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martes, 12 de febrero de 2013

ENTRE RÍOS: UNA FAMILIA CAMPESINA JAQUEADA POR LOS AGROTÓXICOS


La muerte de casi 150 ponedoras y la pérdida del sistema reproductivo de las aves en la chacra de los Ariza, en San Benito, volvieron a encender luz roja sobre los agrotóxicos. Los químicos ya habían acabado con sus porcinos, lo que provocó la respuesta del campesino con un disparo de advertencia sobre un mosquito (máquina pulverizadora). Jaqueada por los cultivos a escala, esta familia no agacha la cabeza y denuncia al sistema.

Por Daniel Tirso Fiorotto

Paraná, 8 de febrero de 2013 (Análisis Digital).- La palabra derrota no figura en el vocabulario de los Ariza. Cercados por la soja y todos sus invitados (herbicidas, insecticidas y otras sustancias preparadas para matar), son testigos directos de los efectos de esta agricultura a escala sobre las aves, los cerdos y las personas.
Primero las pulverizaciones les provocaron abortos entre las cerdas, y les arruinaron la producción. Entonces probaron con gallinas. Ahora las gallinas dejaron de producir, y muchas se murieron.
La ciencia no da una explicación clara, pero Julio Ariza asegura que uno de sus vecinos roció el campo con químicos en cinco oportunidades desde que le llegaron las gallinas con 60 días de vida, y que lo hizo incluso en jornadas con viento.
Como minifundistas, obreros de la tierra, tienen que pagar un crédito y dar alimento a las aves que no devuelven producción, aparte de la pérdida por las muertes. En este 2013 la ecuación es clara: ya se ven fundidos.
El de los Ariza es un caso testigo de los efectos del sistema agrario actual. El destierro los espera a la vuelta de los esquina. O el riesgo de su salud psicofísica. ¿Quién aguanta?
En diálogo con ANALISIS, Julio Ariza acusó a los agrotóxicos de varios problemas de salud que han sufrido en su familia, y sostuvo que a muchos campesinos les pasa algo similar pero son más remolones para denunciar, o prefieren ocultarlo porque son sus propios vecinos, parientes, amigos, los que usan los agrotóxicos como algo de lo más natural, en un modelo que los gobiernos aprueban y fomentan.

Pero el problema está lejos de quedar circunscripto a los alambrados de la chacra: la verdad es que entre San Benito y Oro Verde la paz social pende de un hilito.
Las autoridades provinciales y locales están bien informadas y lo dejan pasar. Sin embargo, el tiempo en vez de mitigar los sentimientos los excita, porque las causas del malestar entre estos vecinos se repiten.

El tiro de advertencia
La pelea con un propietario lindero a raíz de las fumigaciones con sustancias químicas ya tuvo sus puntos de violencia recíproca, y los funcionarios públicos (ministros, profesionales) no ven o no quieren ver la magnitud del problema, y el peligro al que han sido expuestos todos allí.
Violencia de los que toman el sistema como propio, sin juicio crítico, y fumigan con desidia; y violencia, claro, también como respuesta.
El predio de 15 hectáreas de San Benito sur, zona sub rural, donde viven Julio Ariza con su esposa y su hijo se está convirtiendo en una valla contra el sistema, y esa valla es la familia que sufre los efectos “colaterales” del sistema en carne propia y no se calla.
Harto de las fumigaciones que le habían dañado la producción de cerdos, un rubro en el que los Ariza se habían especializado, y harto de las provocaciones por el uso desaprensivo del mosquito (la máquina de fumigar) en el predio de al lado, Julio Ariza tomó un arma un día de febrero de 2011 y descerrajó un tiro sobre el mosquito cuando pasaba frente a su pequeña chacra.
No hubo daños personales, el hombre apuntó a la máquina y a una distancia que no provocara daño al operador, pero la relación entre vecinos que ya resultaba imposible terminó por explotar.
Es que tras el aborto de cuarenta y seis lechones, los campesinos habían constatado que las sustancias químicas actuaron contra la reproducción de las catorce madres que tenían y un padrillo, además de otros animales en engorde. En poco tiempo vieron, impotentes, cómo se les esfumaban los planteles y ni las autoridades ni los aplicadores respondían a sus advertencias.

Ayer cerdos, hoy gallinas
Aquel balazo logró que la disputa tomara repercusión, pero hoy Julio no aconseja ese camino. “Hay que estudiar y organizarse”, dice, porque estos métodos de cultivo “nos están enfermando y nos obligan a emigrar”.
También tomó conciencia de que la embestida de los agronegocios, amparada en una alianza de las multinacionales y los gobiernos, no se frena con una bala: hace algunos meses les sorprendió una merma abrupta en la postura, entre las gallinas, y con el correr de las semanas unas 150 se murieron.
En las necropcias, los expertos observaron que las aves sufrían una atrofia en el aparato reproductor (la huevera), pero no ofrecieron certezas sobre las causas.

Sin cerdos, con las gallinas arruinadas, ¿qué hacer?
Julio Ariza apunta a las pulverizaciones. Para él, queda a la vista que los esfuerzos en el trabajo, propios de los campesinos, son infructuosos ante el vendaval sojero que está asolando a la región.
Señala que su vecino hace caso omiso de las advertencias y siembra “en la cuneta de caminos vecinales, es decir donde pasa la gente, los chicos a la escuela, y el agua de lluvia o de vertiente que desembocan en arroyos y cruza todo el límite entre Paraná, San Benito, hasta llegar al río; y después esos distraídos culpan al parque industrial cuando saben que por kilómetros esa agua que algún día tuvo peces hoy tiene veneno”.
Granos genéticamente modificados, sustancias químicas regadas con desaprensión, cocteles peligrosísimos, incumplimientos permanentes de normas que tampoco alcanzan, siembra a gran escala con predominio del capital financiero sobre los trabajadores de la tierra… Es el llamado modelo Monsanto, con semillas e insumos aportados (y patentados) por Monsanto y otras pocas firmas, y el comercio y la exportación controlados por Cargill y un puñado de multinacionales. Todo con anuencia e impulso del estado.
A los Ariza les quedan hoy algunos pollos, pero su situación económica es crítica. Y Julio ya advirtió, por diversas vías, que tiene la paciencia colmada.
Sin embargo, todos los días se dedica a buscar razones y pruebas, y lo hace con tal minuciosidad que seguramente sus documentos servirán de base para más de un ensayo sobre el tema.
Muchos sufren, pocos anotan como lo hace Julio Ariza. Ni la velocidad y el rumbo de los vientos se le escapan.
A partir de las experiencias negativas que ha tenido con cerdos y gallinas, estudió las leyes, los decretos, las normas de todo tipo que rigen en el uso de agrotóxicos, y las consecuencias de las fumigaciones sobre abejas, aves, cerdos.
Julio afirma que las leyes son insuficientes pero además la aplicación es generalmente incorrecta ante la vista gorda de las autoridades, y siente que los campesinos están a la intemperie.
Estima que sólo falta que quienes viven en zonas rurales, incluso los alumnos y docentes que asisten a las escuelas de campo, denuncien lo que cada uno ha padecido para verificar con un registro exhaustivo la magnitud del problema.
“Estamos dispuestos a hacer la denuncia pública, lo que procuramos es que el derecho que tenemos de vivir en un ambiente sano y criar animales no sea violado por un vecino que utiliza agroquímicos (herbicidas, insecticidas), y despertar la atención de los que callan por miedo y de los funcionarios políticos que tienen a su cargo las decisiones en esta materia”, comentó Julio.
La decisión familiar es firme: no a la resignación, no al silencio.
Los Ariza conocen el origen del problema: un sistema que facilita la producción a escala y que expulsa a los pequeños productores.
Miles de grupos como los Ariza han emigrado de las zonas rurales o de los caseríos y poblados menores. Así, Entre Ríos es conocida como patria de las taperas y los pueblos fantasmas. De hecho, algunos cálculos permiten sostener que unos 40 entrerrianos emigran cada día, desde hace décadas, por la falta de oportunidades de arraigo y trabajo digno. En sesenta años se han marchado de la provincia no menos de 750 mil entrerrianos por falta de trabajo y la sangría continúa.
La confluencia de pooles (capital especulativo) y agrotóxicos no hicieron más que agudizar el problema.
Y bien: muy cerca de Paraná, entre San Benito y Oro Verde, una familia ha plantado bandera y el sistema está cumpliendo su función de desgaste, los está haciendo pelear con los vecinos, los está empobreciendo y enfermando, les está mellando el ánimo, pero no logra quebrarles el brazo.

¿La Justicia no sabe?
“Ante la aparición de un nuevo delito cuya arma se compara al agente naranja de Vietnam, en la justicia ordinaria y penal desconocen esto porque en el Código Penal este instrumento químico que mata todo ser vivo no está contemplado. A la Policía de la campaña la han transformado en una mesa de entrada de quejas exposiciones y denuncias y le han quitado las atribuciones y deberes que tienen como funcionarios públicos para prevenir delitos”, sostuvo don Julio Ariza.

-¿Qué ocurrió con las gallinas?
- Perdieron el sistema reproductor, es decir que no tienen huevos, la huevera ni siquiera en formación, y el tubo indica junto con la cloaca que llevan tiempo sin poner huevos; son gallinas de alta postura livianas, mantienen su peso.

-Ya habían sufrido el embate sobre los cerdos.
-Todo comenzó en 2010. Como consecuencia de abortos placentarios en cerdos y la confesión de mi vecino de que había fumigado con glifosato y había provocado una deriva nos pusimos a estudiar el tema y lo denunciamos ante la justicia penal. En el expediente se encuentra procesado en la instancia policial por el presunto delito de daño, y la jueza que intervino resolvió ante la existencia a prima facie de delito penal procesar al denunciado Sergio Plez.

-¿Podría resumirnos los problemas que enfrentan?
-Los problemas son de salud y tenemos certificados médicos que van desde una simple aspiración o contacto con agroquímicos hasta una neumonía infecciosa grave con desprendimiento de pleura. En lo que hace a animales, cuando se pulveriza con viento queda inutilizado el campo hasta 100 metros.
Al quedarnos sin animales hemos perdido la capacidad de trabajo como consecuencia de la pérdida del capital. Y por último la más silenciosa consecuencia, según estudios científicos que constan en el fallo del superior tribunal de San Jorge, que es irremediablemente el cáncer. O dicho de otra forma: la pérdida del derecho de vivir en un ambiente sano.

-¿Ante qué organismos denunciaron la situación?
-Los trámites se iniciaron con exposiciones y luego denuncias en la comisaría de San Benito, cuya respuesta fue inmediata. Le dio curso el mismo día al juez de turno, y el juez dio instrucciones a Criminalística y otras dependencias policiales. Esto en varias exposiciones y dos denuncias. Obtuvimos también acceso a la información meteorológica. Donde no hubo respuesta fue en el Juzgado de Faltas del municipio de San Benito, que es la autoridad de aplicación. Ejerce el poder de policía, conforme a la ley orgánica de municipios y la Constitución de la provincia de Entre Ríos. Tras las denuncias presentadas la jueza no ha realizado ni siquiera un apercibimiento o una multa prevista en la ordenanza municipal de San Benito. En resumen hemos denunciado en los organismos conforme a las constituciones nacional y provincial, a la legislación nacional y provincial; exposiciones policiales que se transforman luego en denuncia penal, y en el órgano de aplicación que es la justicia de faltas de San Benito.

-¿Cuáles son sus expectativas?
-Dejar de ser un ciudadano de tercera.

-¿Quiénes serían los de primera y segunda?
-Los de primera son los que viven dentro de una ciudad. Los de segunda son los ciudadanos de San Jorge y otras ciudades del interior de la provincia de Entre Ríos, donde los intendentes han puesto una zona de exclusión para la fumigación tanto aérea como terrestre por simple ordenanza porque está dentro de sus atribuciones. Los ciudadanos de tercera son las familias como Ariza y tantos más, de pequeñas chacras y producciones intensivas, donde las leyes no se cumplen. Ni siquiera los 50 metros que dice la ley, y esto también va para las escuelas de campo donde a 10 metros del patio y comedor donde están los chicos fumigan con veneno que tiene una vida activa de 300 días. Los gringos y criollos con pequeña extensión que producimos en quilos tanto o más comida, en un conjunto o agrupados en una cooperativa, y los chicos de las escuelas, somos los ciudadanos de tercera.

Hasta que el sol se apague
-¿Qué se proponen con la denuncia pública de lo que les ocurre?
-Que la gente se empiece a preocupar porque cuando les llegue a todos será tarde. El agroquímico no lo metaboliza el animal sino que va con él y en definitiva todos ya estamos comiendo veneno.

-¿Cómo están hoy las aves que quedaron vivas?
-Las mantenemos vivas a la espera de tener prueba documental y luego hacer la denuncia penal y si lo que tienen se origina en el contacto con agroquímicos tendrán que ser cremadas. Por otra parte agregamos que queremos tener la mayor cantidad de pruebas, y que la cámara que agrupa a los productores e industriales avícolas peticionó sobre las fumigaciones en galpones de pollos y de huevos, por la gran mortandad que se ha dado en forma simultánea en la provincia de Entre Ríos. Por eso se dictó una resolución que da la razón, el agroquímico mata a las aves, en este caso destruye el aparato reproductor como lo hace con otros animales y seres humanos.

-¿Abandonaron la cría de cerdos?
-Sí, por la falta de capital. Hemos llevado con éxito la cría por más de 20 años, éramos reconocidos en la zona como buenos criadores dando una carne magra y buen gusto, por el alimento a base de granos.

-¿Cree que algunos funcionarios son más responsables?
-Una jueza en el municipio de San Benito, un ex presidente municipal hoy diputado provincial Ángel Vázquez, una corporación de ingenieros agrónomos que tienen a su cargo un poder de policía y se hacen los distraídos, un Consejo General de Educación… todos son conscientes de que están fumigando escuelas, y hay un Ministerio de la Producción que dice fomentar y proteger a los pequeños productores tal como está en la Constitución de la provincia de Entre Ríos y nos convierte a los pequeños chacareros en ciudadanos de tercera a riesgo de muerte, porque en ciencias naturales nos enseñaron que todo producto líquido, solido o gaseoso que mata a un ser vivo es considerado veneno.

La charla en lo de Ariza se hizo larga, hasta la noche, y entre mate y mate la mesa de la cocina se fue cubriendo de carpetas, copias, documentos, expedientes, leyes subrayadas aquí y allá por la mano de don Julio. Como para ponerle un broche al diálogo, el campesino trajo a la memoria la frase de un par mexicano, afectado por el mismo modelo: “la lucha continuará hasta que el sol se apague”.