(Claromecó).-
Es
considerado el último gran toqui mapuche del siglo XIX. Nacido en las
cercanías del Llaima, su poder e influencia llegaron hasta las puertas
de Buenos Aires, capital que mantuvo en vilo por décadas. Defendió como
pudo la frontera del Wallmapu del avance de las repúblicas chilena y
argentina. Fue aliado y otras veces enemigo de los presidentes Rosas,
Urquiza, Mitre y Sarmiento, quienes lo respetaban y temían como al
mismísimo diablo. Militar, comerciante y político excepcional, un
reciente libro lanzado en la capital argentina trae al presente todo su
genio y figura.
por Pedro Cayuqueo, desde Buenos Aires
“Hablamos
de uno de los personajes más determinantes de la historia argentina del
siglo XIX”. Las palabras del abogado e historiador Hugo Chumbita no
dejan lugar a dudas; hablar de Calfucurá, el mítico líder mapuche de las
pampas, es hablar de la conformación del Estado argentino. O de los
obstáculos que éste debió sortear para constituirse. Chumbita sabe de lo
que habla. Autor del libro El origen mestizo de San Martín (Emecé,
2001), sus aportes al revisionismo histórico argentino lo han convertido
en toda una institución académica. Hasta Eric Hobsbawm, en la reedición
de su texto clásico Bandidos, cita su trabajo en numerosos pasajes.
Chumbita,
acompañado del abogado y escritor Jorge Rojas Lagarde, fue el encargado
de presentar en el Pabellón Azul de la Feria Internacional del Libro de
Buenos Aires el libro Juan Calfucurá, correspondencia 1854-1873, del
escritor transandino Omar Lobos. La publicación, de casi 600 páginas, se
estrenó el pasado 3 de mayo a sala llena, en un acto que tuvo mucho de
recuperación de la memoria. Y de dar voz, quizás por primera vez, a
quien por más de un siglo y medio fue retratado por la historia oficial
argentina como un “indio salvaje” y “despiadado”. Y por si ello no
bastara, de sospechoso “origen chileno”.
Pero
Calfucurá (“Piedra azul” en mapudungún) lejos estuvo de ser un salvaje.
Y mucho menos un chileno. Nacido a fines de 1780, Chile no existía en
ese entonces. Mucho menos en las tierras del Llaima, su lugar de origen
en la actual comuna de Cunco, donde el sueño patriota sólo plantaría
soberanía recién un siglo más tarde, tras la refundación de la histórica
ciudad española de Villarrica en 1883. No, Calfucurá no nació en Chile.
Lo hizo en Gulumapu, la parte occidental del Wallmapu, el independiente
“País Mapuche”, cuyas fronteras el mismo ayudaría a extender hasta las
costas del Atlántico y la margen sur de Buenos Aires.
Tres
años le llevó a Omar Lobos, graduado en letras en la Universidad
Nacional de La Pampa, dar con las cartas del jefe mapuche, repartidas
entre el Archivo General de la Nación, el Archivo Histórico de la Pampa e
inclusive colecciones privadas. Una larga pesquisa que dio sus frutos;
el libro es la más completa recopilación de correspondencia de un líder
mapuche del siglo XIX. Son 127 cartas que abarcan desde 1854 hasta 1873,
el año de la muerte de Calfucurá, e incluye otra serie de documentos de
época que agregan contexto a las misivas; notas de prensa, partes
militares y testimonios de cronistas y viajeros. Como del naturalista
inglés Charles Darwin, uno de ellos.
“La
figura de Calfucurá a mí me atrapó desde niño, cuando en la Pampa los
mayores nos relataban la historia local y emergía este líder indígena
casi como un ser mítico. Calfucurá fue un líder auténtico, un actor en
las guerras civiles argentinas y un estratega político-militar
sorprendente”, señala Lobos a La Tercera. “El libro no se restringe al
período de las cartas, da cuenta del año 1830 a 1884, cuando finalmente
es derrotado su hijo Namuncurá por el Ejército. Son documentos que
narran más de medio siglo de historia argentina”, dice el autor.
Para Lobos, su libro es un intento de reconstruir la voz de un jefe mapuche que se hace oír sin intermediarios.
“Es
su propia palabra la que aparece en el libro. Son cartas que él dirige a
los generales y presidentes argentinos, así como a otros lonkos
aliados, que además de revelar su poder e influencia, también dan cuenta
de otros aspectos más cotidianos de su tiempo; por ejemplo, la
fascinante relación mapuche con los caballos y la vida gauchesca de la
pampa, donde la frontera no existía, sino que era un espacio de
convivencia entre la cultura blanca y la cultura mapuche”, agrega Lobos.
“Mucha de nuestra actual identidad argentina es una herencia de ese
cruce”, subraya. De muestra sólo un botón: la popular expresión “che” de
los argentinos proviene del mapudungún y significa “gente”.
El Napoleón de las Pampas
Todo
se inició en Masallé, en las cercanías de la actual ciudad argentina de
Carhué, provincia de Buenos Aires. En aquella zona “fronteriza” entre
el gobierno bonaerense y el antiguo Wallmapu tenían su toldería los
mapuches “boroganos”, arribados desde Boroa (actual comuna de Nueva
Imperial, en La Araucanía) tras el triunfo patriota de Maipú en 1818,
donde apoyaron al bando realista. Liderados por los lonkos Pincén,
Coliqueo, Canuillán y Melín, entre otros, pactaron sucesivos acuerdos
con las autoridades transandinas, ayudando a combatir a otras
parcialidades mapuches más rebeldes que incursionaban por ganado vacuno y
caballar “frontera adentro” o bien que se oponían al avance de los
fuertes argentinos en “territorio indio”.
Dicha
alianza llegaría a su fin el 8 de septiembre de 1834, cuando un grupo
rival de guerreros mapuches los atacó por sorpresa, asesinando a varios
líderes “boroganos” y tomando el control del territorio. El líder del
ataque era un lonko del otro lado de los Andes que buscaba vengar la
muerte, en manos de militares argentinos y “boroganos”, de su aliado, el
lonko Toriano, fusilado en el fuerte de Tandil por sus malones
(correrías) contra las haciendas y fuertes argentinos. El nombre de su
vengador era Calfucurá y su ascenso en la región resultaría desde
entonces imparable.
Hacia
1840, Calfucurá pasó a controlar el estratégico territorio de Las
Salinas Grandes, de donde los porteños obtenían buena parte de la sal
que consumían, construyendo un inédito centro de poder rico en ganado,
platería y textiles. Desde su campamento controlaba buena parte de los
circuitos mercantiles que vinculaban a las sociedades indígenas con las
criollas. Y con la habilidad de un relojero, fue tramando una extensa
red de alianzas entre parcialidades mapuches anteriormente enemistadas
entre sí, tanto en el lado este como en el oeste del Wallmapu. Prueba de
ello son sus alianzas con el principal lonko mapuche del sur del
Biobío, Mañil Wenu, y el hijo de éste, Kilapán.
Pragmático
como pocos, Calfucurá pactó con las autoridades cuantas veces le fue
necesario e intervino en las guerras civiles argentinas apoyando a todos
los bandos en disputa. Con las “raciones” que recibía de Buenos Aires
como prenda de paz afianzó su influencia en un vasto territorio, que iba
desde Mendoza y San Luis por el norte, a Neuquén y Río Negro por el
sur. Llegó a organizar una inédita “Confederación Mapuche”, que contaba
con su propio escudo de armas (ver foto) y en la que estuvieron
integrados casi todos los lonkos principales de Puelmapu y Gulumapu.
Su
fama de “salvaje” y “sanguinario” la ganó tras ser hostigado por las
autoridades bonaerenses, ansiosas por avanzar la frontera sobre los
ricos y extensos dominios de la Pampa. La respuesta militar de Calfucurá
resultaría aplastante. Entre 1852 y 1860 condujo devastadores malones
sobre numerosos fuertes y ciudades argentinas, como Azul, Tandil,
Melincué, Tres Arroyos y Bahía Blanca. Miles de cabezas de ganado y
cientos de cautivos, especialmente mujeres, fueron conducidos a sus
tolderías en Las Salinas Grandes. En 1855 llegó a derrotar en el campo
de batalla y de forma humillante al mismísimo general Bartolomé Mitre,
años más tarde presidente de Argentina y figura consular en la historia
del país transandino.
Cuenta
la leyenda que Mitre fue despedido con un gran banquete en Buenos Aires
antes de partir en búsqueda de Calfucurá y sus huestes. En dicha cena
promete “exterminar a los bárbaros” de las pampas. Parte Mitre al frente
de más de 900 hombres de infantería, caballería y dos piezas de
artillería, pero al llegar a las proximidades de Sierra Chica se topa
con Calfucurá al frente de 500 guerreros que le aniquilan la infantería,
le toman la artillería y le desbandan la caballería. “Curiosa la
táctica de Mitre, que sale de Buenos Aires como caballería, pero regresa
como infantería”, consignarían burlescos los periódicos de la época.
El
fin de la guerra civil entre las provincias terminaría con el juego
diplomático pendular de Calfucurá y fortalecería militarmente a sus
oponentes. Aun así, entre 1870 y 1871 pudo lanzar una serie de
incursiones bélicas sobre distintas localidades argentinas. Finalmente,
una excursión militar del año 1872 enviada en su persecución por el
propio Presidente Sarmiento -a quien le había declarado la guerra- logró
derrotarlo en la Batalla de San Carlos de Bolívar. El mítico líder
mapuche fallecería un año más tarde, tras meses enfermo, rodeado por los
suyos. A su entierro ritual, se comenta aún entre los mapuches,
asistieron lonkos “de los cuatro puntos de la tierra”.
En
1879, ya en plena “Campaña del Desierto” dirigida por el general Julio
Argentino Roca, su tumba fue profanada por soldados, siendo saqueada y
sus restos óseos vendidos al Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
Allí permanecen el cráneo y parte de su esqueleto hasta el día de hoy,
pese a ser reclamados de manera insistente por comunidades mapuches de
Neuquén y la Pampa. Su muerte, para muchos historiadores, marca el
comienzo del fin de la independencia mapuche en el Cono Sur de América.
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