Por Mariano Pacheco.
Buenos Aires, 30 de marzo de 2011 (Prensa de Frente).- Cuando en 1979 Siglo XXI editores publicó Cuerpo a cuerpo, de David Viñas, prácticamente no tuvo ningún lector ni comentarista local. Tal vez, después de algunos años, algunos lectores se toparon con el libro, aunque no está de más recordar que éste no ha sido de los más difundidos del autor. Más bien todo lo contrario: podría decirse que Cuerpo a cuerpo es uno de los grandes textos olvidados de la literatura argentina.
Impresa en México D.F, escrita en el largo exilio, esta novela no trata, sin embargo, sobre el exilio. Tal como puede leerse en la contratapa de la primera edición, esta novela surge, eso sí, de la pasión, del horror, de la ira del exilio. Es un intento desesperado por dar cuenta de un tiempo desgarrado por el sin tiempo que se vive en los campos clandestinos de detención-exterminio que, desde el 24 de marzo de 1976, funcionan sistemáticamente en el país.
Tal vez podamos pensar Cuerpo a Cuerpo como una novela post-sartreana. Y esto, en un doble sentido. Por un lado, porque se encuentra un paso más allá de las “retotalizaciones” del Jean Paul Sartre de la Crítica de la razón dialéctica –a las que el propio Viñas adscribió durante años–, ya que la construcción formal de este texto se caracteriza por los fragmentos constitutivos de cada parte y por los nuevos sentidos que adquieren a partir de lo que Aníbal Jarkowski denominó “cocedura por la sintaxis”. Por otra lado, decía, la novela es post-sartreana porque –habiendo comprendido y encarnado el “compromiso” de la escritura– Viñas, como decenas de intelectuales en la época, se lanzaron a la batalla, siguiendo los postulados del Sartre de ¿Qué es la literatura? Se han lanzado a la batalla y han sido aplastados, junto a decenas de trabajadores, profesionales y estudiantes –en su gran mayoría jóvenes, como el propio hijo y la nuera de Viñas– por el poder terrorista del Estado.
¿Cómo situarse entonces? ¿Qué hacer luego de un período de luchas populares como el experimentado por los sectores populares en nuestro país entre 1969 y 1976? Francisco Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Roberto Santoro (por nombrar sólo a los más reconocidos, a los de mayor cercanía con el autor, en fin, a algunos de aquellos que figuran en la larga lista de detenidos-desaparecidos por razones políticas), ellos –decía– decidieron volcar su escritura primero y su propio cuerpo después, junto a los trabajadores, junto a las luchas del pueblo por su liberación. Aun tomando las armas –como también el propio Sartre había advertido que en determinadas circunstancias sucedería–. Las consecuencias son conocidas. Muchos de ellos (como Walsh, Urondo y el propio Viñas), además, tuvieron que soportar ver cómo le arrancaban la vida a las generaciones más jóvenes.
A pesar del dolor, del exilio, quienes sobrevivieron al horror (al terror), continuaron escribiendo. Los poemas de Juan Gelman (miembro del Movimiento Peronista Montonero, lanzado en Roma en abril de 1977), reunidos en Hechos, Notas, Carta abierta, Si dulcemente, Comentarios y Citas, son un claro ejemplo de confluencia de la pluma y de la espada.
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Aníbal Jarkowski (“sobrevivientes en una guerra: enviando tarjetas postales”), ha sido uno de los pocos críticos que se ha detenido en un análisis minucioso sobre este libro. Ha calificado esta novela dentro de lo que se denomina como “ficciones beligerantes”. Dice: “Cuerpo a Cuerpo, posicionada junto con las víctimas, no se aplica a representarlas en su muerte; sino que, desde un lugar de sobrevivencia, insiste en agraviar al enemigo reconstruyéndolo material, minuciosa, obsesivamente, en la certidumbre de que esa reconstrucción de la verdad del adversario será el más eficaz y necesario uso de la ficción. Es su forma de participación en aquel momento de la guerra que atraviesa y define a la sociedad argentina” (p. 24).
Así como Cuerpo a cuerpo no admite ser clasificada como novela del exilio, a pesar de haber sido escrita en el exilio, tampoco es posible inscribirla dentro de las novelas fragmentarias, a pesar de que Viñas apeló, para su construcción, a una modalidad fragmentaria. Cuerpo a cuerpo no es una novela fragmentaria, entre otras cuestiones, porque la fragmentación del discurso y el abandono de la mímesis representativa se articulan en este caso dentro de una lógica organizativa que corresponde a la propia originalidad del texto. De allí en que se constituya como un texto inconfundible e inimitable. La transgresión máxima de las normas, insiste Jarkowski, produce una crispada organización del lenguaje, que llega en algunos casos a tornar ilegible el texto. Desde la carnicería por la que atraviesa el país hasta la experiencia íntima de contar con dos hijos muertos, nos surge la pregunta de si es posible articular un relato que no transmita las marcas del matadero en el cuerpo. Evidentemente no. Y de ahí que, más allá de la violencia de los contenidos, se le transmita al lector la violencia a través del lenguaje: estructura dramática, pero con diálogos entrecortados; una estructuración cuasi telegráfica que en momentos se torna impronunciable.
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Estamos ante una novela de casi 500 páginas en la cual se reconstruye gran parte de la historia política de nuestro país: desde los inmigrantes que vinieron a poblarlo, hasta el asalto al poder por parte de la Junta de Comandantes. La violencia creciente es el hilo conductor de las historias y temporalidades presentes en el texto. A través del relato de la historia familiar de uno de los personajes (el Teniente General de la Nación Alejandro Cláns Mendiburu), podemos ver cifrados 100 años de historia argentina.
Jarkowski propone, para leer esta cifra, dos de los epígrafes que Viñas utiliza en la novela. Uno es de 1879, cuando el General Julio Argentino Roca felicita a los oficiales del Ejército por su participación en la campaña contra los indios: “Con asombro de todos nuestros conciudadanos, en poco tiempo habéis hecho desaparecer numerosas tribus de la Pampa que se creían invencibles con el pavor que infundía el Desierto. Y que era como legado fatal, que aún tenían que transmitirse a las generaciones argentinas, por espacio de siglos”. El otro epígrafe al que apela Viñas es el de la transcripción de unas las declaraciones que el General Manuel Saint Jean realiza en 1976: “Primero vamos a matar a todos los subversivos; después, a sus colaboradores; después, a los simpatizantes; después, a los indiferentes. Y por último, a los tímidos”. “Su enunciación original los separa un siglo –insiste Jarkowski–, pero su sentido los reúne como cifra de la actitud del ejército argentino con los sectores dominados e inconformes de la población… 1879 significa el momento donde el ejército, que fue de la patria en la guerra de la independencia, se trasviste en un ejército de clase”.
Ficción beligerante, entonces, ya que tanto el título como el contenido y la forma del texto presentan una modalidad en la guerra entre las clases. Modalidad que se “corre” de las batallas convencionales para dar cuenta de un tipo de enfrentamiento que involucra a la sociedad civil y se da en medio de la confusión y el acortamiento de las distancias. De allí que el propio texto sea contemplado como una modalidad más del combate y no como “representación” de éste. De allí, también, que por más que Viñas trabaje con la realidad política del país, no pueda inscribirse esta novela en los parámetros del realismo convencional: sus vínculos con lo real se dan a partir de una relación de tensión y de mezcla de registros ficcionales, ya que no es, en sentido estricto, un texto testimonial o de denuncia, aunque por supuesto, denuncia y da testimonio, pero siempre en el marco de la narratividad y los procedimientos ficcionales.
Con 50 años y luego de haber revolucionado la crítica literaria del país con su famoso libro Literatura argentina y realidad política, tras haber participado de la fundación de la emblemática revista Contorno y publicado novelas que dieron que hablar (como Los dueños de la tierra), Viñas se aboca nuevamente a dar cuenta nuevamente de la dominación y la violencia que las clases dominantes ejercieron sobre los de abajo, sean éstos obreros, indios, gauchos o inmigrantes. Violencia que en Cuerpo a cuerpo asciende de manera veloz y radical, sobre todo a partir de la historia de , el periodista que investiga al General Mendiburu.
Tal vez ha sido esta violencia creciente la que ha llevado a Guillermo Saccomanno (“Poner el cuerpo”) a decir que esta novela debía ser leída bajo el iceberg de un tironeo violento (donde la acción y las palabras confluyen, luchan y se enturbian), “porque si hay un rasgo que define la literatura de Viñas (tal como él definió la literatura argentina a partir de Echeverría) es la violencia. La violencia de lo económico, lo ideológico, lo político, y ahí está lo nodal de su obra: en los cuerpos violados”. Algo similar a lo expresado años atrás por Ricardo Piglia (“Viñas y la violencia oligárquica”, La argentina en pedazo), quien afirmó que, en Viñas, la muerte se sexualiza y la dominación se marca en la carne. “Los dueños de la tierra son también dueños de los cuerpos”. Y de las subjetividades, podríamos agregar, ya que los cuerpos no son sólo un componente orgánico, sino un entramado orgánico, psíquico y cultural.
David viñas, narrador resistente, intelectual silvestre, se ha ido para siempre de este mundo. En estos días se lo ha recordado de distintas maneras. Esta reseña-comentario de Cuerpo a cuerpo no es más que un humilde intento de homenaje por parte de este cronista. Nos quedan sus libros, su ejemplo, su entereza: la de los que se resistieron a ser escritores a sueldo del poder. En ese espíritu, también, se escriben estas líneas.
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