Buenos Aires (Marcha).
Por Sebastián Tafuro. A 11 años del 2001, la CTA de Micheli y la CGT de Moyano son los principales convocantes de una movilización a Plaza de Mayo el día de hoy. Con varias demandas legítimas pero con la presencia de actores nefastos entre los organizadores, el 19D apunta al juego político de 2013 y deja en el olvido el recuerdo de aquellas históricas jornadas.
Se cumple un nuevo aniversario del 19 y 20 de diciembre de 2001. Dos días que fueron emblemáticos para el pueblo argentino. Dos días en que la crisis del neoliberalismo como paradigma político-económico hizo eclosión y aunque varias de sus huellas perduren hoy en día, un sentir social mayoritario se ha inclinado – con mayores o menores grados de radicalidad en los planteos de cambios estructurales – hacia una superación de dicho sistema. Dos días en que muchos ciudadanos dejaron la vida en las calles, luego de una feroz represión que se desató en todo el país, con el epicentro mediático en el Microcentro porteño. Dos días en los cuales un gobierno que era producto de una alianza entre la Unión Cívica Radical (UCR) y el FREPASO demostró que no sólo era inepto, sino que podía dejar a las fuerzas de seguridad actuar a sus anchas contra la vida de un sinfín de compatriotas. Dos días que algunos pretenden olvidar con acciones y omisiones nada inocentes.
Hoy por la tarde, mientras se empiecen a conmemorar 11 años de aquellos sucesos, se llevará a cabo una movilización a Plaza de Mayo organizada fundamentalmente por 3 de las 5 centrales sindicales que en la actualidad existen en la Argentina: la CTA disidente, conducida por Pablo Micheli; la CGT Azopardo, liderada por Hugo Moyano y la CGT Azul y Blanca, cuyo secretario general es el gastronómico Luis Barrionuevo. Bajo varias demandas legítimas (que alimentaron el paro nacional del 20 de noviembre) el carácter del evento exhibirá un claro tinte opositor al kirchnerismo que excede por mucho los justos reclamos que tiene una buena parte de los trabajadores de nuestro país.
La elección de la fecha, el horario de las 18 elegido para que se sume la clase media (“En la Argentina hemos hecho marchas por separado el 8 de noviembre y el 20 de noviembre y creo que es tiempo de juntarnos. La unión no sólo suma sino que fundamentalmente multiplica”, dijo Micheli el lunes en la conferencia de prensa donde se anunciaba el carácter de la convocatoria) y la participación activa del radicalismo en la marcha – centralmente a través de la OTR (Organización de Trabajadores Radicales), pero de seguro sumando a algunos dirigentes de primera línea del partido – convierten esa jornada en poco más que una burla a los hechos y significados de esos días tan memorables como aciagos, en donde la lucha y el deseo de cambios se entremezclaron con la tragedia del hambre y la muerte.
No nos vamos a referir a los posicionamientos ni a la historia de Hugo Moyano, como tampoco a la de Luis Barrionuevo (mucho menos a la de un sector patronal como es la Federación Agraria de Eduardo Buzzi). Nuestra inquietud pasa por el espectro que se organiza y moviliza en torno al liderazgo de Pablo Micheli. Mientras ese diciembre tenía a la CTA juntando firmas en las calles de todo el país en el marco de la Consulta del Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO), una iniciativa exitosa que abogaba por la construcción de un nuevo modelo económico; 11 años después, además de haber dejado de existir como tal dada la ruptura a fines de 2010 en dos partes, un sector de ese histórico espacio alternativo al modelo sindical que imperaba en ese entonces (y que hoy continúa vigente) decide llevar adelante una movilización con aquellos actores que combatía en todos los ámbitos posibles. Esto no es unidad en la acción como sucedió en el paro del 20N, esto es decididamente el rejunte de un conglomerado de actores que se proponen – aunque no lo expliciten – medir fuerzas de cara a por lo menos un par de armados opositores al kirchnerismo: la del dueto entre parte del FAP y la UCR y la de los que, creciendo con sectores de izquierda y centro-izquierda, intentarán jugar alguna ficha en la interna del peronismo.
Volviendo al radicalismo, el actor convocante (aclaramos de nuevo, a través de la OTR) que más urticaria genera entre quienes se postulan de izquierda, su actuación en los años previos al 2001 y durante las jornadas decembristas no puede ser caracterizada bajo el mote de inutilidad. El radicalismo, como lo fue el menemismo y como luego lo sería el duhaldismo (no vaya a ser cuestión de que absolvamos al PJ), fue neoliberal y asesino. Y con personajes así, aquellos que tienen – de mínima – un ideario progresista, que pretenden “correr por izquierda” al gobierno kirchnerista, no deberían marchar de la mano. ¡Y más en semejante fecha!
Ya podía generar cierto ruido el paro del 20N, pero la lógica de una huelga no es la misma que la de una movilización. Así como ese paro lejos está de ser “de derecha”, tal como lo caracterizaron las principales voces del kirchnerismo, ya que sus demandas eran sentidas (y lo siguen siendo) por un sector importante del pueblo trabajador, las características de esta movida ponen sobre el tapete la intención de expresar un mensaje netamente político que, a partir de una agenda principalmente “de izquierda”, tenga derivas que en nada permiten sospechar la construcción de iniciativas populares que se propongan superar la enorme cantidad de puntos deficitarios (enmarcados en una estructura económica y distributiva lejana a los intentos post-capitalistas de otros países del continente) que los movimientos que pelean por un verdadero cambio social le cuestionan al Gobierno.
En la Argentina se dice habitualmente que la gente se olvida de determinados hechos. No creo que sea así. Somos muchos los que no olvidamos ni tampoco perdonamos. Los errores en política, en general, se pagan. Y hay lugares de los que luego es difícil volver. Muy difícil.
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