Escrito por Silvana Melo (APe).- Mientras la escuela ya dejó, hace tiempo, de buscar la llave para desactivar la fatalidad y el desencanto, la mitad de los maestros de la provincia de Buenos Aires gana menos de 3 mil pesos. Un dato frío, despojado, objetivo, que coloca a la escuela en el polvoriento camino de las disputas. En las que pierde brillo y lentejuelas. Y suma a sus trabajadores a los ocho millones (la mitad de los 16 millones de ocupados del país) que intenta sobrevivir cada mes con menos de 3 mil pesos en el casillero de las retribuciones. La educación, que debería ser el rayo alterador de destinos, la soga para enlazar y torcer los rumbos preasignados, la demoledora de mandatos, es en realidad la pariente pobre del sistema. Devastada por la demolición consecutiva de todos los que la pensaron mujer, pequeña y marginal para someterla y alejarla de aquellos a los que amenaza con liberar. Y la confinaron con su valijita en el cuartito al fondo del gallinero.
Es complicado encender el motor de la transformación, enarbolar a la educación como bandera antidestino (Violeta Núñez) y sostener una familia con menos de tres mil pesos.
Entonces la lucha arranca cada marzo. Y no es una lucha por poner en marcha ese motor que está frío y no responde, sino que es el combate por el salario, las paredes en pie y un calefactor en el aula. Donde finalmente la escuela tantas veces se vuelve replicante de los vicios y los cimientos sistémicos más perversos. De la desigualdad y la distribución inequitativa del conocimiento. Que después es desigualdad sin retorno en el rodamiento social.
Paulo Freire decía, en 1998, que “la diferencia entre (los analistas posmodernos) y yo es que yo no acepto de ninguna manera renunciar a la lucha. Y, por eso, no caigo en el fatalismo que carga el neo-liberalismo en su discurso. Yo no creo que la lucha sea inviable. Lo que constato es que la lucha a la antigua no va más”. Eran los tiempos de la muerte de las ideas, del fin de la historia, de la lucha cesante. Cuando no había botón que activara el sentido. Cuando apareció la fatalidad, para dominar vastísimos sectores sociales ya re-signados. Puestos en un espacio del que –se han convencido a través de generaciones- no se emerge.
Los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que difunde el INDEC pone en vidriera datos del tercer trimestre de 2012, que pueden presumirse peores. El número, cruzado con una cifra de batalla de la UDOCBA y otra de investigación de la UBA, confluye en el embudo de un conflicto eternamente irresuelto por la paga. Que supera las fallas estructurales, el deterioro de la formación docente, la frecuente falta de compromiso de muchos trabajadores de la educación (a quienes tanto les costó asumirse como tales) y la vocación expulsiva de la escuela hacia lo que genere diferencia o ruptura.
Los docentes de la provincia de Buenos Aires están encerrados en el sector más injusto de la estadística. La cifra lanzada por un dirigente de la Unión de Docentes de la Provincia de Buenos Aires (UDOCBA) –que aseguró que “el 50% de los compañeros sobrevive con $2900 de sueldo como todo concepto”- fue legitimada puntillosamente por el portal www.chequeado.com, que ejerce un imprescindible periodismo de datos: el salario inicial de un maestro es de 2900 pesos y es lo que cobra el 50%. La referencia salarial, en general, es un maestro con diez años de antigüedad que trabaja una jornada simple: 4092 pesos. De ese salario, calcula el Suteba, lo que cobra efectivamente el docente son 3317 pesos.
En la pirámide salarial del país, Buenos Aires está muy abajo: en el puesto número 18 entre todas las provincias argentinas. Es decir, 2.500 pesos por debajo de Santa Cruz (la mejor paga) y apenas 460 pesos por encima de Formosa. Que es la más pobre, la más injusta y, por supuesto, la que peores salarios paga a sus docentes.
La escuela es la triste princesa de los desencantos. Compleja, pobre y estigmatizadora. Las aulas de la provincia de Buenos Aires están repletas de trabajadores que intentan sobrevivir con salarios magros. Y no de idealistas, militantes ni vocacionales que dan su vida por sostener a un pibe y enamorarlo. La universalidad educativa en los papeles choca brutalmente con la aridez territorial donde centenares de miles de chicos abandonan la secundaria, cesanteados por un sistema que no los contempla. Y los docentes forman parte de ese sistema.
Los cambios ministeriales en la Provincia han sido claros: la ex senadora Nora de Lucía es una experta en economía que fue parte integrante de Hacienda y Producción en la misma gobernación de Scioli. Su visión de la educación, por lo tanto, es fervientemente economicista. Un guiño del sistema a la fatalidad.
Hoy por hoy, la lucha no incluye la transformación educativa, sino la mejora salarial. Que es imprescindible. Pero no cambiará la vida de los chicos si llega sola. No transformará. No torcerá rumbos. No revolucionará el patio de atrás para que sea el de adelante.
Sólo dejará a los chicos sin clases. Afuera. En la calle. Con otra soledad y otro desamparo.
Los docentes están encerrados en el sector más injusto de la estadística. Pero también están entrampados en el engranaje sistémico que construye futuros diferenciados. Años de destrucción pensada y sistemática los tomaron de rehenes, los formatearon y los convirtieron en cómplices.
“Si yo pudiese influenciar más, convidaría al magisterio y a sus dirigentes a re-examinar las tácticas de lucha. No para abandonarla. Yo sería la última voz en decir “No luchen” a los profesores. Yo quisiera morir dejando un mensaje de lucha. Tengo la certeza de que no es posible el fatalismo. Puedo concluir que la huelga ya no tiene el sentido que solía tener, y por eso quiero saber cuál es su sustituto. Lo que no podemos hacer es cruzarnos de brazos”, decía Paulo Freire en 1998. Mientras se velaba a las ideas, se cerraban las puertas de la historia y el destino estaba clavado en la frente de todos.
La lucha de estos tiempos deberá vencer la propuesta inaceptable del Gobernador que envía un tercio del aumento propuesto al 2014. Pero fundamentalmente deberá desactivar la cruz y la fatalidad. Y encender el corazón libertario que la educación perdió en las desgracias del camino. Cuando vuelva a ser libre hará libres. Y ésa será su revolución.