En este nuevo número de Prensa del
Pueblo papel, queremos acercar nuevas miradas que se animan a construir en
tiempos que pareciera que todo está perdido, podrido y sin posibilidad de salida.
Y tal vez, sea necesaria esa reflexión, la de
poder pensar quiénes están detrás de generarnos esa sensación. Cuáles son los
objetivos que se plantean y cómo ponen en marcha esa inmensa maquinaria de las
sensaciones.
Podríamos nombrar uno por uno a cada uno de
los que intentan diariamente que entremos en “su” mundo. Pero confiamos en que
cada uno pueda y sepa reconocer a los que tiene más cerca. Nos venden un mundo
construido, en el que hay seres de diferentes clases, con diferentes derechos y
en los que solamente unos pocos podrán llegar a ser considerados seres con
derecho a la felicidad.
Quién tiene tiempo últimamente para pensar
¿qué es la felicidad? Claro, tiempo es lo que falta, porque cada vez tenemos
que trabajar más para poder acceder a “eso” que se nos vende como la puerta a
la felicidad. Llámese TV, plasma, auto último modelo, ropa de marca tal,
teléfono celular o lo que el Mercado ofrezca.
El consumismo nos ha entrado por los poros y
con él la idea de que uno es según cuanto tiene. Si no tengo, no soy nadie. Si
tengo un celular última generación, entonces sí soy alguien. Y si soy alguien
porque tengo ese teléfono, dejo de serlo (y de ser) cuando ya no lo tengo. Si
alguien nos saca el mencionado celular, sin dudas, sentiré que me han sacado la
estima y el incontable tiempo que gasté de mi vida en conseguir el dinero para
poder comprar el aparatito. ¿Pero somos conscientes de que nuestra estima,
nuestra vida, ha quedado atada a un aparatito?
En estas situaciones perdemos de vista que,
sin darnos cuenta, hemos entrado al mundo que nos proponen, en el que unos y
otros queremos ser en función de lo que tengamos: el aparatito que nos permite
“ser alguien”. Este mundo se vuelve cada vez más violento, porque todos quieren
lo que sólo alcanza para unos pocos. Es un mundo en el que los que llegan a
“ser alguien” es porque logran diferenciarse de la gran mayoría a través de lo
que llegan a adquirir. Cuestiones materiales que los diferencian de la masa,
del común. Así construyen estima a partir de la destrucción de la de los otros.
Un modelo que necesita de muchos perdedores hará que haya algunos pocos ganadores.
Muchos perdedores que no estarán nunca a gusto, ni siquiera con el cuento de
que si aumentan las horas de trabajo, el ritmo de trabajo, algún día lograrán
“estar del otro lado”. La alienación se vuelve violencia. Violencia
contra sus seres más queridos, contra quienes no nos dejan “avanzar, progresar”
en esta carrera por llegar a ser.
Entonces muchos hablarán de la escasez de
mano dura, otros de la falta de oportunidades (en los casos más progresistas,
creyendo que dentro del capitalismo existen aún oportunidades para todos).
Rápidamente,
pobreza se transforma en sinónimo de violencia y nuevamente quedan fuera de
cuadro quienes son los responsables de la pobreza, de vendernos el consumismo y
el egoísmo para desarrollar una idea de “progreso” que sólo puede ser
individual.
¿No es violencia cuando especulan con la necesidad de la gente, vendiendo a 5
lo que vale 1? ¿No es violencia mostrar en sus góndolas y vidrieras todo
aquello a lo cual muchos no podemos acceder? ¿No es violencia que en esta
“lógica” lo material pase a valer más que las personas, que lo humano? ¿No es
violencia no tener un lugar mínimo para vivir, tener una huerta, un jardín para
nuestros hijos mientras algunos se adueñan ilegalmente de miles de hectáreas?
Desarmar
esa violencia no es sencillo, porque hemos nacido y crecido en este sistema.
Sin embargo, son muchas las personas que arman grupos, ocupan lugares y se
dedican a desanudar esa violencia construyendo formas nuevas de relacionarse,
de asegurar lo que es necesario para vivir dignamente (que nada tiene que ver
con lo que nos plantea el sistema capitalista), y poco a poco construyen
conciencia, solidaridad poniendo en marcha el motor más poderoso: El motor que
es capaz de cambiarlo todo, el motor que puede transformar violencia en
justicia social. Ese motor somos nosotros mismos.
Los invitamos a compartir algunas notas que
hemos seleccionado y que consideramos son ejemplo de cómo se puede transformar.
Las historias no contadas comienzan a hacerse
oír, las mujeres alzan sus puños en señal de dignidad, los medios alternativos
de comunicación popular difunden aquello que el poder y su discurso hegemónico
intentan silenciar y muchas organizaciones y colectivos populares ofrecen una
tenaz resistencia contra el sistema dominante, planteando alternativas de vida
justas, autogestivas, horizontales, dignas y solidarias.
¡Arriba
los que luchan!