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jueves, 6 de octubre de 2011

UNA VOZ RESISTE EN MALLÍN AHOGADO (2da parte)*

Roque Rizza es habitante de Mallín Ahogado, a pocos kilómetros de El Bolsón. Fue quien tuvo la voz de los campesinos y pobladores en al asamblea que se realizó el 20 de agosto pasado para evitar que un megaproyecto levante un villa turística sobre el acuífero principal de la zona. Esta es su historia: la de su familia inmigrante, su trabajo autogestivo y solidario, y de su lucha para que se respete el derecho a la tierra, porque “la tierra es la madre de la creación”.

Por Silvia Rojas y Juan Pablo Ruiz

2ª Parte
(Revista Sudestada).- La producción en la Comarca Andina era abundante y variada. Frutas, verduras, trigo, cebada, avena, papa eran trocados por productos de otras zonas. La sal, por ejemplo, había que ir a buscarla a la estepa. También de la estepa se traían animales, lanas, ropa y calzado y “vicios” como la yerba, el azúcar y el tabaco. “Era muy raro el que tenía plata. Los intercambios eran por el trueque. Y se vivía bien.”
El trueque incluso era más frecuente con las localidades y parajes vecinos de Chile. Se iba por El Manso, que por entonces tenía un molino, una escuela “y montón de cosas que había hecho Don Santos Turra (a principios del siglo XX), pensando que esa zona iba a ser parte de Chile”.
“Hace poco fui a ver a los descendientes de Turra y me dio tanta lástima ver cómo estaban… A la casa le habían tenido que poner un puntal para que no se cayera, porque ya estaba medio ladeada, tiene como cien años. Parques no les deja hacer una casita nueva. Es que ellos quedaron en la margen norte del río Manso, al pie del cerro Bastión, y eso lo ha tomado Parques Nacionales. Les prohíben todo, para que se cansen y se vayan. Hoy están los viejos, y enfermos encima. Los jóvenes se han ido, qué van a hacer ahí. Ellos tenían entre 200 y 300 vacas, vivían bien. Ahora les permiten sólo hasta 12 cabezas. ¡Yo si estuviera ahí me hubiera peleado unas cuantas veces!”

Roque cursó la primaria en la escuela 139, en el actual Barrio Luján, El Bolsón Norte. Hasta 5to, porque no había más grados. “Admiraba al maestro, lo que sabía. Me prestaba libros, nos enseñaba a hacer quinta. Juan Claudio Garach se llamaba, y me quería muchísimo. Este hombre salía de El Bolsón en una vagoneta de cuatro ruedas tirada por un caballo y se venía por el Camino de Los Nogales alzando chicos para llevarlos a la escuela. Y a la tarde, el mismo recorrido para dejarlos en la casa.”
Terminó la escuela a los 15, pero su maestro quería que siga estudiando. Era la época de Perón y a todas las escuelas rurales habían llegado becas para un establecimiento modelo de agronomía en Tandil. Garach había hecho todos los trámites para que Roque vaya a esa escuela. Pero cuando fue a la chacra a hablar con el padre recibió un rotundo no. Y allí terminó la educación formal del adolescente.
A la distancia, ahora reconoce que es bueno estudiar, pero “mejor es la escuela de la vida, que enseña de verdad. Mi papá no sabía leer ni escribir, pero me enseñó con su ejemplo de bien”.
Más allá de la buena voluntad de maestros como Garach, la escuela como institución, en líneas generales, aportó al alejamiento de la gente del campo. “En la estepa ha hecho un gran daño –ejemplifica-. Yo tenía un conocido que se recibió de maestro y lo mandaron allá. Él me contaba que los chicos se quedaban en la escuela por toda la temporada, internados. Ese desarraigo era muy malo, porque el chico ni se insertaba en la cultura de la escuela ni se insertaba en la de su propia familia. Muchos maestros que se dieron cuenta de eso no quisieron dar más clases.”

Cuando tenía 25 años sufrió un accidente traumático. Fue trabajando con una sierra y perdió dos dedos. Tuvo que viajar a Buenos Aires para operarse. Así conoció la “gran ciudad”, la primera experiencia fuertemente contrastante que le sirvió para valorar su lugar de crianza. Mareado por los autos, el cúmulo de ruidos y humo, sentenció para sus adentros: “Esto no es para mí”.
La segunda oportunidad de contrastar fue con el servicio militar, que le tocó en Río Gallegos. “Allá valoré tanto mi lugar… Un día de franco andaba por la ciudad y en una frutería vi unas manzanas y me dieron unas ganas enormes de comer algunas. Acá en Mallín había tantas que de chico jugaba a la pelota con las manzanas. Tenía cinco pesos nada más y le pedí al comerciante que me diera todo lo que alcanzara. Yo pensaba que me iba a llevar un montón. Y agarró una manzana medio grandecita y otra chiquita, algo arrugada, y me las dio. Protesté, pero no había nada que hacer, eso era lo que valían.”

Antes de afincarse definitivamente en la tierra donde se crió, Roque trabajó un año en el cablecarril del cerro Catedral, en Bariloche. La sucesión de jornadas de frío extremo, casi en la cumbre del cerro, terminaron de convencerlo.
Al regreso conoció a quien sería la madre de sus tres hijos: Carmen, Carlos Alberto y Marcelo. Su sangre continúa hoy con ocho nietos. En Mallín trabajó la tierra como lo había hecho su padre, tuvo animales y hasta incursionó en la cría de truchas. En aquella etapa de su vida construyó, junto a sus vecinos, siete canales de riego de los nueve que existen hoy en el paraje, todos de por lo menos 5 kilómetros de extensión. Una obra comunitaria de trascendencia para la cultura rural.
Como muchos otros campesinos, tuvo muy poco apoyo del Estado. La gente tenía que arreglárselas sola. Con el correr de los años, la presencia estatal fue creciendo pero ello no significó necesariamente políticas de fomento para las familias agricultoras sino impedimentos a sus actividades (por ejemplo, a través de impuestos, de la negativa a regularizar la propiedad de sus tierras, la falta de acceso a créditos, etc.).
“Quizás sí hubo apoyo estatal a lo que yo llamo los ‘boom’, como el lúpulo o la fruta fina”, explica Roque. Tanto el lúpulo, ingrediente que da sabor a la cerveza, como la fruta fina (frambuesas, frutillas, cerezas, etc.) son los productos que inauguraron en la región otra forma de agricultura, de escala mayor y más próxima al modelo industrial. Muchos de esos emprendimientos fueron impulsados por pequeños y medianos capitalistas que, en virtud de su mayor poder de presión y de su mayor acceso a la información, se han visto beneficiados con créditos y subsidios.

Un cambio grande ocurrió cuando se provincializó Río Negro, en 1958. “Empezó a venir gente de las ciudades que trajo otras ideas –señala-. Aparecieron las autoridades políticas de la provincia y del municipio.”
“La forma de vida campesina ya no es como antes. El clientelismo y el asistencialismo acostumbraron mal a las personas. No digo que en momentos excepcionales como una nevada grande o una sequía no se ayude a la gente. Pero no siempre, porque sino no se valora. La gente se fue acostumbrando a que el gobierno soluciona todo. Esto empezó a verse después del ’83, con la política partidaria (UCR esencialmente, que gobierna Río Negro desde ese año). Todavía en esa época pensábamos que la política servía para ayudar a la gente. Hoy para mí la política son corporaciones de negocios. No están a favor de la comunidad.”
El clientelismo y la falta de políticas de producción de la tierra hicieron que la gente buscara otro lugar para vivir, atraída por las supuestas “oportunidades” de la ciudad. Y así muchos malvendieron sus tierras y se hacinaron en los barrios periféricos de El Bolsón, proceso que lamentablemente hoy continúa.
La idea pasó a ser “cómo acomodarse” y la solidaridad empezó a resquebrajarse con la llegada del “mal llamado progreso”, se lamenta Roque.

“No se puede volver atrás, hay que avanzar. Rescatando lo bueno, para tomarlo como ejemplo”, opina este poblador que habita hace 70 años en Mallín. Propone que se establezca como unidad productiva una cantidad de 20 hectáreas, por ejemplo. “Una familia acá puede vivir con esa tierra.”
“La tierra no debería tener valor. No debería ser un negocio inmobiliario. Sólo debería permitirse cobrar las mejoras en el lugar (galpón, cerco, canal, casa), no la tierra. La tierra tiene que ser accesible a todos.”
“La tierra es la madre de la creación”, dice una vida atravesada por la historia, llevada por este presente a la búsqueda de alternativas a un sistema que caerá tarde o temprano por su propio peso, por sus insalvables contradicciones.
“Hay que ponerse de pie, para que nos vean las autoridades. Si se escucha a la población todo puede cambiar. Porque antes de las leyes está el hombre.”

* Nota incluida en la revista Sudestada Nº 103. En El Bolsón puede adquirirse en librería Clon, calle Dorrego casi esquina San Martín.