Se acercaba el año nuevo y ese día no había piquetes petroleros, como durante los últimos meses, ni cacerolazos, como en otras ciudades. La malaria se hacía sentir en los barrios de las afueras de Comodoro Rivadavia, en Chubut, como en cualquiera de las barriadas humildes del país en crisis. La noticia de que habían tomado por asalto la distribuidora de alimentos “La Salteña”, en el centro de la ciudad, corrió como reguero de pólvora, y los pibes en bicicleta y los curiosos que andaban cerca se fueron acercando al lugar. Pancho Martínez, secundado por El Chilote Chandía Tapia y Fabricio de Vigili habían tomado rehenes. “Me comprometo a que el pueblo de Comodoro no va a pasar nunca más hambre” gritó por la ventana Oscar Cárdenas, el dueño de la distribuidora alimentaria, ante las cámaras del canal 9 de la televisión local y los vecinos presentes, que no salían de su asombro. Algunos, incluso, ensayaban un tímido festejo. Claro que el del empresario no era un gesto voluntario: Pancho Martínez lo mantenía encañonado y lo obligaba a ese compromiso público, antes de comenzar, junto a sus cómplices, a arrojar bolsas con dinero, y lácteos, chorizos y embutidos, para que fueran repartidos entre la gente. “Lleven, vamos, nadie tiene que pasar hambre”, insistían los ladrones desde adentro. Al ver la algarabía y el lío que se armaba en la calle y que confundía a la propia policía que intentaba cercar el lugar, la euforia ganó a los asaltantes, que completaron su arenga política: “somos todos víctimas de una crisis sin igual” gritó Pancho, antes de insultar a los gobiernos provincial y nacional. Después, blandiendo las armas por la ventana, siempre ante las cámaras de televisión, entonaron con alegría las estrofas políticas más populares: “los mu chachós pe ronís…..”
El controvertido líder de la banda no era un improvisado en esto de poner en juego formas poco ortodoxas de la delincuencia. Francisco Jesús Pancho Martínez contaba con antecedentes por estafas varias, hurtos y robos menores, pero también había sabido cultivar los vínculos políticos necesarios que le permitieron ubicarse como empleado de la Obra Social de los estatales de la provincia de Chubut (SEROS). También se conocía con el Juez de Instrucción Oscar Herrera, a cargo del operativo policial, con quien dialogaba familiarmente mientras duró la toma con rehenes.
Pero más allá de sus contactos políticos, Martínez era un tipo de barrio y vivió el “que se vayan todos” del lado de su gente. En el barrio Máximo Abasolo, en la periferia de la ciudad, lo recuerdan como un Robin Hood por la acción de La Salteña, y suman a la leyenda una frase contundente, que se repite cuando se pregunta por él: “trajo mucha comida en uno de los tiempos más duros para nosotros”. La leyenda se agranda con inverificables repartos de camiones de carne para Navidad. Y otro de La Serenísima. Y el de Coca Cola. Y el de cervezas. Sin fechas ni precisiones, como corresponde a la construcción de un mito popular.
Claro que para ser mito, Martínez necesitó un fin trágico, injusto, casi épico. Televisado. Cuando faltaban 15 minutos para el año nuevo y a muchos hogares llegaban billetes, salamines, quesos o salchichones para completar la mesa familiar, se supo la noticia. El Grupo Especial de Operaciones –GEOP– de la policía provincial había entrado a sangre y fuego y acribillado al Pancho y alChilote; sólo había sobrevivido de milagro el tercer hombre. Ninguno de los políticos que frecuentaba, ni el Juez de Instrucción allí presente, ni el comisario a quien también conocía, habían salido en su defensa ni mostrado piedad, ni siquiera por tratarse de esa noche especial, de celebración familiar. En aquel contexto social convulsionado, ningún representante de las instituciones heridas por la reacción popular que se extendía a lo largo del país podía perdonarle, a un bandido como el Pancho, el desafío de haber ido allí donde había alimentos almacenados, a cometer un asalto, a repartir comida al pueblo, a denunciar el hambre, en fin: a dar un mal ejemplo. (¿Habría sido así de sangrienta la reacción policial de tratarse de un simple robo común?).
Un fantasma recorre Comodoro
La noticia apareció en la tapa del diario Crónica, el de mayor circulación de la ciudad, 8 meses después. El 2 de agosto de 2002 el diario daba cuenta de una aparición misteriosa en los Tribunales: “un extraño con sobretodo”. En el relato del matutino aparecían precisiones: “El imaginario colectivo comenzó a relacionar dichas apariciones y ruidos extraños con las del desaparecido Francisco Jesús ´Pancho` Martínez, tristemente célebre cuando el 31 de diciembre de 2001 cayera abatido junto a Rubén Chandía Tapia tras el asalto con toma de rehenes a la distribuidora ´La Salteña´”. Corrida la voz, se publicaron otras repercusiones, ahora entre las fuerzas policiales responsables de su ejecución. El 23 de agosto la noticia fue: “Sugestión y psicosis: policías dicen haber visto fantasma en calabozo”. Otra vez la nota hablaba del “tristemente célebre ´Pancho` Martínez”, y agregaba, “a quienes muchos quisieron reivindicar como una especie de `Robin Hood` de estos tiempos”.
“Martínez volvió de la muerte para ajustar cuentas con quienes lo mataron. Los tribunales y las comisarías recibieron su visita anunciando una posible venganza”, analiza Adrián Duplatt el mensaje que subyace en la leyenda de Pancho Martínez, en su estudio Leyendas urbanas en el periodismo patagónico.
¿Entrará Pancho Martínez en la galería de bandidos populares, junto a Bairoletto, Mate Cosido o el Gaucho Antonio Gil? Diez años de leyenda en algunos barrios de las afueras de Comodoro Rivadavia es poco tiempo para saberlo, por cierto. Aún así, la fecha resulta una excelente oportunidad para recordar a estos bandidos, después de todo ciudadanos asesinados por las fuerzas de seguridad del Estado mientras recuperaban alimentos para los más pobres, en el contexto de la más grande crisis política, social y económica de la historia reciente de nuestro país.