Por Revista Sudestada
Resulta por demás extraño: el gobierno de turno se victimiza, denuncia conspiraciones desestabilizadoras, demoniza a pequeños grupos de izquierda y los disfraza de operadores a sueldo de sus enemigos, señala pactos espurios entre algunos funcionarios que, semanas atrás, eran disciplinados soldados de su mismo proyecto. Es decir, una gestión que cuenta con el control de varios medios de comunicación a partir de la pauta oficial, con intelectuales serviles que barren bajo la alfombra cualquier accidente que pueda resultar “funcional” a sus adversarios, que se apoya en la burocracia sindical y en el clientelismo político desplegado en las barriadas de todo el país como mecanismos de control social, que crece en el respaldo mayoritario menos por virtudes propias que por el patetismo de una oposición retrógrada, disgregada y cada vez más cercana al fascismo (que no es opción real de poder ni para quienes financian sus aventuras electorales), se muestra ante las cámaras como víctima de una operación tras otra.
Sin embargo, los muertos del sistema siempre llegan del otro lado: Julio López, Luciano Arruga, Mariano Ferreyra, los ocupantes de Villa Soldati, el pueblo Qom en Formosa, los pibes de José León Suárez, un joven en Baradero… nunca nadie del aparato cae bajo las balas policiales. Es extraño: nunca nadie de esa enorme estructura de gestores, funcionarios y punteros (ni de su periferia) padece la represión de las fuerzas de seguridad, desmadradas en las calles. Las víctimas son los pobres, los activistas, los jóvenes, los marginados del proyecto, los que respiran, en serio, cada día, la atmósfera de la impunidad policial, el brazo ejecutor del Estado en cada barrio. Lejos de las disputas por ver quién se acomoda mejor como candidato o de los pases de factura entre burócratas sindicales; más lejos aún de los debates sobre listas “colectoras” o internas partidarias, las víctimas son las mismas de siempre.
¿Y cómo asume la gestión el problema de la “inseguridad”, tantas veces atribuido a la campaña de miedo y terror sembrada por los medios opositores? Pues tomando decisiones que nada tienen que envidiarle a la oposición de derecha: saca a las calles de la provincia a 9.000 gendarmes, con la ilusión de contar con una fuerza más o menos disciplinada (la misma encargada, históricamente, de reprimir las puebladas en el interior), en una medida que confirma un doble conflicto: por un lado, la certeza de que es imposible controlar a la Policía Bonaerense, el entramado ilegal y mafioso más poderoso del país. Por el otro, y más allá de la retórica progresista de ocasión, responde al pedido de “mayor seguridad” como siempre lo hizo la derecha en el país: metiendo más uniformados en las calles.
Cuando, una vez más, la lógica del “mal menor” se asienta en el sentido común de millones de trabajadores, los falsos debates invitan a cambiar de tema, rápidamente. Sobre el escenario político irrumpen las conspiraciones, los pactos, los proyectos electorales. Por debajo, lejos de las luces, las balas del Estado apuntan contra los mismos de siempre.
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