Por Laura Vinaya
Mataron a Atahualpa.
Y ahí comenzó un camino en el que nos hemos encontrado con nosotros mismos, fundamentalmente.
Mi tía, su madre, una mujer noble, que me enseñó que la solidaridad es compartir lo que uno tiene y no lo que le sobra; que aprendió de su madre, mi abuela; colla, que apenas hablaba el castellano y que tuvo que venir a Buenos Aires desde su Oruro natal, buscando un mejor lugar para sus hijos, que en la gran ciudad y sumida en una profunda tristeza, vendía limones en la calle y criaba a su todavía pequeña hija, Julieta, madre de Atahualpa, luchadora incansable, constructora de nuevos horizontes, amiga, mujer que escucha y aprende, que comparte, que camina, que intenta el disfrute, que baila, que ama a su gente, que cree en lo justo, que pelea por ello.
Hablo de ella, Julieta Vinaya porque ella es madre que aprendió y enseñó a sus hijos. Es madre que hoy en la pérdida de un hijo, se mantiene en pie porque sabe que tiene que encontrar la verdad, porque sabe que Atahualpa se multiplica en los muchos otros jóvenes que han sido asesinados.
En su entierro éramos muchos. Ahí les pedimos a los que conocían a Ata que narraran anécdotas que dieran cuenta de la persona que él era; temíamos que, como en otros tantos casos, se ensuciara su imagen.
Así fue que nos encontramos con lo que cuentan sus compañeros de 5to año del CEM 18: Ata siempre comparaba alfajores para sus compañeras embrazadas, traía fotocopias demás por si alguno se hubiera olvidado de sacarlas, llevaba en el manubrio de su bicicleta a su vecino y amigo Osvaldo, que tenía dificultades para caminar y por esto llegaba tarde.
Su padre cuenta que en los veranos elegía desde muy chico pasar sus vacaciones en la línea sur junto a su tío y abuelas, porque le gustaba ayudar en las cosas del campo, tanto que había aprendido que cuando los animales se perdían, era el viento el que lo guiaba hasta ellos.
Ata era un joven que tenía sueños, que quería construirlos con sus manos, por eso había tomado un terreno para su hermana y su sobrino porque quería que tuvieran algo en el futuro; sabía que se iría a estudiar medicina a Cuba el próximo año, así lo habían acordado con su madre, quería ser médico para volver y trabajar en aquellos lugares donde faltan, en la línea sur de Río Negro por ejemplo, él decía correr con algunas ventajas: sabía carnear, andar a caballo, conocía a la gente del lugar… muchas veces le había explicado a su tío Servilio que no tenía que poner su huella digital en ningún papel, así le sacan la tierra a la gente mapuche.
Nos lo arrancaron el 15 de junio del 2008, a Atahualpa lo sacan de un bar, le disparan por la espalda y lo arrojan en las afueras de la ciudad de Viedma. En medio del desconcierto que resulta perder a un familiar en estas circunstancias, nosotros teníamos claro que alrededor de Ata no había razones para que esto sucediera (en todo caso ¿cuál es la razón para asesinar a otro?). Nadie vio nada. Nadie escuchó nada.
La familia Vinaya y la familia Martínez, con orígenes collas aymara y mapuche seguimos, a cuatro año del asesinato, difundiendo esto que pasa en la provincia de Río Negro, porque en el conocimiento de nuestra realidad creemos que romperemos los lazos del silencio y la impunidad para hallar a los responsables. Ojala cada lucha de cada madre, de cada padre, cada hermano y hermana de aquellos a los que mataron, pueda encontrar la luz de la esperanza, aquella que solo aporta la verdad.
Correo electrónico: justiciaporata@yahoo.com.ar
Blog: www.justiciaporata.blogspot.com
Editoriales ANP
