Una tarde, en un día de playa de la Ciudad de Gaza se encuentran niños
jugando futbol, disfrutando de su infancia, donde su mayor rivalidad es el
enemigo deportivo, meter mas goles y no dejarse meter ninguno. De momento se
escucha un sonido ensordecedor, se deja de escuchar las risas de esos jóvenes.
Se levanta una polvareda y se nubla la imagen. Empiezan a caer los niños, se
desvanecen uno a uno y el silencio toma el lugar del ruido. Por Palestina libre
(ANRed).- La imagen empieza a esclarecerse , empieza a
bajar la polvareda y no se encuentra niños, ya no hay quien ría ,ahora solo se
escucha lloros, gritos de desesperación, indignación y rabia; rabia por no
entender que paso, no entender porque esas vidas se apagaron.
Esos muertos, esos
jóvenes que tenían tanto por vivir, que nunca podrán ser futbolistas, ni
cumplir sus sueños, sus deseos e ilusiones. Niños que no sabrán que es el amor,
que es la pareja, que es el sentirse hombre independiente. Murieron en la flor
de la vida, en la edad donde el único derecho es disfrutar de esa vida.
Estos niños dejaran una escuela con menos
pupitres, se perdió un posible medico, deportista, músico, pintor o bailarín.
Son los hijos de lo que pudo ser y no fue. Que habrán sido esos niños, quien lo
sabrá, ellos se lo llevaron a la tumba.
Por mi parte no puedo entender porque en el
fuego cruzado tuvieron que verse inmiscuido estos niños, esos hijos que
nacieron en medio de una guerra de la que son parte porque nacieron en esas
tierras, pero no entienden ni el motivo ni la razón de ese conflicto. Pero ya
la guerra lo alcanzo y cobro su parte de crueldad. Se llevaron a unos niños,
que no tenían la conciencia ni la malicia de odiar a alguien, pero ya forman
parte de los caídos y ayudan a exacerbar el odio y al indignación. Imágenes de
niños bajo escombros, mutilados o en los hombros de alguna persona; vidas que
se ven a diario que desaparecen y se esfuman, cae la noche, otro niño dejo de
existir, otro sueño se borro. Y claro no hay que olvidarnos igual del niño
ensangrentado, con ese color rojo que lo baña, ese rojo que antes era el color
con que pintaba imágenes, ahora ese color lo pinta a él. Niño que empieza a
conocer lo que es el dolor , lo que el sufrir, cambio esa cara de felicidad,
por una cara de tristeza, ya no ríe, porque no tendrá por que reír, ahora solo
llora, exacerbara el odio, porque uno no sabe a quien pierde en esta guerra.
Capaz el sobrevivió, pero pudo perder un
familiar, un hermano pequeño a quien aconsejar o un hermano mayor, que lo
aconsejaba. Podrá perder el sostén de su vida, una madre o un padre, que lo
lleve a englobar la lista de los huérfanos. En estas guerras siempre los más
débiles pierden, derraman la sangre, pierden lo que más quieren y hasta las
condiciones de vida, como su casa destruida, escuela u hospital. Para el será
el motivo de quedarse muerto en vida; capaz para las estadísticas solo sea
infraestructura dañada y más dinero en recuperación. A veces nos volvemos fríos
y solo vemos la parte cuantificable de las cosas, ya solo nos importa eso, todo
es números rojos y azules. Pero para ese publico de números, ahí cifras que
también se suman, y en ello las Naciones Unidas ya contabilizan en 8 días de
conflicto cerca de 1.500 heridos y más de 200 víctimas mortales, de los que el
46% son niños y mujeres.
Esos numero llenos de sangre, son los muertos
de un conflicto que no tiene una ganador, porque ya el ganador hace años gano
esta guerra, este conflicto solo sirve para seguir aumentando el número de
ángeles, solo eso, estamos llevando al cielo a niños antes de tiempo, donde los
mandamases de la guerra tienen sus motivos, pero los afectados, esos niños, no
sabrán nunca el por qué, el cuando y el momento que les tocara partir.
A
los que cayeron en esta lucha injusta y los que seguirán cayendo, solo les pido
perdón porque seguimos permitiendo esta guerra injusta, perdón porque no
sentimos el sufrimiento de ustedes como si fuera nuestro, perdón por que no le
damos el valor a ese hijo, hija o madre; perdón por nuestro egoísmo donde solo
nos importa nuestra vida y no la del prójimo.
Mil
veces Perdón.
Fuente: Amaru Samanamú Zilbert, Aporrea.org