"La tierra nos dice que esde nadie...La tierra no es de nadie es de todos.”
Palo Pandolfo
Pero, auque no lo aceptemos, en este mundo vale más el dinero que el sentido común. Y nos hicieron creer que las cosas son como son y que así son justas. Que todos los objetos tienen un valor, que el dinero de cada persona es fruto del esfuerzo, que el que tiene mucho es porque trabajó para tenerlo, que se lo ganó, y que por eso está bien que posea miles de hectáreas de tierra, que pueda tener un lago, que pueda pagar a quienes quiera y tenerlos bajo su control.
La flamante señora pudiente Mirtha Legrand afirmó que lo que tiene es por trabajar desde los catorce años... ¿Cuántos chicos, más pequeños aún, trabajan explotados ahora? Sin llegar a tener más que abuso y una vida golpeada por los que tienen más que ellos y necesitan quien les limpie su mugre. Trabajo de chicos para satisfacer las “necesidades” de los que más tienen.
No hace falta realizar un gran análisis para ver que nadie podría, trabajando, ganar millones. Los ciudadanos pudientes tienen su fortuna no por haber trabajado cientos de horas al día, sino porque conocen, aceptan y utilizan sin escrúpulos las leyes del sistema capitalista, las reglas para pisotear a otros y chuparles su sangre.
Estas personas lo hacen “legalmente”, utilizando las “reglas del mercado”: oferta, demanda y demás versos del “libre” comercio. Y no son un par de “empresarios malvados”, lacra que atenta contra el capitalismo humanizado, no es Lewis ni Benetton, no es Bill Gates, no es Bush ni Obama, no es Berlusconi ni Tinelli; es un sistema que favorece y hace florecer cada día nuevos “capitalismodependientes”, que afirman que es justo tener más pisoteando a los demás, que harán lo que sea “políticamente correcto” o no para ser los que dominen este “juego”.
Sí, parece un juego, parece como si vivir o morir dependiese de aprender mejor las reglas del capitalismo voraz, quien domina el tablero, quien sabe engañar y someter al resto de la humanidad.
Un juego donde un dólar vale más que la vida de miles, un juego donde somos fichas que “los dominantes” desplazan, utilizan y comen, un juego donde hay fichas que valen más que otras, y “los jugadores” nos incitan a pelear entre nosotros para valer más, para ser más que nuestro hermano, para llegar al cero kilómetro, a ser alguien en la vida.
Un sistema enfermo que se retroalimenta y genera dependencia, inculcándonos por los medios la cultura del consumo, de la competencia. Un juego cruel que nos ciega, que evita que veamos cuáles son realmente las necesidades básicas, a lo que todos tenemos derecho de acceder, y cuáles bienes de consumo. Qué es un bien común, para todos y cada uno, y qué un lujo.