(RADIO MADRES).- Se puso bueno, realmente. La democracia argentina, vigilada hasta el hartazgo por los medios de comunicación de la derecha, por las expresiones políticas de la derecha, por los jueces y fiscales de la derecha, por la cúpula eclesiástica siempre sentada a la derecha de Dios, por los grupos económicos concentrados que se manifiestan sostenidamente a través de todos aquéllos, desconocía totalmente este vértigo democratizante y transformador.
El mismo sistema, que tanta seguridad jurídica y legitimación formal les había otorgado en los últimos treinta años de vida política nacional, ahora se les vuelve en contra. No pueden contenerlo. Chorrea por sus grietas y contradicciones. El sistema republicano, tan formalito él, tiene fusilazos democráticos en serio. Ya no es cuestión de sólo votar cada dos años, entre candidatos todos iguales en su discurso y presentación; también se legisla con decisión política y mirada estratégica en función de intereses que no son los de los más poderosos.
De ahí la constante deslegitimación al Congreso y sus formas. De la “Escribanía”, como le llamaban, al liso y llano desconocimiento de una votación parlamentaria. Pero ojo: no es un mero recurso argumental, sino una secuencia más de su estrategia desestabilizadora.
Después del “voto no positivo”, resulta vergonzante que se eche mano a excusas triviales para descalificar la ley más debatida, consensuada y democrática de los últimos 26 años de vida cívica. ¿Qué hubiera pasado si las leyes de Obediencia Debida y Punto Final se hubieran discutido previamente con los organismos de derechos humanos; si la ley de Reforma del Estado se hubiera debatido con los sindicatos de trabajadores; si se les hubiera consultado a los jubilados, en instancias formales y concretas, sobre la conveniencia o no del régimen de AFJP, o a los maquinistas de tren respecto de la liquidación de los ferrocarriles, o a los telefónicos antes de privatizar Entel? ¿Cómo les habrían rebatido los diputados y senadores que las votaron a espaldas de su pueblo? ¿Cómo hubieran argumentado para sostener sus votos ante la confrontación cara a cara con los actores de la sociedad civil que objetaban, por ser temas de su propia incumbencia, las implicancias de esas leyes? ¿Cuál es la catadura moral y la autoridad política de objetar esta ley por un retraso de 15 minutos en el inicio de su tratamiento, por parte del mismo espectro político que pagó coimas para aprobar la flexibilización laboral? ¿Desde qué altura que no llega al cordón de la vereda, habla la señora Patricia Bullrich, ministra de Trabajo de De la Rúa, entre otras? Vamos…
Que no se ponga nerviosa tan pronto la derecha, porque la ley de medios de la democracia no es sino la primera de otras leyes, tanto o más importantes. Sin ir más lejos, la de Entidades Financieras, otra de las oscuras herencias de la dictadura, que la hicieron perdurar en sus aspectos más sensibles entre las flacas democracias que supimos conseguir.
¿Cómo explicarán ahora sus conductas quienes tanto instaron al diálogo, a la no confrontación, y sin embargo pegaron el portazo, o discutieron en voz alta pero al momento de votar, advirtiendo que estaban en minoría, se levantaron y se fueron? En qué quedamos: ¿no era que querían debate? La democracia, según ellos, ¿qué es? ¿No pretendían “acuerdos democráticos”, acaso; “diálogo”, “entendimiento”, “debate serio y responsable”? ¿No se les caía la palabra República del buche cada dos o tres que pronunciaban? ¿Sólo ellos, la derecha, Cobos, Macri y El colombiano, son los señores del consenso? ¿El consenso es, en su perspectiva, una cosa, un mueble, un aparatito, que tiene dueño? Y esa hipotética “propiedad”, ¿de quién es? ¿Es, quizás, su dueño el mismo que atesora para sí casi todas las demás posesiones, como buenos empresarios, machos potentados, yuppies exitosos que son?
La derecha no le pide al Gobierno que consensúe nada; le exige rendición con bandera blanca. Y que si tuviera que conversar con alguien, sea con ella sola, y que no hable, que no diga, que sólo escuche y obedezca. De ahí el temor a que el gobierno amplíe sus acuerdos con sectores de la oposición que pueden potenciar lo más progresivo del kirchnerismo. Esa derecha, que ha sabido ser versátil, se muestra ahora obtusa. Desesperada. Explícita y brutal. Omite groseramente en su relato destituyente, que los acuerdos entre el Gobierno y la centroizquierda evidencian una correlación de fuerzas que les sigue siendo esquiva. Lo saben, pero lo ocultan para alentar salidas forzosas, por fuera de la Constitución. Por eso la apelación desesperada y pueril al “retroceso” que habrían significado para el Gobierno las modificaciones introducidas al texto original del proyecto de ley.
Hacen al revés: leen debilidad gubernamental, precisamente donde el Estado exhibe las fortalezas del proceso que encabeza. Callan a propósito, que ese conteo de fuerzas a un lado y al otro les podría seguir siendo negativa incluso después del 10 de diciembre, esa fecha mítica. Pero ahora con un agregado extra, dramático para sus expectativas de perpetuidad: el poder mediático, concentrado en poquísimas voces, ya debilitado para siempre por la nueva ley de medios de comunicación.
Más que a un Gobierno “fuerte”, ganador de elecciones con mayor o menor margen, la derecha le teme a un Estado que construye su firmeza, su legitimidad y sus políticas públicas, solidificando su alianza con los sectores sociales históricamente subalternos, ahora emergentes, y con sus organizaciones de base. Y también con las expresiones políticas de ellos, en las Cámaras Legislativas y no, defensoras en lo objetivo del complejo interés popular. De su delicada diversidad. De su riqueza conceptual e histórica. Es un proceso social de cambios, de transformaciones e integraciones nuevas, el que estamos atravesando. Una instancia novedosa en toda América, desconocida hasta hoy, incomprendida en los manuales, como las que más huella dejan en la historia de las sociedades humanas.
Y contra eso, está claro, no alcanzan ni cien Cobos.
Editoral de radio madres- AM530