Argentina, 21 de septiembre de 2011 (Unión de Asambleas Ciudadanas).- El 2011 ha sido declarado por la ONU como el Año Internacional de los Bosques. Como lema de la difusión se subraya la frase: “Los bosques para la gente”, pero cabe preguntarse al menos por un momento: ¿a qué gente se refieren?
En todas partes del mundo, millones de hectáreas de tierra productiva están siendo rápidamente convertidas en desiertos verdes presentados bajo el disfraz de “bosques”. Las comunidades locales son desplazadas para dar lugar a interminables filas de árboles idénticos – eucalipto, pino, palma aceitera, caucho, jatrofa y otras especies – que desplazan de la zona a casi toda otra forma de vida, destruyendo los ecosistemas junto a la red de relaciones de todos los seres vivos que los habitan, ocasionando la pérdida de miles de especies.
La tierra cultivable, crucial para la soberanía alimentaria de las comunidades locales y de los pueblos en general, es convertida en monocultivos de árboles que producen materias primas para exportación. Los recursos hídricos son contaminados por los pesticidas y agotados por las plantaciones, al tiempo que los suelos se degradan, multiplicándose plagas y enfermedades innumerables. Las violaciones a los derechos humanos son moneda corriente, y van desde la pérdida de los medios de vida y el desplazamiento hasta la represión e incluso casos de tortura y muerte. Si bien las comunidades sufren en su conjunto, las plantaciones, tienen impactos diferenciados de género, siendo las mujeres las más afectadas. Esta forma de mercantilización de la naturaleza empobrece el medioambiente y a los pueblos para enriquecerse solo unos pocos.
En respuesta a la publicidad adversa sobre los impactos de las plantaciones de árboles, las empresas han recurrido al uso de “Certificados de Reducción de Emisiones”, a partir de la inversión en plantaciones como Sumideros de Carbono bajo Mecanismos de Desarrollo Limpio, los cuales les proporcionan credenciales “ecológicas” falsas, “maquillajes verdes” que les permiten seguir con sus negocios y seguir emitiendo Co2 a la atmósfera acentuando el efecto invernadero en el planeta, pero ocultos bajo una máscara aceptable. La manera en que operan las petroleras son el ejemplo más claro con su “Responsabilidad Social Empresarial”.
El problema se ha agravado aún más con la llegada de nuevos actores del sector empresarial que apuntan a obtener beneficios del cambio climático, promoviendo falsas soluciones a través del establecimiento de las llamadas plantaciones para “sumideros de carbono” y la promoción de los agrocombustibles.
Como señala el WRM –Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales-, es la FAO –Organización para la Agricultura y la Alimentación- quien define “bosque” como “tierras que se extienden por más de 0,5 hectáreas dotadas de árboles de una altura superior a 5 m y una cubierta de dosel superior al 10 por ciento, o de árboles capaces de alcanzar esta altura in situ” (www.fao.org/docrep/013/i1757s/i1757s13.pdf). Y es esta definición la que ha permitido llamar “bosques” a monocultivos industriales de árboles que se expanden a expensas de la destrucción de otros ecosistemas, avanzando a través de la deforestación y sobre tierras destinadas a la agricultura.
De esta forma, la actual definición de la FAO legitima los impactos sociales, económicos, ambientales y culturales a nivel local y global que se producen con el avance del modelo del agroindustrial.
Otras organizaciones e iniciativas de la ONU, como la Convención Marco sobre el Cambio Climático, y numerosos gobiernos nacionales, aplican esta definición en sus negociaciones, programas y políticas. Más aún, muchos análisis y acciones se implementan a partir de esta definición. Específicamente, el enfoque REDD– Reducción de Emisiones a causa de la Deforestación y Degradación de los bosques- está implícitamente basado en la premisa de que los mercados –y no los gobiernos- son quienes deciden sobre el futuro de los bosques.
Equiparar a los bosques con los monocultivos industriales –o ejércitos verdes, como los llama el escritor y poeta Eduardo Galeano-, no es un descuido del lenguaje ni falta de conocimiento histórico-político de los procesos mundiales de desarrollo. Es una acción que pretende naturalizar un modelo opresivo, dominante y extractivista como “parte del paisaje”.
El verdadero significado del bosque es biodiversidad, sustento de formas y medios de vida, riqueza de colores, texturas, aromas y sonidos, variedad de emociones y de relaciones.
El mercado mundial nos propone un único cultivo, el mono-cultivo, una única cultura, un único modo de pensar y actuar, un único modo de relacionarnos entre pares y con el ambiente que habitamos. Sin embargo, el bosque ES PARA Y POR la gente, y eso es parte de la sabiduría ancestral que los pueblos originarios protegen y transmiten.
Proponemos que en este 21 de septiembre, fecha emblemática en defensa de los ambientes nativos, los que decidan el futuro de los bosques sean los pueblos soberanos, en armonía con la Madre Tierra, y no los intereses económicos que benefician a los mismos de siempre.
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