La revolución será feminista o no será.
Este sábado 3 de junio se cumplieron 8 años del primer grito de Ni Una Menos en Argentina, el cual surgió a partir del feminicidio de Chiara Páez una adolescente de 14 años, hecho por el que miles de personas se movilizaron para exigir que se termine con la violencia de género.
Esta es una fecha que irrumpió en las agendas y que nos obliga a movilizarnos, a pensar como seguir y visibilizar cada vez con más fuerza; nuestro rechazo colectivo a las violencias por motivos de género, cuya consecuencia más extrema y trágica son los femicidios.
Los números abruman, 2282 crímenes por femicidios de mujeres y niñas y 58 trans/travesticidios que dejaron a 2691 hijes sin madre por estos crímenes desde el 2015. La violencia hacia las mujeres escala y tiene orígenes remotos en nuestras historias, que se siguen reproduciendo a pesar de las voces de denuncia.
Es desde los feminismos que empezamos a desarmar esta trama de opresiones, disfrazada tantas veces y oculta. El feminismo nos ofrece un relato de la opresión de las mujeres y nos permiten comprender cómo se construyó la colonialidad del género, transformándose en la alternativa de lucha ante este fenómeno.
Hoy vemos también cómo existe una relación entre la depredación de la naturaleza y la violencia sobre el cuerpo femenino, en un momento temporal único del estadío del capitalismo por desposesión. La disputa de territorios, el modelo del agronegocio, las industrias extractivas, las luchas por el control del narcotráfico, junto con las mafias, imprimen de violencia real nuestro mundo, siendo el cuerpo de las mujeres particularmente afectado por este paradigma territorial de la política.
Ejemplos de esto son el asesinato de Lucinda Quintupurai, quién se negó a vender la tierra en que habitó la mayoría de su vida. O la lamgen Mapuche Macarena Valdes, en el territorio de Tranguil, comuna de Panguipulli, Gulumapu, sucedido en 2016 quien luchaba contra la construcción de una hidroeléctrica de la empresa RP Global Chile y que aún no recibe justicia. Es imprescindible evidenciar que este asesinato se enmarca en la continuidad de la violencia patriarcal y extractivista hacia los cuerpos-territorios de las mujeres.
También la inolvidable Berta Cáceres, mujer indígena lenca, activista quien defendió el territorio y los derechos de los lencas en Honduras y El Salvador, enfrentándose a diversos agentes que irrumpieron la geografía lenca como madereros ilegales, dueños de plantaciones, líderes de corporaciones multinacionales y de proyectos de represas que cortaban el suministro de recursos básicos, como alimentos y agua a las comunidades indígenas. Ella denunció a las políticas neoliberales extractivistas, como causantes del aumento de la represión, criminalización y despojo a las comunidades locales, desplazadas de manera forzada. Como activista, Berta Cáceres al igual que Macarena, se enfrentaron a una doble lucha, pues además de ser mujer pertenecía a un pueblo originario, lo que aumentaba su condición vulnerable. En este sentido, Cáceres declaró que no es fácil ser mujer dirigiendo procesos de resistencias indígenas. “En una sociedad increíblemente patriarcal las mujeres estamos muy expuestas, tenemos que enfrentar circunstancias de mucho riesgo, campañas machistas y misóginas. Esto es una de las cosas que más puede pesar para abandonar la lucha, no tanto la transnacional sino la agresión machista por todos lados”. Una vez más en 2016, otra muerte injusta nos sacude, varias personas no identificadas irrumpieron en la casa de Berta y la asesinaron.
En nuestro territorio también son mujeres las criminalizadas por luchar por derechos básicos como la salud y la defensa del territorio, condenándose a ellas y sus infancias a la prisión como es el caso la Machi Betiana Colhuan Nahuel y el resto de las mujeres de su comunidad. O son mujeres las que están al frente de la defensa de las nacientes de agua del río Chubut, Soledad Cayunao o de sus territorios, Inalef Coronado.
El entramado de opresiones de clase, raza, género y edad sigue alimentando las violencias hacia las mujeres donde cuerpos y territorios son el blanco de disputas. Por eso "la revolución será feminista o no será"; ya que ningún pueblo podrá acceder a la descolonización y liberación plena; sino revisa la construcción heredada ancestralmente o impuesta por otras culturas, de sus relaciones de poder desiguales entre varones y mujeres. En esta frase se encierra una profundidad de procesos que deberán darse, construirse, diseñarse para que exista una verdadera transformación social. Las mujeres desde la denuncia y la demanda, venimos a mostrar con la pregunta y el extrañamiento de la mirada; la forma en que la agencia femenina se manifiesta según las latitudes y las posibles resistencias situadas que enseñan a observar la realidad desde una manera no parametral y epistemológicamente “otra”. Las mujeres somos el sujeto político de la transformación social. Es el despertar de las mujeres que está cambiando la realidad social y cultural en muchas partes del mundo y luchando también para preservarlo.