(APe).- Por Alfredo Grande
En
la permanente construcción de cultura no represora, es necesario
subvertir aquellos mecanismos que la cultura represora inventó para
ocultar su carácter represor. El “escotoma” se define como un “punto
ciego de percepción”. O sea: nadie ve más allá de sus escotomas. Y
tampoco puede pensar más allá de sus escotomas. Un punto ciego de
percepción de la partidocracia que gerencia el modo capitalista de
producción de bienes, servicios y personas, es poder ver y pensar más
allá del campo visual y mental de la representación.
O sea: ajustarse a rajatabla
al preámbulo de la constitución nacional: “el pueblo no gobierna ni
delibera sino a través de sus representantes”. La representación deviene
por lo tanto, necesaria y elemental para todo aquello que se construye
con pretensión democrática. Los ciudadanos somos representados, o no
somos. Quiero decir: somos sujetos políticos en tanto somos
representados por los representantes.
La
ministra Bullrich con su maquillaje del servicio militar obligatorio,
el intendente de Mar del Plata sin maquillaje alguno, dicen representar
los intereses de niñas, niños y adolescentes. La medicina para todos los
males es el jarabe de las fuerzas de seguridad. Seguridad social,
habitacional, alimentaria, climática, y otras necesarias para una vida
digna, por su ausencia no brillan hace años.
Todo
el discurso del arco opositor, arco que se corre con oportunismo digno
de peor causa, se basa en las mentiras y falsedad de un Presidente que
hizo lo contrario de lo que dijo que iba a hacer. Pienso, luego existo,
aunque si pienso como existo entonces no pienso más, que es necesario
hacer una curva temporal y política entre los dichos de Menem de la
reconversión liberal de los 90, y la impunidad cultural y política
actual.
“Si decía lo que iba a hacer no me votaban”
fue una confesión de parte, que de todos modos no admite el relevo de
prueba. Esa afirmación contundente del creador de la historieta
“Síganme, no los voy a defraudar” logró cambiar la historia. 10
años y varias votaciones favorables son evidencia de la capacidad de
generar escotomas en escala nacional, incluso popular. Pero eran tiempos
en los cuales “salíamos de la dictadura”, y por lo tanto todo era mejor
que el terrorismo de estado. El accionar golpista de los carapintadas,
los golpes de mercado que llevaron a la hiperinflación que sepultó el
gobierno de Raúl Alfonsín, fueron rápidamente olvidados. O sea:
escotomizados. Quedaron fueron del campo visual y mental de los
representados.
El
momento donde se amplió ese campo visual y mental fue en el 2001. Una
de las consignas definidas como utópicas por el progresismo bien
pensante y como subversivas por las derechas liberales y fascistas, fue:
“que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. O sea: al tacho de la
basura (o papelera de reciclaje) con todas las formas de la
representación. Duró nada. Pero ocurrió. Por eso el fantasma, incluso
durante la década ganada, era “no volver al 2001”.
Mientras la teoría,
mandato y dogma de la representación se mantenga, otro mundo no será
posible. Para intentar perforar mis propios escotomas, y con la ayuda
matinal de wikipedia, reflexiono que “la obsolescencia programada u
obsolescencia planificada es la determinación o programación del fin de
la vida útil de un producto, de modo que, tras un período de tiempo
calculado de antemano por el fabricante o por la empresa durante la fase
de diseño del mismo, este se torne obsoleto, no funcional, inútil o
inservible por diversos procedimientos, por ejemplo por falta de
repuestos, y haya que comprar otro nuevo que lo sustituya. Su función es
generar más ingresos debido a compras más frecuentes para generar
relaciones de adicción (en términos comerciales, «fidelización») que
redundan en beneficios económicos continuos por periodos de tiempo más
largos para empresas o fabricantes. El objetivo de la obsolescencia no
es crear productos de calidad, sino exclusivamente el lucro económico,
no teniéndose en cuenta las necesidades de los consumidores, ni las
repercusiones medioambientales en la producción y mucho menos las
consecuencias que se generan desde el punto de vista de la acumulación
de residuos y la contaminación que conllevan”.
La
fidelización a la representación mediatizada por la partidocracia está
asegurada. Y reafirmada por las Paso y los posteriores pasitos. Donde
algunos ven mentiras, engaños, chamuyos, estafas y otras malas yerbas,
hay una cuidadosa planificación de la duración necesaria de un producto
que permita un saqueo continuo e impune. Ese producto se llamó
“Cambiemos” y hoy ya tiene otro nombre “Juntos por el Cambio”. Dime
quiénes se juntan, y te diré para que lo hacen. O sea: empecemos a mirar
y a pensar en una obsolescencia democrática programada.
El otro producto
“Frente para la Victoria” también tuvo hace algún tiempo su propia
obsolescencia. Lo programado es desde el represor. El reprimido lo
siente como engaño y traición. Quizá lo sea, pero la dimensión es mucho
mas abarcativa. La obsolescencia programa exige “golpes de estado”
continuos. Algunos llaman a esto “decretos de necesidad y urgencia”.
El
conocido “si pasa, pasa” es a mi criterio, verdadero. Pero: ¿qué es lo
que tiene que pasar? Justamente los golpes de estado maquillados como
actos de gobierno democrático. Algunos recordamos la “bordaberrización”.
El presidente constitucional de Uruguay, Bordaberry, se administró un
“auto golpe” con el apoyo de las fuerzas armadas en Junio 1973. El
peligro actual es que ante la finalización de la obsolescencia
democrática programada, del golpe de estado maquillado, se pase al auto
golpe sin maquillaje.
El servicio voluntario
con gendarmería es quizá un ensayo de esa situación. Espero que el arco
opositor no se corra tanto y contemple que cuando a la derecha se le
corre el maquillaje y aparece el vero ícono del fascismo, no hay votos
que valgan. Ni el fraude electoral, también programado, será necesario.
Luchemos para que nuestra potencia de combatir a la cultura represora no
sucumba también a su propia obsolescencia, aunque no esté programada.
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