A poco de cumplirse una década de gestión kirchnerista,
doce militantes e intelectuales de izquierda analizan el presente
político y señalan fortalezas y debilidades del modelo. Además,
responden: ¿Por qué no pudo generarse una alternativa de izquierda?
Opinan Atilio Borón, Eduardo Lucita, Maristella Svampa, Claudio Katz,
Miguel Mazzeo, Carlos Perro Santillán, Roberto Gargarella, Daniel De
Santis, Pablo Pozzi, Aldo Casas, Luis Brunetto y Guillermo Almeyra.
La fragmentación que dispersa las fuerzas, el sectarismo que todo
divide, el caudillismo que elude el debate, la complejidad para leer la
realidad, la incapacidad para ejercitar la autocrítica, la ceguera para
ocuparse sólo de buscar una opción electoral, el dogmatismo esquemático y
cuadriculado, el catastrofismo de los que profetizan el suicidio del
capitalismo cada año, el absurdo de evitar la unidad en la acción y
sospechar de los aliados, la tendencia a descalificar y encasillar al
otro en cada discusión...
Podríamos anotar otras tantas singularidades en este
breve repaso por algunas de las características clásicas de la izquierda
argentina; ese universo heterogéneo que nos recorre y nos identifica.
Del que nos sentimos parte. Pero no. Quienes todos los días desarrollan
su militancia en los barrios, quienes activan en las fábricas y en las
escuelas, quienes resisten a la impunidad, a la injusticia, a la
devastación ambiental, quienes aplican como rasgo común la solidaridad
con luchas ajenas hasta hacerlas propias, esos que se enfrentan cada día
a los punteros en los barrios, a las patotas en los sindicatos y a los
sicarios en el campo; ellos conocen mejor que nadie las complejidades
del devenir cotidiano. Y nada impide que, desde este presente complejo,
comencemos a observar signos alentadores, pequeños intentos que procuran
abrir el juego, superar vicios, taras y mañas del pasado, asumir
discusiones vitales postergadas por la inmediatez de lo sectorial,
esbozar y borronear nuevas herramientas de construcción que tienen,
necesariamente, que abordar y detenerse en la salida política, en la
construcción de una alternativa real, plural, unitaria, tan urgente como
necesaria.
Porque ya no basta con la denuncia de un proyecto de
gobierno que se apoya en el modelo extractivo sojero y minero como
sostén financiero, que carece de respuestas a la hora de resolver
problemas críticos de los laburantes como el transporte, la educación o
la salud pública. Que no mejoró el mapa de precarización laboral ni
inquietó los intereses de las patronales explotadoras. Que manipula y
tergiversa la información a través de sus rentados empleados mediáticos,
divididos entre los que ejercitan la propaganda y los que se ocupan de
la justificación constante. Que se apoya en alianzas con gobernadores
represores, con corporaciones depredadoras, con empresarios fieles y con
rancios burócratas sindicales. Que se alimenta de la capacidad de los
conversos, de los que hasta hace poco nomás eran lo opuesto, de los
corruptos y responsables del saqueo de ayer, hoy redimidos por
oportunismo y conveniencia. Que no alteró en una década el entramado
policial mafioso, responsable de imponer su dinámica delictiva en cada
barriada; o el aparato político clientelista y punteril como
contratacara natural ante sus propias bases.
Ya no alcanza, tampoco, con advertir la irrupción, del
otro lado del escenario nacional, de una derecha descabezada e
irascible, que no llega todavía a canalizar tanto individualismo, tanta
mezquindad y tanto egoísmo en una propuesta opositora unificada. Que
sale a la calle a protestar porque teme perder sus privilegios, porque
defiende sus miserias como virtudes, y apuesta a un país sin
alternativas para los que menos tienen. Que teme por la inseguridad pero
jamás se ha preguntado por sus causas; que exige libertad en abstracto,
pero ejercita la intolerancia y el autoritarismo con quienes no se
alinean con su misma lógica; que se irrita ante la opinión que cuestiona
sus verdades porque carece de argumentos sustentables, y lo sabe.
No. No alcanza. El objetivo estratégico de la izquierda
ahora es -y lo será por un tiempo largo- la construcción de una
herramienta política de los trabajadores, de perspectiva emancipatoria y
socialista, de raíces guevaristas y latinoamericanistas,
anticapitalista y antipatriarcal, con clara vocación de poder, de
composición joven, donde convivan voces distintas, donde la memoria por
los compañeros caídos sea el combustible para seguir avanzando, donde la
discusión parta del respeto, se sostenga con audacia y se extienda con
inteligencia.
Presenciamos hoy, entonces, un interesante proceso de
discusión que, parece, apuesta por superar los viejos obstáculos
mencionados, y por asumir, de una vez por todas, debates impostergables.
Por eso procuramos consultar a una docena de militantes e
intelectuales, a voces críticas en esta serie de artículos que iremos
publicando en Sudestada. Para intentar comprender
mejor este presente político, para analizar también los errores
cometidos desde la izquierda y procurar superarlos, y para salir a la
búsqueda, para empezar a escribir el borrador de otra historia. Una
historia propia, una alternativa que defienda su independencia como
clase, que no termine naufragando como furgón de cola del engendro
partidario de algún progresista con carisma televisivo, que asuma de una
vez por todas el desafío electoral sin caer en los vicios de los
partidos tradicionales, que deje atrás para siempre el sectarismo
enfermizo y supere el autonomismo que todo lo obtura, que genere los
dirigentes que mejor comprendan su rol como referentes populares, que no
se conforme con nadar en los márgenes de la política y que procure
presentarse como una cuña revolucionaria entre las dos opciones
existentes en el escenario argentino. Una alternativa que hoy apenas se
vislumbra en algunos debates, minoritarios todavía. Una alternativa que
no se resigne a presenciar la realidad desde un rol de mero espectador o
de sagaz francotirador. Que crezca y se multiplique desde la decisión
de transformarse, por fin, en protagonista.