“Por la razón o la fuerza” fue un distintivo que difundió sin vergüenza el dictador chileno Augusto Pinochet, pero que sin embargo es el distintivo de toda esta época del capitalismo. Bajo esa consigna, expresa o implícitamente, se nos ha saqueado, se nos ha sometido, se nos ha oprimido en todas las formas imaginables. Nos “dejan elegir” cómo y quién nos va a joder la vida. Y lo más increíble, es que muchas de las veces somos nosotros mismos quienes nos oprimimos u oprimimos a nuestros pares. A través del “discurso hegemónico”, introyectado en el rincón más interno de cada uno, gracias a la educación sistemática que nos va condenando a resignarnos y en el mejor de los casos a resistir pacíficamente frente a un opresor violento y deshumanizado.
Algunas formas les han resultado y las repiten sin que podamos como sociedad ver, aprender y oponernos con resultados concretos. Argentina vivió en las décadas de los ochenta y noventa una ola de privatizaciones, que vino precedida del mal o nulo funcionamiento de los servicios públicos. Todos pedían a gritos que alguien responsable tomara las riendas. Ahí fue cuando aparecieron las empresas. Los servicios se privatizaron uno a uno, y uno a uno, fuimos dejando de tener acceso, o fueron empeorándose los servicios, con la desventaja, que por ley estas empresas estaban “habilitadas” a jodernos.
Hoy siguen quedando cosas por robarle al pueblo, la tierra, las riquezas minerales, las fuentes de energías, etc. Así, por ejemplo, Joe Lewis ofrece “mejorar el servicio eléctrico de la comarca andina” y ante la negativa popular de dejarlo armar una hidroeléctrica privada, el servicio se vuelve irregular, y empieza a fallar, produciéndose cortes de energía, roturas múltiples de artefactos domésticos, etc.
Todo esto, dice el “manual de privatizaciones”, debe ser acompañado por una operación de prensa que genere ese discurso hegemónico que se instala en el ideario popular para empezar a ser repetido hasta por los que ven con ojos críticos al magnate norteamericano.
Si el turismo (por su gran cantidad en esta temporada, colapsando todo), si las deficiencias de los sistemas de suministro por parte de la empresa privada EdERSA, si las instalaciones que no son las que por convenio con esta empresa debieran ser (subterráneas para evitar problemas con las inclemencias climáticas), fuera alguna o todas las causas de lo que hoy nos genera tantos inconvenientes con este servicio, todo eso tiene que ser resuelto por la empresa que no ha dejado de ganar fortunas a nuestra costa. ¿O hace falta hacerse la pregunta de qué empresario pondría en riesgo su capital económico por hacer beneficencia social, es que acaso nadie se preguntó cómo llegó Lewis (por poner un ejemplo) a tener lo que tiene? No, ningún rico llegó a serlo haciendo medidas populares, que estén respondiendo a los intereses de la gente. Si alguna vez han hecho algo que parezca servirle a la gente, es porque sin dudas su ganancia será varias veces superior, y a la larga, va a ir en perjuicio de la gente.
Se impone el tiempo de pensar qué y cómo queremos el mundo en que vivimos, y dejar ya el sofisma de elegir entre lo que ellos nos ofrecen, que es todo lo mismo. De tomar el ejemplo del pueblo mapuche que transforma su resistencia en acción para recuperar su tierra y su cultura. La de los obreros de FaSinPat, Stefani, y tantas otras empresas recuperadas por sus obreros. Porque ellos lo demuestran claramente, allí donde los empresarios no veían “salida”, los trabajadores encontraron solución a sus problemas laborales e incluso avanzan a paso redoblado en la dignidad de sus familias.
Ningún gobierno se vuelve popular sin la presión de sus pueblos, por eso la democracia participativa es un buen camino para la dignidad de los pueblos. Porque exige el compromiso de pensar a cada momento las formas que mejor convengan a los pueblos (que no caigan en burocracia) pero también desarrolla la felicidad que no estará ni en el auto nuevo ni en la ropa de moda. La felicidad de sentirse vivo en la lucha.