Ha sido recurrente en nuestra historia la preocupación del poder por disciplinar a los jóvenes, llevarlos a la resignación y a la aceptación del orden establecido. Y ese espíritu renovador de la humanidad, que es como un sueño que avanza, muchas veces ha sido arrancado de los corazones de las nuevas generaciones. Porque los poderosos son detestables alquimistas que se proponen transformar esa enorme fuerza vital en una opaca vida adulta. Pero no lo logran siempre. Jamás lo harán mientras el mundo que se ofrezca a la juventud muestre una mueca deshumanizada.
En la ciudad de Buenos Aires cientos de estudiantes se han sumado a una huelga que ya es histórica. Piden, entre otras cosas, que se arreglen los edificios escolares. Las escuelas, como pudo verse en televisión, se caen a pedazos, literalmente.
Defienden la educación pública, sí, pero también algo más esencial: la dignidad humana. La vida. Porque en esas condiciones sólo hay que sentarse a esperar para que suceda una tragedia.
Los periodistas y voceros de la derecha, para variar, ha salido en coro a defenestrar a los jóvenes, que según estos personajes “hacen política y no estudian”. Qué sentencia tan canalla: ¿acaso piensan estos mediáticos que la aceptación de abrir una carpeta y copiar dentro de un aula que está por derrumbarse no implica una postura política? Claro que la hay: esa actitud devela la sumisión a lo dado, implica la aceptación de que la propia vida (por ser joven, pobre, marginal, etc.) vale menos que la de un jefe de gobierno o que la de un Mariano Grondona. Los que se resignan, con esa sola actitud, hacen política. Avalan la injusticia social.
Por suerte, como dice la canción de la Bersuit, los pibes no se la bancan. No se bancan soportar un gobierno que deja que la escuela pública se venga abajo. Y salen a la calle, y toman las escuelas porque ya las palabras no son suficientes. Y toman aire y coraje, y van a un canal a expresar lo que sienten en tanto esquivan los dardos venenosos de los periodistas. Esos mismos periodistas que semanas atrás hacían la parodia de estar indignados por el derrumbe de un gimnasio en el barrio de Villa Urquiza.
En El Bolsón, el latido crece progresivamente en las secundarias. Acá también hay pibes que no se la bancan. Quieren que el gobierno provincial ponga en condiciones los establecimientos escolares, pero sobre todo exigen la construcción, de una vez por todas, del edificio para el CEM 48. Esta escuela ya lleva más de una década funcionando de prestado en espacios de otras escuelas, desdoblada, con todo lo que ello implica: falta de contacto entre las “dos partes” de la escuela (una en el CEM 30 y la otra en el CEM 10); complicaciones en el acceso a fuentes de información por falta de biblioteca y de sala de informática adecuada; superposición e interferencia de criterios organizativos y pedagógicos entre las direcciones; imposibilidad de construir una identidad institucional.
Todos los estudiantes de El Bolsón han firmado una carta al ministro de Educación rionegrino, César Barbeito, pidiéndole que venga a la localidad a reunirse con ellos. Incluso estudiantes de escuelas privadas, dando un ejemplo de solidaridad más allá de la condición social de sus padres. Nuestros adolescentes y jóvenes quieren que los escuchen, que los respeten. Los adultos les debemos muchas explicaciones, y ésta que le toca al ministro es, si se quiere, una de las menos urticantes. Esperemos que esté a la altura de las circunstancias.
Los espíritus de miles y miles de jóvenes laten como un corazón alegre. Ahí están, en la multitud, los de Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Horacio Ungaro, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Claudio de Acha, secuestrados el 16 de septiembre de 1976 por la dictadura, en La Plata. Sonríen mientras los cuerpos de sus asesinos se descomponen en vida, devorados por sus propios gusanos. Sonríen porque saben que hay cosas que no se matan con disparos. No mueren nunca.
ARRIBA LOS QUE LUCHAN
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