Hace algunas semanas en la cárcel manicomio ubicada en los predios del Borda un incendio, produjo la muerte de dos seres humanos que se encontraban alojados en los llamados “buzones”. Lugares a donde las personas que ingresan como “presos” van a dar para ser “observadas” por el personal psiquiátrico y “vigiladas” por los penitenciarios. Porque en una cárcel manicomio se trata de sobrevivir a dos lógicas de horror: la de la policía y la de la psiquiatría. Aunque la Ley prohíbe la reclusión en cárceles a personas con padecimientos mentales; ahí son depositadas desnudas. En un recinto donde se convive con los propios excrementos; sólo un colchón y las duchas de agua helada dos veces al día. Donde no entra siquiera un rayo de sol, donde se pierde además de la noción del tiempo y del espacio la dignidad de la vida. En ese receptáculo se camina describiendo siempre el mismo recorrido, se escuchan gritos sin saber a quién pertenecen, se come con las manos o con la boca, se hace al hombre lo más parecido a una fiera. Para luego domarlo con golpes o con medicación, según sea el poder que intervenga. En ese sitio de espanto han muerto dos personas, seguramente asfixiadas, en pavorosa continuidad con los presos de los campos de exterminio. Unidad 20 ó lo que queda de Auschwitz, de la Perla , el Olimpo, el Vesubio...
En lugar de pensar para estos “anormales” un proyecto de cura, se los encierra como peligrosos obligándolos a cumplir una pena. El delito: haber hecho estallar en esas supuestas insanías las perversiones de un sistema que trabaja para destruir cualquier posibilidad de miramiento humano; “vidas desnudas” al servicio de una guerra civil legalizada, donde el totalitarismo de las democracias se sirve de la ley para abandonar las vidas al poder mortífero del estado, donde la “enfermedad mental” y la pobreza se vuelven un resorte aprovechable para la perpetuación de exclusiones aberrantes.
Afuera, en el hospital Borda, también mueren otras personas. Mueren de pobres. De frío - hace más de dos meses que en el hospicio no hay gas-; de tristeza o atragantados con una miga de pan. Porque el negocio de Macri para privatizar la Salud Mental no ha dejado siquiera agua para “pasar” la pastilla. Otros ahogos, otras asfixias, la misma guerra.
Pareciera que cuando la maquinaria anestesiante del consumo se extingue, y la institución escuela se desfonda, y cuando el hospital no da a basto con tanta enfermedad organizada, ni los institutos de menores, ni la mendicidad ya. Cuando todas estas fabulaciones y otras de segregación, disciplinamiento y control social se agotan, entonces, el sistema, todavía tiene otras formas aberrantes de “hacer algo” con los pobres: enloquecerlos para encerrarlos, inyectarlos, maniatarlos, torturarlos o volverlos presos de una interna entre la medicina y el poder penitenciario, o entre el gobierno de la ciudad y el de Nación. En medio la invisibilización, el abandono, la muerte de seres humanos.