Por Jesús Carrión y Marc Gavaldà
18 de noviembre (Observatorio Petrolero Sur).- Hoy en día se nos presenta en el Estado español la internacionalización de la economía como un éxito por el que tendríamos que estar satisfechos. El hecho que nuestras empresas sean multinacionales y estén, por lo tanto, presentes en incontables países debe repercutir de manera positiva en nuestro día a día y en el de los habitantes de los países donde se instalan. Más aun si estas empresas tienen prácticas socialmente responsables, tal y como señalan en sus informes anuales y su publicidad omnipresente. No obstante, un examen de sus actividades en otros países lanza inmediatamente datos sobre conflictos sociales y ambientales, cuya gravedad se incrementa cuando se apunta a las industrias extractivas, tal y como pasa con Repsol YPF.
Si consideramos a las empresas transnacionales de forma general, resulta innegable que su poder económico, en muchos casos, ha sobrepasado en magnitud al poder de algunos estados. De hecho, se han convertido en actores de primer orden en el mundo, no sólo en el ámbito económico, sino también político. Su influencia y sus decisiones afectan directamente a nuestras vidas, sin que tengamos una capacidad real de ejercer control sobre ellas.
Para garantizar e incrementar este poder, las empresas buscan nuevas formas al objeto de evitar regulaciones que limiten su capacidad de hacer negocios e incrementar sus beneficios. Eso puede pasar por evitar que consumidores y trabajadores no detecten los impactos reales sociales y ambientales que está provocando el normal desarrollo de su actividad. Se muestran como actores con capacidad para hallar soluciones a los problemas que provocan ellas mismas. Soluciones que no pasarán por plantear cambios estructurales, sino todo lo contrario, serán nuevas oportunidades de negocio. Y van incorporando la idea de que ciertas funciones públicas, para su cumplimiento óptimo, es mejor que pasen a ser desarrolladas por el capital privado.
La nueva receta milagrosa que da respuesta a todas estas cuestiones funciona hace unos años, y se llama responsabilidad social corporativa (RSC). Cuando decimos hace unos años, no hace tantos, ya que la primera memoria social fue presentada en 1989 por Ben and Jerry’s, y la primera gran empresa en presentar la suya fue la Shell.
Partiendo de la base que el objetivo principal de una empresa es la maximización de sus beneficios, nos surgen las siguientes preguntas sobre la RSC:
¿Es la RSC una nueva herramienta del «management empresarial», diseñada desde departamentos de marketing y relaciones públicas de las empresas, para dotarlas de una apariencia de responsabilidad ante la sociedad que le permita incrementar su reputación y la de sus marcas y productos?
¿Ayuda la RSC a las empresas a desviar la atención de la sociedad de la raíz de los grandes problemas (cambio climático, desequilibrios sociales, etc.)? ¿Llevarían a cabo RSC las empresas si no les fuera rentable y no generara ningún tipo de valor añadido para la compañía?
En definitiva, en el actual sistema económico, ¿puede ser socialmente responsable una empresa transnacional?
Para dar respuesta a todas estas preguntas, creímos conveniente, con el equipo de Àgora Nord Sud, estudiar el discurso teórico del concepto de la RSC y ver cómo, en la práctica, era aplicado por una de las empresas líderes en el Estado español, la transnacional REPSOL YPF, para acabar averiguando si REPSOL YPF puede ser socialmente responsable de verdad.
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