VILLA LA ANGOSTURA A UN MES DE LA ERUPCION DEL VOLCAN PUYEHUE.
Villa La Angostura era un lugar bello, con paisajes fantásticos. Una ciudad en donde todo giraba en torno a una sola actividad, el turismo. Muchos eligieron ese paraje huyendo de grandes centros urbanos para comenzar una vida diferente, tranquila. Otros, en tanto, la consideraron un sitio para grandes inversiones, hoteles, hosterías de gran categoría, una oportunidad para lucrar comprando por monedas grandes porciones de tierra, y no faltaron los mas codiciosos que, mediante amenazas y reprimiendo llegaron a desplazar a comunidades mapuches como la de Paicil Antreao. Al llegar a la villa, confieso que sentí una gran pena de ver que lo que antes se parecía a un paraíso, hoy presentaba un aspecto sombrío. Los fascinantes colores habían desaparecido, solo existen el marrón y el gris del manto de arena y cenizas volcánicas que lo cubren todo, verdaderamente todo. Cualquier desprevenido podría confundir la ciudad con alguna población que ha sido bombardeada o destruida. A pocos metros unas de otras, se apilan montañas de arena y cenizas sacadas de techos, jardines, veredas y calles, con pequeños restos de nieve como para conservar vivo el recuerdo de un tiempo reciente. Los árboles, en su mayoría coniferas presentaban sus ramas caídas, como abatidos por el peso del material volcánico, opacos sin nada de verde.
La actividad de la ciudad está disminuida, los negocios vacíos, cuando no cerrados, calculo en un treinta por ciento.
La gendarmería y el ejército recorrían las calles y muchos camiones transportaban la arena, para depositarla en gran parte en el lago Espejo y en el circuito de Los 7 Lagos.
El panorama me resultaba surrealista ya que nunca vi tanta arena acumulada.
Conversé con Miguel Pelis, nacido en la villa, donde vive con su esposa y su hijo de 5 años, empleado de un restaurant desde hace 20 años. Con la voz quebrada me contó de los terribles momentos que padeció con su familia, el día de la erupción, cuando el cielo se oscureció, comenzaron a sentirse truenos –como jamás había ocurrido en esa zona-, la casa que temblaba, llovían piedras volcánicas. La gente salió desesperada a proveerse de combustible y alimentos. Durante los dos dias siguientes continuó la lluvia de arena y cenizas. Su casa paradójicamente está en el barrio Los Volcanes, y como desde la erupción quedaron sin luz y sin agua durante 20 días, tuvieron que trasladarse al domicilio de su suegro, ubicado en otro barrio menos afectado. Alrededor de 4000, de los 14000 habitantes abandonaron la ciudad. Nos dijo Miguel que, como siempre, muchos empresarios fueron los primeros en partir, cerraron sus puertas y se marcharon. No sucedió lo mismo con los pobladores que son trabajadores, que han nacido en la villa y que no tienen otra opción que quedarse. La fuga de los empresarios sumó otra calamidad, que es el desempleo, como fue el caso de su esposa que trabajaba en casas de temporada. Durante los primeros dias, y coincidentemente en vísperas de las elecciones provinciales, recibieron ayuda de la gobernación, pero pasados los comicios, la cooperación se redujo a un exiguo diez por ciento. Miguel, que hasta hace un año y medio alquilaba, ha podido construir su casa pero lo angustia su futuro, pues pensaba afrontar la deuda con los ingresos de la temporada invernal y estival. Estuve también con Aldo y Alejandra, un matrimonio residente en La Angostura desde hace varias décadas, que relataron su amargura de modo similar. Se dedican a la producción de licores y dulces artesanales, que a partir de la tragedia tienen que viajar a Neuquén para comercializarlos. De lo que vi y escuché me planteo si en Villa La Angostura el “monocultivo” es el turismo y frente a tamaño desastre, cuánto tiempo podrá su población sostenerse en estas condiciones. Coincido con los angosturenses que consideran totalmente insuficiente la ayuda prometida desde el gobierno nacional, que ha priorizado a la ciudad de Bariloche y al sector empresarial. Adjunto fotos de lo que es hoy la ciudad, alguna vez llamada “Jardín de la Patagonia”.
Estela Knez Biologa