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miércoles, 13 de octubre de 2010

CHICHA MARIANI: "ESTO ES UN CUCHILLO EN EL CORAZÓN"

(Página 12).-Fue una audiencia anticipada del juicio que comenzará en marzo. Mariani pidió declarar por temor a no poder hacerlo en ese momento. Habló de la posibilidad de que Marcela Noble sea su nieta Clara Anahí, secuestrada durante la dictadura.

Por Alejandra Dandan
“Uno de los grandes miedos era que pasara el tiempo y no encontráramos a los chicos –señaló María Isabel Chorobik de Mariani–. Son treinta y tres años de incertidumbre. Es una tortura continua. Nosotros lo sabemos, es un cuchillo en el corazón, hasta que un día quizás en este camino encuentre a mi nieta.”
Chicha Mariani abrió en los hechos con su testimonio la etapa oral del juicio contra los jefes de la última dictadura por el robo y apropiación de bebés. El juicio oral cuyo comienzo fue postergado el último 20 de septiembre pasado se iniciará formalmente el próximo marzo. Lo de ayer fue un anticipo de ese debate. A los 86 años, la fundadora de las Abuelas de Plaza de Mayo le pidió al Tribunal Oral Federal 6 adelantar su testimonio, temerosa en cierta forma de no estar en condiciones para declarar en marzo.
En su relato, la mujer que aún sigue buscando a su nieta Clara Anahí habló del secuestro de su nuera, de la muerte de su hijo y de la desaparición de la niña. Enumeró las incontables gestiones que llevaron adelante las primeras mujeres que iniciaron las búsquedas de sus nietos. Habló del primer antecedente de Abuelas, como Asociación de las Abuelas con nietitos desaparecidos; de los avatares para encontrar en cualquier lado del mundo las formas para poder comparar las huellas genéticas de sus sangres con las de los niños robados. Y también del caso Noble Herrera, y de las señales que a ella le permiten sostener las sospechas de que Marcela Noble podría ser su nieta: “Yo leía todos los días varios diarios. Una vez supimos en Abuelas que los hijos de Noble eran adoptados. Yo pensé: ¿por qué Marcela no podría ser Clara Anahí?”.
Como otros familiares, había ido a ver a representantes de la Iglesia Católica. Entre ellos, a monseñor José María Montes, en la catedral de La Plata, y luego a Emilio Grasselli a la capilla Stella Maris. Les pidió ayuda, les dio los datos, y cuando regresó a buscar información, ambos, en oportunidades distintas, le respondieron más o menos lo mismo. Montes la recibió enojado diciéndole que estaba entorpeciendo la vida de la gente que tenía a la nena, que no lo molestara más y le cerró la puerta en la cara. Grasselli fue más directo. “Me dijo –indicó Chicha– muy enojado, que mi nieta estaba con gente de mucho poder y que no se la podíamos sacar.”
Cuando las Abuelas supieron de la adopción de la dueña de Clarín, Chicha fue al juzgado donde estaba el expediente, y se quedó buscando hasta tarde información. Allí vio que las fechas no coincidían (Marcela fue supuestamente adoptada en mayo de 1976) y se dijo a sí misma que no iba a seguir con el caso, que lo dejaba en manos de otras abuelas.
La búsqueda sin embargo no terminó. Cuando se enteró de las irregularidades del expediente de adopción, volvió a pensar en la posibilidad de que Marcela fuera Clara Anahí. Chicha aseguró en la audiencia que Juan Fiorillo, el policía que sacó de la casa de su nuera a Clara Anahí, fue “el mismo que la llevó a la casa de los Noble”. Camps, dijo, “le ordenó a Fiorillo que pusiera a la nena en el auto” con el cual primero la llevaron al Hospital Italiano de La Plata para una revisión. El jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires había dirigido personalmente el operativo en la casa de su nuera, Diana Teruggi, en la calle 30 de La Plata, el 24 de noviembre de 1976.

Una y otra vez habló de Marcela. Ya había dicho que durante muchos años las abuelas habían ido encontrando caminos alternativos para tratar de identificar a sus nietos. Que cuando todavía no estaba la posibilidad del ADN, aprendieron que había ciertos rasgos que podían heredarse. En la audiencia se acordó de las imágenes del casamiento de Felipe Noble, y de cómo había logrado ver la imagen de la mano de Marcela, convencida de que es como la de ella.

Antes y después, explicó cómo nacieron los primeros datos de los análisis genéticos. En los años de la dictadura, ella había leído algo en un diario sobre la posibilidad de obtener información a partir de análisis de sangre, pero sin la presencia de los padres biológicos. Llevaba ese papelito en la agenda. Viajaron a Suecia a preguntar si eso existía, se reunieron con el director del Instituto de Sangre, que al escucharlas se puso tan nervioso, recordó, que se pasó toda la entrevista arañándose el cuello. Viajaron al Hospital de la Piedad en París, pero tampoco sabían absolutamente nada de lo que ese papelito decía. Fueron a Alemania, donde les dijeron que era absurdo y que de dónde habían sacado la noticia. Viajaron a Finlandia, convencidas de que podían encontrar a uno de los chicos porque tenía una marca en el esternón. “Buscábamos a ciegas –dijo–. Nada se sabía, nos mentían”, hasta que llegaron al banco de sangre de Nueva York y de allí a California, donde les dijeron que sí, y empezaron a trabajar en lo que luego se conoció como el “índice de abuelidad”.

En la audiencia, Chicha enumeró los hábeas corpus, los contactos con referentes de la Iglesia Católica, el intento frustrado de una entrevista con el papa Juan Pablo II. Las entrevistas con líderes de otras Iglesias. “La Iglesia argentina nos cerró la puerta –dijo, cansada–. Entonces yo necesitaría tener tres vidas más para seguir buscando a mi nieta. Como dije, me enojo también ahora.”)