Por Darío Aranda
Mi compañera me contaba hoy "anécdotas" de su primera semana de clase (por suerte, no todo le sucedió a ella).
-No hay mesas ni sillas para los chicos. Por eso hay hasta cinco chicos en una mesa o tres chicos en dos sillas. Algunos se sientan en el piso.
-Las escuelas no tienen ni para el registro de asistencia. Por eso lo compran las maestras (ni hablar de tizas y esas cosas).
-Chiquitos (y chiquitas) de 8 y 9 años que hablan entre ellos: "gato", "paquero", "conchuda", como algo normal.
-Como faltan salones, a la escuela no le queda otra que juntar grados en un mismo salón. Entonces hay clases con alumnos hacinados, pero además con dos maestras al frente, dando dos materias diferentes al mismo tiempo.
-Chicos de octavo año (nuetro viejo primer año) se armaron (y fumaron) un porro en plena clase. Ni hablar de las escuelas que se caen (literalmente) a pedazos. O que el "refuerzo" alimentario ya no es un taza de leche y una factura o pan con dulce. El "refuerzo alimentario" en las escuelas públicas es: una vainilla. Ni pensar que el próximo invierno los chicos volverán a llegar muertos de frío, en chancletas y con hambre.
Quizá todo esto les resulte obvio, ya conocido, pero sentía la necesidad de contarlo. Por ella, por los chicos y por los que alguna vez fuimos a la escuela pública, laica y gratuita.
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