravesado patios, adivinado rostros de prisioneros en ventanas semiclausuradas. Se vivieron momentos de intensa emoción cuando en el gran gimnasio del penal los familiares recordaron desde el micrófono, a sus seres queridos. El énfasis puesto en evidencia por las nuevas autoridades del Servicio Penitenciario Federal, acerca de las condiciones de rehabilitación de los detenidos y del respeto irrestricto por los derechos humanos y reiterado por varios funcionarios, entre los que se encontraba el Gobernador de la Provincia del Chubut y el Secretario Nacional de Justicia y Derechos Humanos, que reemplaza al recientemente fallecido Eduardo Duhalde, no alcanza a disipar el ambiente sombrío y preñado de sufrimientos del panóptico, construido al borde del mar y en una situación de aislamiento geográfico, que en el 72 hacía inimaginable un intento de fuga.
Pienso en otros penales que a fines del siglo XIX o antes, se construyeron desde la misma perspectiva: “lasciati omni speranza o voi chi entrate”, pierdan toda esperanza quienes ingresan aquí, está escrito en la puerta de ingreso al infierno imaginado por Dante Alighieri. Y parecería que ese fue el registro del arquitecto que diseñó este espacio de encierro y castigo. Vuelven a mi mente imágenes del Penal de Punta Carretas, sobre el mar, en Montevideo, donde también en la década del 70, militantes políticos revolucionarios del Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros, imaginaron otra fuga: de allí lograron huír 150 prisioneros a través de un túnel. Ese penal emblemático, donde miles de orientales fueron detenidos y torturados, es hoy, un rutilante shopping.
En el inicio, se instala la demanda del Dr. Gualpa, abogado querellante de Alicia Bonet e Hilda de Toschi, a los Jueces, para que ambas puedan ingresar a la Sala, ya que la guardia no les permite entrar por su carácter de testigos. Finalmente podrán hacerlo en esta primera sesión, ya que solamente se leerá la acusación de la Fiscalía. Y allí están las dos mujeres, Alicia e Hilda, firmes, inclaudicables, al flanco de los jueces, detrás de sus abogados, ocupando el centro de la escena donde se juega el último episodio de ese calvario que han vivido durante 40 años. Ellas, en representación de todos los familiares y sobrevivientes, por primera vez, frente a los marinos acusados de haber fusilado a sus esposos, demandando con su presencia, memoria, verdad, justicia.
Nadie sabrá qué piensan en verdad, hoy, esos hombres de pelo blanco, ancianos, que apenas se mueven en sus asientos, acusados por la voz clara y por momentos monótona, del Oficial de Justicia, que enumera los crímenes cometidos por cada uno de ellos cuando fusilaron a los 19 prisioneros en la Base Almirante Zar la madrugada del 22 de agosto de 1972. Signos de arrepentimiento no expresó en absoluto Sosa, cuando preguntado por el Juez Guanziroli, acerca de su profesión, con voz firme, con orgullo, como desafiando a todos los presentes en el Teatro, respondió: ¡“Oficial de la Marina de Guerra”!
Y la lectura de la acusación seguirá interminable, reiterativa, durante toda la jornada, consternando a los presentes, sumiéndonos en una angustia indecible, hermanándonos con quienes en todos los juicios por crímenes contra la humanidad a lo largo de la historia, debieron internarse en los más negros sumideros de la maldad humana, único lugar desde donde al volver, ya no se es el mismo y se puede testimoniar de lo descubierto en la esperanza de cambiar la historia y no volver a repetir nunca más tales crímenes contra la dignidad humana. Fusilamiento, tiros de gracia, no asistencia a los heridos –enfatizado como tortura por Carolina Varsky, querellante de las familias de los fusilados- , crímenes de lesa humanidad, en calificación de la Fiscalía. Pero no hay margen para la distracción: los detalles de la masacre que se van instalando con nitidez en el auditorio nos conmueven una y otra vez. “Después de ser baleados y ya dentro de sus celdas, Mario Delfino y Alberto Camps fueron obligados a levantarse. Les dijeron que debían responder a un interrogatorio. Se negaron. Entonces les pegaron un tiro de gracia”. Y seguirán enumerándose parte de las acusaciones que integran los 400 cuerpos, de 200 fojas cada una, de la causa.
Los marinos Luis Sosa, Carlos Amadeo Marandino y Emilio Del Real están acusados de ser los ejecutores de la masacre. Jorge Enrique Paccagnini de cómplice, partícipe necesario, ya que era jefe de la Base Almirante Zar. Y Bautista, de encubrimiento, ya que fue quien investigó e hizo los sumarios a los ex marinos tras la ejecución. No están presentes en esta etapa del juicio, por razones de salud Horacio Alberto Mayorga, ni el ex teniente Roberto Bravo, prófugo en Estados Unidos, país que se niega a conceder su extradición por sus vínculos con la CIA.
Hacia el final de esta primera audiencia, la Fiscalía solicitó que cuatro de los imputados sean detenidos inmediatamente y llevados a una cárcel común “para resguardar su propia seguridad y su presencia en el Juicio”, lo que derivó en un incontenible aplauso de aprobación por parte del público asistente. Pero el pedido fue rechazado por el Tribunal, ya que los acusados, “no demostraron hasta el presente intención de fuga u otra conducta adversa al Juicio”.
Y los marinos, poco después se irán, en libertad, abandonando la ciudad.
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