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viernes, 19 de julio de 2019

OBSOLESCENCIA DEMOCRÁTICA PROGRAMADA

(APe).- Por Alfredo Grande
 En la permanente construcción de cultura no represora, es necesario subvertir aquellos mecanismos que la cultura represora inventó para ocultar su carácter represor. El “escotoma” se define como un “punto ciego de percepción”. O sea: nadie ve más allá de sus escotomas. Y tampoco puede pensar más allá de sus escotomas. Un punto ciego de percepción de la partidocracia que gerencia el modo capitalista de producción de bienes, servicios y personas, es poder ver y pensar más allá del campo visual y mental de la representación.
O sea: ajustarse a rajatabla al preámbulo de la constitución nacional: “el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes”. La representación deviene por lo tanto, necesaria y elemental para todo aquello que se construye con pretensión democrática. Los ciudadanos somos representados, o no somos. Quiero decir: somos sujetos políticos en tanto somos representados por los representantes.

La ministra Bullrich con su maquillaje del servicio militar obligatorio, el intendente de Mar del Plata sin maquillaje alguno, dicen representar los intereses de niñas, niños y adolescentes. La medicina para todos los males es el jarabe de las fuerzas de seguridad. Seguridad social, habitacional, alimentaria, climática, y otras necesarias para una vida digna, por su ausencia no brillan hace años.
Todo el discurso del arco opositor, arco que se corre con oportunismo digno de peor causa, se basa en las mentiras y falsedad de un Presidente que hizo lo contrario de lo que dijo que iba a hacer. Pienso, luego existo, aunque si pienso como existo entonces no pienso más, que es necesario hacer una curva temporal y política entre los dichos de Menem de la reconversión liberal de los 90, y la impunidad cultural y política actual.
“Si decía lo que iba a hacer no me votaban” fue una confesión de parte, que de todos modos no admite el relevo de prueba. Esa afirmación contundente del creador de la historieta “Síganme, no los voy a defraudar” logró cambiar la historia. 10 años y varias votaciones favorables son evidencia de la capacidad de generar escotomas en escala nacional, incluso popular. Pero eran tiempos en los cuales “salíamos de la dictadura”, y por lo tanto todo era mejor que el terrorismo de estado. El accionar golpista de los carapintadas, los golpes de mercado que llevaron a la hiperinflación que sepultó el gobierno de Raúl Alfonsín, fueron rápidamente olvidados. O sea: escotomizados. Quedaron fueron del campo visual y mental de los representados.
El momento donde se amplió ese campo visual y mental fue en el 2001. Una de las consignas definidas como utópicas por el progresismo bien pensante y como subversivas por las derechas liberales y fascistas, fue: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. O sea: al tacho de la basura (o papelera de reciclaje) con todas las formas de la representación. Duró nada. Pero ocurrió. Por eso el fantasma, incluso durante la década ganada, era “no volver al 2001”.

Mientras la teoría, mandato y dogma de la representación se mantenga, otro mundo no será posible. Para intentar perforar mis propios escotomas, y con la ayuda matinal de wikipedia, reflexiono que “la obsolescencia programada u obsolescencia planificada es la determinación o programación del fin de la vida útil de un producto, de modo que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa durante la fase de diseño del mismo, este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible por diversos procedimientos, por ejemplo por falta de repuestos, y haya que comprar otro nuevo que lo sustituya. Su función es generar más ingresos debido a compras más frecuentes para generar relaciones de adicción (en términos comerciales, «fidelización») que redundan en beneficios económicos continuos por periodos de tiempo más largos para empresas o fabricantes. El objetivo de la obsolescencia no es crear productos de calidad, sino exclusivamente el lucro económico, no teniéndose en cuenta las necesidades de los consumidores, ni las repercusiones medioambientales en la producción y mucho menos las consecuencias que se generan desde el punto de vista de la acumulación de residuos y la contaminación que conllevan”.
La fidelización a la representación mediatizada por la partidocracia está asegurada. Y reafirmada por las Paso y los posteriores pasitos. Donde algunos ven mentiras, engaños, chamuyos, estafas y otras malas yerbas, hay una cuidadosa planificación de la duración necesaria de un producto que permita un saqueo continuo e impune. Ese producto se llamó “Cambiemos” y hoy ya tiene otro nombre “Juntos por el Cambio”. Dime quiénes se juntan, y te diré para que lo hacen. O sea: empecemos a mirar y a pensar en una obsolescencia democrática programada.

El otro producto “Frente para la Victoria” también tuvo hace algún tiempo su propia obsolescencia. Lo programado es desde el represor. El reprimido lo siente como engaño y traición. Quizá lo sea, pero la dimensión es mucho mas abarcativa. La obsolescencia programa exige “golpes de estado” continuos. Algunos llaman a esto “decretos de necesidad y urgencia”.
El conocido “si pasa, pasa” es a mi criterio, verdadero. Pero: ¿qué es lo que tiene que pasar? Justamente los golpes de estado maquillados como actos de gobierno democrático. Algunos recordamos la “bordaberrización”. El presidente constitucional de Uruguay, Bordaberry, se administró un “auto golpe” con el apoyo de las fuerzas armadas en Junio 1973. El peligro actual es que ante la finalización de la obsolescencia democrática programada, del golpe de estado maquillado, se pase al auto golpe sin maquillaje.
El servicio voluntario con gendarmería es quizá un ensayo de esa situación. Espero que el arco opositor no se corra tanto y contemple que cuando a la derecha se le corre el maquillaje y aparece el vero ícono del fascismo, no hay votos que valgan. Ni el fraude electoral, también programado, será necesario. Luchemos para que nuestra potencia de combatir a la cultura represora no sucumba también a su propia obsolescencia, aunque no esté programada.