6 Julio 2010
Las palabras son guías para los pueblos; como esos perros que van adelante para descubrirnos el camino. Cuando las palabras se confunden, los pueblos se pierden; cuando las palabras se enferman, la libertad y la justicia se mueren. Los que solemos tratar con las palabras, debemos estar atentos a que no se confundan. Es nuestro modo de servir al conjunto.
Cuando se habla, se escribe, se opina sobre lo sucedido en Bariloche en esta última semana, sucede que más de una vez se confunden las palabras. Será entonces un útil servicio a la comunidad, el de señalar las palabras justas, las que realmente se corresponden con las cosas.
Se oyen eufemismos. El eufemismo es una forma de escabullir el verdadero nombre de las cosas. Se oye decir que lo acaecido en Bariloche son "incidentes" o "hechos muy graves"; o que fueron fruto de la "incompetencia policial". Mejor será que hablemos con claridad; porque de lo contrario, nos perderemos en nuestro propio laberinto de palabras erróneas.
Cuando a una persona se le arrebata la vida, eso se llama homicidio. En Bariloche no se han producido incidentes; nada hubo de incidental, puesto que todo ha sido el resultado de decisiones o de omisiones deliberadas; tampoco ha habido incompetencias; quizás quienes dispararon las armas contra los jóvenes fueron muy competentes para hacer lo tácitamente instruido. Ni lo sucedido han sido hechos graves; porque los hechos a veces son reparables, pueden ser deshechos. No. Se han producido homicidios.
Cuando la persona a cuyas órdenes está un homicida, no se pronuncia enérgicamente para condenar ese acto; cuando al contrario, lo justifica; cuando no adopta medidas para evitar que algo así vuelva a suceder, entonces esa persona es responsable de homicidio. Es homicida también, sólo que jerárquico.
Debo decir entonces, no caben otras palabras, que el titular del Ejecutivo provincial y su ministro de Gobierno son homicidas. Lo sucedido se llama "crímenes de Estado." No son los primeros, pero se ha batido un récord vergonzoso en pocos días.
Hay también palabras exactas para quienes, como integrantes de los mismos poderes o del mismo Estado, callan ante los homicidios. El nombre preciso es "cómplices". No he escuchado ningún comunicado de la fuerza política a la que pertenece el Gobernador, de ninguno de sus comités, que condene los homicidios.
Hay quienes, más o menos amistosamente, me dirán que hablo con dureza. Quizás les parezca duro que alguien use las palabras que corresponden para señalar un crimen, y las complicidades que lo siguen alimentando o haciendo posible. Pero lo realmente duro, es que el crimen suceda. Démonos por enterados de lo verdaderamente duro, de lo feroz de esta historia: están matando pibes. Y si uno lo sabe, y no dice ni hace nada, se vuelve cómplice.
Cuando las palabras se confunden, los pueblos se pierden. La primera palabra que se oyó, no fue la que debía ser. El Secretario de la Gobernación declaró, el mismo día de los homicidios, que lamentaba - no, no que lamentaba las muertes, sino que lamentaba un fallo del Superior Tribunal de Justicia que haría más lento el proceso de reforma constitucional reeleccionista. En cuanto al Ministro de Gobierno, lamentó, no las muertes tampoco, sino los costos de reparación de una comisaría.
Las palabras pueden servir para desorientar y para matar. Cuando el ministro de Gobierno elogia a los policías de mano dura y señala que deben "defenderse", sin fijar los límites de sus acciones, está decidiendo acerca de la vida y la muerte de los integrantes de su propio pueblo. Cuando el Gobernador no lo corrige públicamente, se está haciendo responsable de los mismos dichos y los mismos actos. ¿Tendremos que recordarles que en nuestro país no existe la pena de muerte, menos aún decidida por un funcionario ejecutivo?
Cuando no hay palabras verdaderas, todos corremos peligro. La falta de estas palabras en la fuerza gobernante, la ha de llevar una y otra vez hacia el crimen de Estado.
En esta fuerza se ha llegado a llamarle "política", no a la estrategia para buscar consensos y promover el desarrollo humano, no al modo de producir decisiones sensatas que superen los conflictos o abran camino para ello. No; en este elenco se ha convenido en llamar política al arte de sobrenadar las crisis y los conflictos, para mantenerse en pie y ejerciendo los cargos. No es política lo que así llaman, sino surfeo interesado.
Pero si no se practica la política como herramienta para pensar y mejorar nuestra sociedad, será entonces inevitable que en algún momento, cuando el conflicto es una ola que amenaza la estabilidad de la tabla de surf, estos funcionarios apelen a la violencia más o menos encubierta - cada vez menos encubierta. No saben otro modo de resolver los conflictos.
Devolvamos a la palabra "política" su verdadera dignidad. Entonces nos daremos cuenta de que no padecemos un sobrante de política, sino falta de ella. Nuestros gobernantes provinciales auspician un proyecto de despolitización. No nos habilitan para discutir nuestras cuestiones como sociedad, para hallar caminos de solución, sino para votar prontamente una reforma reeleccionista. A esto estaban abocados los comités de la fuerza gobernante, mientras se producían los homicidios de Bariloche.
Han sido confundidas también las palabras "información pública". Esta, como la publicidad de los actos de gobierno, es algo distinto de la propaganda en favor de los gobernantes. Lo sucedido en Bariloche no fue motivo de confiable información pública. En la más luctuosa de las jornadas, era en vano buscar noticias en el canal oficial. Su horario central de la tarde y noche estuvo ocupado por el show de Marcelo Tinelli.
No son estas las primeras ni las únicas confusiones de palabras del elenco gobernante. El mismo ministro de Gobierno ha presentado a las reivindicaciones de tierras de los pueblos originarios como actos agresivos. Con ello ha mostrado desconocer la Constitución Nacional y los pactos firmados sobre el tema. Para él, "hasta los vikingos" podrían venir a reclamar tierras. Poner a los mapuche, que ya estaban aquí desde antes de la existencia del propio ministro y de la llegada a estas tierras de sus ancestros, a la par de los"vikingos", es una confusión de palabras que sólo sirve a otros actos de agresión. La malevolencia va pareja con el desconocimiento; da para preguntarse si este funcionario habrá logrado su título copiándose en los exámenes. Desde su área también se ha procedido con lenidad ante las denuncias de complicidad entre algunos policías y la trata de personas, complicidad que nos ha ganado lamentables títulos en informes periodísticos nacionales.
Este mismo ministro declara, en un acto público, que él y su policía sabrán darle "respuesta a todos". Si es la respuesta ya demostrada en Bariloche, es para temerle. Pero el Gobernador no ha corregido esas amenazantes declaraciones. Nos indica que él, con su policía, ha logrado "recomponer la paz social". Peligrosa confusión, esta de llamar "paz social" al resultado de las muertes provocadas desde el Estado. Y si a ello se suma el desprecio del mismo funcionario hacia los "políticos", cuyos cuestionamientos son para él meros manejos oportunistas, estamos ante el regreso del discurso de los tiempos de facto.
No es tiempo para Uriburus de escritorio y corbata, que alientan fusilamientos por decisión superior; no es tiempo para una "paz social" asentada sobre los muertos. Los rionegrinos no merecemos esto. Ni lo merece la policía provincial, en la que conocemos a muchas personas honestas, capaces y con sensibilidad social.
Detengamos esta maquinaria de políticos sin política, de un abogado que desconoce los derechos, de un medio de comunicación que propagandiza y no comunica. Pero antes que nada, detengamos la confusión de las palabras. Que no nos engañen.
Porque cuando las palabras se confunden, los pueblos se pierden.
El Gobernador, ocupado frenéticamente en su reelección, y su ministro de "paz social", debieran tener presente que la confusión de palabras no ha de durar mucho tiempo. Más pronto o más tarde, sus actos, y ellos mismos, serán llamados como lo que son. Y tratados como tales. En el momento más oscuro de la noche, se columbran las estrellas.
Recuerde este elenco de poder, sus ejecutores y sus cómplices: la historia la ganan las víctimas. No debiera haber víctimas injustas; no debiera ser ese el camino para el cambio histórico, por una cuestión de humanidad. Pero cuando las hay, empieza el fin de la era de los victimarios.
FUENTE
Red Latina sin fronteras