Foto: Alejandro Rodríguezs
No existen las condiciones ideales para desarrollar un medio
autogestivo. Desde su origen, dificultades y obstáculos forman parte
esencial de la construcción de su identidad. De allí que abundar en
limitaciones e injusticias cotidianas termine muchas veces por quitar
tiempo a discusiones más interesantes. Frente a un escenario mediático
de profunda polarización, donde el doble discurso queda expuesto ante
cualquier mirada más o menos aguda, el rol de los medios alternativos no
deja de sumar importancia. Al margen de la disputa por intereses
comerciales, a un costado del paisaje de mercenarios y conversos
alineados para defender las ganancias de sus patrones o los cargos de
sus punteros, observadores apenas de esa confrontación por mantener o
alcanzar porciones de poder; el rol de la prensa no alineada con
empresarios y funcionarios enfrenta hoy un desafío sustancial. La opción
que se presenta, entonces, es crecer preservando la independencia,
apostando a diferenciarse a cada paso y resguardando como único capital
aquello que nos hace alternativos; o perderse y caer en el vicio de
limosnear al Estado prebendas, buscar el lucro como motor de propulsión y
anhelar intervenir en esa disputa pareciéndonos cada vez más a todo
aquello que criticamos.
No será con cinismo que habrá que intentar ser cuña en
este clima polarizado. Ese cinismo que nada toma en serio, que siempre
replica desde la rebeldía de bolsillo pero que oculta, en verdad, un
alto grado de esa soberbia tan típica de quienes se suponen dueños de
una Verdad que los demás nunca alcanzan a comprender, pero que casi
siempre terminan ocupando el triste papel de simpáticos bufones del
poderoso. No es con ellos que será viable construir opciones reales.
Tampoco con aquellos que de alternativo sólo mantienen la artesanía de
su subsistencia: esos que, en verdad, sueñan con acomodarse a la sombra
de gigantes corporativos y repiten el mismo modelo, pero desde los
márgenes.
Serán quienes comprendan que el desafío es defender
otros intereses, apostar al crecimiento de otro periodismo ligado
estrechamente a lo popular y sustentado en la irrupción de una nueva
alternativa política, los que carguen con la responsabilidad de ir más
allá de la denuncia. Nada es sencillo desde otro lado; la batalla es
cotidiana y las herramientas son limitadas. En todo caso cada uno, desde
la trinchera de sus páginas, de su radio, de su pantalla, deberá apelar
al compromiso para no dejarse llevar por los vicios del sistema y
apostar a la coherencia para hacerse escuchar. Sin la cándida gracia de
los cínicos, sin la molesta urgencia de los oportunistas, procurando
ensayar de todas las maneras posibles, el borrador de una historia que
nunca se olvide de los pibes fusilados por la policía en las barriadas,
de los vecinos que resisten en Andalgalá y Famatina, de los qom
reprimidos en Formosa, de los campesinos ejecutados en el monte, ni de
los nenes fumigados con agrotóxicos desde el aire. Que comparta con los
pasajeros del Sarmiento el absurdo de un sistema que no se preocupa por
la vida de sus trabajadores, que sepa de los aprietes de la patota
sindical, que exija el empleo digno para millones de precarizados, que
nunca se abrace con la Sociedad Rural, pero tampoco con Monsanto y
Barrick Gold. Y lo más complejo: que sepa escuchar. Que no se resigne.
Que sea capaz de sentirse orgulloso de participar de una pelea que lo
excede, pero que ya es semilla y comienza a germinar.
Editorial II: Gaza
Al cierre de esta edición, una nueva ofensiva criminal
del ejército de ocupación israelí contra el pueblo de Palestina arrojaba
un saldo de más de un centenar de civiles, muchos de ellos niños,
asesinados en Gaza. Es curioso como, frente a algunos sucesos, los
archienemigos de la prensa terminan igualando conclusiones y hasta
apelando a los mismos eufemismos, hipócritas y miserables. Si el
opositor Clarín habla de “guerra” y de “lluvia de misiles entre Israel y
Hamas”; el oficialista Página/12 enfatiza que “el fuego cruzado no
cesa” y hasta propone como título de tapa: “Una apuesta por la paz”. No
sólo pretenden igualar la violencia “de ambos bandos” sino que, de un
modo salomónico, sin comprender ni estudiar nada sobre una ocupación con
más de medio siglo de historia, hasta proponen a la ligera la farsa de
la “coexistencia pacífica” y ocultan, en realidad, un deseo de que la
situación permanezca inalterable. Pretender que el oprimido acepte
convivir con el opresor después de seis décadas de humillación,
apartheid e impunidad, sólo puede compararse con aquellos que sugieren
que la mujer golpeada conviva “en armonía” con su marido golpeador. Por
ignorancia o complicidad y más allá de sus ocasionales disputas de
intereses financieros, está claro que a la hora de distorsionar la
información, pocos superan a la prensa argentina.