Por Pablo Lobito
Cuando uno observa los diversos sucesos que conmocionan a la sociedad en distintos lugares del mundo, entiende que, más allá de lo difícil que resulta hacer proyecciones a futuro, algo está pasando. Algo verdaderamente importante.
Si nos enfocamos en los distintos movimientos sociales árabes o en los indignados europeos e inclusive en su versión norteamericana, podemos estar de acuerdo en que algo demasiado grande está en juego. Lo que emparenta a estas manifestaciones es la conciencia de que las decisiones tomadas por los políticos no representan a la voluntad soberana, la noción de que los intereses económicos de los grandes bancos o grupos de poder prevalecen o son más importantes que el salario, la dignidad, la salud, la educación… de la gente común y corriente sin poder económico y por ende de decisión. Lo que está en juego es la idea de que sea posible un gobierno genuinamente democrático bajo un sistema de producción, explotación y distribución de los recursos con una lógica interna propia ajena a los postulados de la igualdad, libertad y soberanía.
Sin ir más lejos, podemos detener nuestra mirada en los sucesos recientes en El Bolsón. Todos sabemos que se pretende transformar el espacio geográfico para beneficiar a los poderosos de la comarca. Los representantes del pueblo hacen caso omiso a las denuncias que se realizaron y a las manifestaciones. En su lugar demonizaron a los vecinos que se movilizaron en nombre de la Civilización y el Progreso, cerrando las puertas del recinto a la “barbarie” que vociferaba “sedienta de sangre” exigiendo el sometimiento a sus desvaríos. Obviamente que esto es una referencia al Facundo de Sarmiento, libro en el que el autor plantea sus diferencias con sus enemigos en términos dicotómicos, lo cual me lleva a plantear la problemática que motiva el escrito: ¿hay una dicotomía entre los pueblos y sus representantes en el poder? ¿La democracia representativa actual constituye una forma de gobierno en la que el pueblo es el soberano, o es una nueva forma de dominación por parte de los poderosos bajo el manto de la libertad y la igualdad? ¿Esa libertad que día a día nos permite mejorar nuestra forma de vida, la de nuestros compañeros y familiares? ¿Libertad que nos permite hacer justicia sobre los que explotan al pueblo o los que acortaron vidas humanas? ¿Libertad que nos permite elegir libremente al mal menor para intendente, gobernador, presidente o lo que sea?
¿ Cómo puede ser que los representantes del “pueblo” se asusten por una manifestación del pueblo? ¿Se les ocurrió acaso escucharlos? ¿O es que el pueblo necesita que lo gobiernen desde arriba?
Más allá de mis típicos dislates, quiero expresar mis inquietudes sobre los tiempos que se avecinan y abrir, si se quiere, un debate que creo necesario en vistas a los sucesos locales, nacionales e internacionales.
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