Por Sudestada
Cuando la Realidad necesita expresarse, busca una salida. Así recorre los pasillos del laberinto hasta encontrar a alguien que le dé una mano en su tarea. A veces elige con desesperación, mientras se desangra en el silencio más insoportable. A veces se equivoca, retrocede y vuelve a la búsqueda de algunos ojos que cuenten su terrible verdad. Y no es osado admitir que es esa Realidad la que empuja a algunos pocos a escribir algunas líneas forzadas, que la Historia y el Tiempo también exigen su parte en el botín y aparecen como protagonistas centrales en la obra de un puñado de artistas prodigiosos, castigados con la más ardua de todas las tareas: ser instrumentos de la Realidad.
José Saramago fue uno de esos pocos artistas elegidos por la Realidad para contar sus penurias. En cada una de sus novelas, notas periodísticas y opiniones públicas asoma el hocico esa Realidad que contamina cada uno de sus pasos. Y qué mejor que la obra de Saramago para sintetizar la tragedia de estos tiempos, quién mejor que este portugués de prosa fluida y personajes contradictorios para tomarle el pulso a su tiempo a través de una literatura que no elude (porque, en definitiva, es imposible hacerlo) esa Realidad de la que muchos dicen escapar con éxito mientras se hunden en la ciénaga de la repetición, del lugar común y del mercantil negocio de vender libros como choripanes.
Polémico, provocador, desafiante, el autor de El Evangelio según Jesucristo dibujó durante toda su vida una saga de historias con un protagonista excluyente: el hombre de este tiempo. Considerado un “comunista recalcitrante” por el Vaticano debido a sus opiniones religiosas, denostado por los dueños de los ejércitos ideológicos más poderosos del capitalismo y siempre atento a la vertiginosa dinámica del presente, Saramago conocía muy bien su influencia y la aprovechaba como un arma. Sus palabras resuenan en todo el mundo y levantan polvareda, y sus libros provocan una extraña paradoja: nunca antes en la historia, el dominio de los poderosos estuvo tan afirmado, nunca antes un imperio se manejó con mayor crueldad en cualquier lugar del globo y contó con el apoyo de las principales naciones de forma más impune, nunca antes la brecha entre ricos y pobres fue tan amplia y tan absurda, nunca antes el capitalismo gozó de un enemigo más débil y disperso que por estos días. Y sin embargo, los libros de Saramago multiplican sus lectores en todos lados, sus palabras tienen un eco interminable y ocupan cada rincón, cada escenario.
“Cada mañana, cuando nos despertamos, podemos preguntarnos qué nuevo horror nos habrá deparado, no el mundo, que ése, pobre de él, es sólo víctima paciente, sino nuestros semejantes, los hombres. Y cada día nuestro temor se ve cumplido, porque el ser humano, que inventó las leyes para organizarse la vida, inventó también, en el mismo momento o incluso antes, la perversidad para utilizar esas leyes en beneficio propio y sobre todo, en contra del otro. El hombre, mi semejante, nuestro semejante, patentó la crueldad como fórmula de uso exclusivo en el planeta y desde la perversión de la crueldad ha organizado una filosofía, un pensamiento, una ideología, en definitiva, un sistema de dominio y de control que ha abocado al mundo a esta situación enferma en que hoy se encuentra”, fueron palabras de Saramago, y esas son palabras que derrotan ahora al silencio, apartan los ruidos y se ganan un lugar. Las voces que antes lo ignoraban, ahora deben ceder, guardar silencio y escuchar. Aquellos que hasta hace un tiempo imponían su discurso, ahora deben callar por la fuerza de una multitud que les dice, como un reto, silencio, habla Saramago. Y tras él, la Realidad...
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