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lunes, 24 de diciembre de 2018

OSVALDO BAYER, ESE IMPRESCINDIBLE SEMBRADOR DE IDEAS LIBERTARIAS

Por Carlos Aznárez

Para despedir a un maestro con talla de gigante como Osvaldo Bayer, es necesario sin ninguna duda, intentar hablar acerca de un hombre digno. Esta simple palabra, tan en desuso entre politiqueros, funcionarios de diverso pelaje y una buena cantidad de fabricantes de ilusiones, define muy bien a quien ha hecho de la coherencia una forma de vida. Solo el haber reencontrado para la memoria de nuestro pueblo la heroica pelea de los trabajadores rurales de la Patagonia, contando sus historias de rebeldía y coraje, pero también la tragedia que generó la represión sobre ellos, vale para calificarlo como un notable recogedor de testimonios de ejemplos de vida.
Quién no recuerda la agudeza con que Osvaldo retrató al nefasto coronel Varela, gestor de una de las grandes masacres que tiñeron de horror el sur argentino. Sin embargo, el Bayer investigador no dejó que la sombra de una sospecha de derrota definitiva o de lucha innecesaria se adueñara sobre aquella que había sido una de las tantas gestas del movimiento internacionalista, y para eso no solo reivindicó cada uno de los gestos de esos abnegados peones chilenos, argentinos, italianos, gallegos, polacos y alemanes que poblaron a punta de coraje tierras tan inhóspitas, sino que acercó al listado de las acciones indispensables: el gesto libertario de un Kurt Wilkens, por ejemplo, evocando la humildad y la valentía del ajusticiador del milico Varela. De esta manera, Bayer dio pautas de que la larga mano de la justicia popular puede tardar en llegar, pero, cuando lo hace, ilumina de conciencia y razón.
Osvaldo periodista, Osvaldo escritor, Osvaldo el hermano de nuestros “anarcos queridos”, como diría ese otro virtuoso llamado Alfredo Zitarrosa. Nadie como él ha trabajado el tema de los ácratas locales, desmitificando a esos hombres y mujeres que la oligarquía y su prensa aliada siempre pintaron como criminales y delincuentes. Ahora, qué duda cabe, les dirían (y les dicen) “terroristas”, como a nuestros treinta mil.
Rescatar la figura combativa de un Severino Di Giovanni y desmenuzar su larga trayectoria de anarquista expropiador, fue un mérito que siempre se agra- decaerá a Bayer, por poner claridad sobre qué significa el uso de la violencia revolucionaria y cuáles son sus aspectos reivindicables y sus límites. Pero no se contentó con este aporte sino que entregó a sus lectores las páginas más bellas de un puro amor como el que vivieron hasta la muerte Severino y la joven Josefina Scarfó. Di Giovanni cayó bajo las balas de quienes lo fusilaron, reivindicando a la anarquía y añorando a su inseparable compañera. Ella lo sobrevivió muchos años más, pero jamás dejó de adorarlo y defender su trayectoria. El minucioso trabajo de recoger cada una de las innumerables cartas entre ambos que hizo el escritor hoy fallecido puso luz sobre como se pueden encerrar en un puño la pasión por la revolución social, la decisión de armarse para llevarla a cabo, la conciencia de formarse diariamente a través del estudio y la pasión de amar, ese querer con todo que suele atravesar nuestras vidas en ciertas e inolvidables circunstancias.
El Bayer del exilio también se mostró inclaudicable. Colaborador consecuente de quienes no se rindieron jamás y, aun lejos del país, siguieron plantando cara al enemigo que los obligó a marcharse; acompañante obstinado de las buenas causas y colaborador de cada una de las actividades que se plantearon para denunciar a los Videla, Massera, Agosti, Galtieri o Brignone que tiñeron de sangre esta buena tierra. Sus artículos, publicados en el exilio en la primera etapa de nuestra publicación “Resumen” (de la que fue colaborador permanente) y luego reproducidas por otras páginas rebeldes, ayudaron a comprender lo que decían cada jueves las Madres en la Plaza, que “la única lucha que se pierde es la que se abandona”. De allí, que él fue siempre uno de sus compañeros más queridos. No hay rincón del país donde se haya violado alguno de los derechos humanos donde no se hayan acercado el pañuelo blanco de Nora Cortiñas junto a Osvaldo o nuestro querido Adolfo Pérez Esquivel.
Pero hay otra faceta de Bayer que es importante aplaudir y recordar en este momento en que empezamos a lamentar su ausencia física. Pocos como él, han llevado adelante en este país colonizado en el literal sentido de la palabra una batalla tan vehemente en defensa de los pueblos originarios y en repudio a quienes practicaron contra ellos el genocidio más atroz. Denunciando a asesinos como Julio A.Roca, Osvaldo instaló la semilla de una pauta revisionista histórica y de salud mental para las nuevas generaciones. Y lo hizo, un día, maldiciendo al criminal frente a uno de los tantos monumentos con que la nación mancillada homenajea a sus asesinos; en otra ocasión, reivindicando a los caciques y tropa corajuda que se alzaron en lanzas contra quienes los expulsaron de sus tierras y los asesinaron por miles.
Ahora que el maestro ha partido hacia nuevas dimensiones, no hablo de muerte sino de la carencia que sentiremos, todo será más difícil a la hora de reconstruir pedacitos olvidados de nuestra historia o de enfrentar con fiereza a logreros, oportunistas y mentirosos que pululan entre la mal llamada intelectualidad argentina. Sin embargo, sus sentencias, escritas como ráfagas en todos estos años, no podrán ser sepultadas. Cada vez que una voz autoritaria quiera imponerse sobre el resto, convocando a la muerte como custodia, el verbo esperanzador de Osvaldo Bayer buscará asomar de donde sea, y ayudará a seguir caminando sin más miedos que los necesarios.