(Red Eco Alternativo).- El mapa de medios cambió durante el macrismo (2015-2018). Dos
decretos fueron clave: uno que desactivó la famosa Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual, y otro que permitió la expansión a las
telecomunicaciones: los grandes operadores en todos los mercados. El
discurso de la convergencia, dicen Martín Becerra y Guillermo Mastrini,
favoreció a la concentración: si bien la regla es para todos, pocos
están en condiciones de usufructuarla. Revista Anfibia
La
discusión sobre los medios en Argentina suele mezclar los efectos
fulminantes sobre la economía de los medios tradicionales que provoca la
crisis global del sector, con particularidades de la cultura mediática
nacional y la valoración de las políticas y reglas de juego cambiantes
dispuestas por los últimos gobiernos.
Fruto de la combinación
variable de esos tres factores es que surgen dos certezas: casi nada es
como era en el panorama de los medios argentinos y, lo que es más
inquietante, casi nada será mañana como es hoy. Ni las rutinas
productivas, ni la relación con los públicos que crea(ba) hábitos que
Eliseo Verón categorizó como “contratos de lectura”, ni los niveles y
características de empleo, ni los dispositivos de edición, distribución y
uso/consumo, ni la influencia cultural en sentido amplio conservan las
regularidades que distinguieron la institucionalidad mediática durante
todo el siglo XX y el inicio de este siglo.
La crisis global
provocada por la digitalización y emergencia de plataformas en red de
distribución de contenidos y el rol iconoclasta de conglomerados como
Facebook y Google con su poder devastador para la lógica con la que se
organizaban los negocios de los medios, suelen estar hoy en el debate.
En cambio, se habla menos del ingrediente local que combina una
idiosincrasia peculiar con las políticas públicas en un sector que en la
Argentina es muy dependiente de las reglas de juego que marca el
Estado.
Si
se observa el mapa de medios al final del segundo gobierno de Cristina
Fernández de Kirchner en diciembre de 2015 con el que fue troquelando su
sucesor, Mauricio Macri, hasta mayo de 2018, se advertirá que no todos
los cambios son fruto de la crisis global, ni son exclusiva
responsabilidad de la tradicional estructuración mediática nacional o
consecuencia directa de las políticas. Hay, pues, una tutela compartida
en la mutación de un ecosistema en el que desaparecieron especies,
surgen otras y, entre las que sobreviven, se aprecian considerables
modificaciones en su tamaño, ubicación, alineamiento y perspectivas.
La
implosión del Grupo Szpolski a comienzos de 2016; la inestabilidad del
Grupo Octubre, editor de Página/12 y dueño de AM750; la intervención
judicial apadrinada por el gabinete de Macri en el Grupo Indalo y las
espasmódicas detenciones de Cristóbal López y Fabián de Souza con los
despidos de Roberto Navarro y Víctor Hugo Morales mediante; el cierre
del diario La Razón por parte del Grupo Clarín, que también bajó la
persiana de la Agencia DyN (Diarios y Noticias), cuyo accionariado
protagonizaba junto con La Nación; el ajuste al límite de la
supervivencia en Editorial Atlántida; la decisión judicial de declarar
en quiebra a Radio Rivadavia; los despidos y retiros “voluntarios” en
todas las empresas y en las emisoras de radio y tv del Estado son
algunas de las mutaciones del paisaje de los medios argentinos en los
últimos dos años y medio.
La contracción del escenario de empresas
fue compensado por parte de los más poderosos para ampliar horizontes:
el Grupo Clarín desembarcó en telecomunicaciones con la fusión entre
Cablevisión y Telecom, después de haber amagado con el experimento de
Nextel, que resulta tímido al lado de la nueva y gigantesca
concentración propiamente “convergente”. En su escala más modesta, La
Nación lanzó una señal audiovisual que fue apalancada por el gobierno
que posibilitó su inclusión obligada en la grilla de los
cableoperadores, a pesar de lo cual su modelo de negocios es precario.
La
precarización del sector expulsó a periodistas del quehacer noticioso.
Algunos de los refugios son las oficinas de prensa o relaciones públicas
de organizaciones privadas, estatales o del tercer sector. Otros se
adaptan gestionando sus propios productos o programas, en un sistema en
el que abunda el subalquiler de espacios por parte de las emisoras
audiovisuales y también, a su modo, de los medios impresos y en la web.
En
un registro ubicado en las antípodas de la consolidación conglomeral,
los trabajadores de Tiempo Argentino fundaron una cooperativa y lograron
concretar una gestión autogestiva que tiene dos años ya, lo que en la
era de la mercantilización extrema de la información parece un milagro.
Nuevas reglas de juego
Las
personas curiosas en torno a las políticas de comunicación se
preguntaban en el breve lapso que transcurrió entre las elecciones de
octubre de 2015 y la asunción de Mauricio Macri en diciembre de dicho
año, sobre la capacidad del nuevo gobierno de cambiar el marco
regulatorio que había dejado como herencia el kirchnerismo.
Concretamente se aventuraba sobre el destino de la famosa Ley de
Servicios de Comunicación Audiovisual (mal llamada Ley de Medios)
aprobada en 2009 y de la menos discutida Ley Argentina Digital (de
telecomunicaciones y Tic) sancionada por el Congreso en 2014. No es
arriesgado pensar que la mayoría de las respuestas, que luego se
mostrarían ingenuas, indicarían que dada la situación de minoría
legislativa del PRO, las leyes del sector no se verían alteradas
rápidamente.
Sin embargo el nuevo elenco dirigente dejó claro
desde el primer día que las comunicaciones constituían un área
estratégica y que de ninguna manera aceptaría el legado recibido. Por
primera vez en la historia argentina se creó un Ministerio de
Comunicaciones, que sirvió como cabeza de playa para alterar la
jerarquía administrativa del sector, como ente superior de la autoridad
que fijaba la LSCA, la AFSCA. Ese Ministerio, que estuvo a cargo del
político cordobés Oscar Aguad, removería de raíz principios y
regulaciones que impedían mayores niveles de concentración de la
propiedad del sector, allanaría el camino para que el Grupo Clarín
concrete una nueva etapa expansiva y después de 18 meses sería disuelto
en un reconocimiento tácito de que la planificación a futuro y la
gestión de los conflictos desatados en las comunicaciones no formaban ya
parte de las prioridades del gobierno. El trabajo estaba hecho.
Pese
a la retórica republicana de respeto a la división de poderes, en el
campo de las comunicaciones el gobierno de Macri lleva dos años y medio a
golpe de decretos y resoluciones unilaterales que trastocaron las
reglas de juego y que, en lo sucesivo, constituyen un antecedente de
alteración de las normas al menos con cada cambio de gobierno, lo que
corporiza el fantasma de la mentada “inseguridad jurídica” como nunca
antes.
Así, en su primer mes de gestión, el presidente y su
gabinete firmaron el DNU 267/15, con el que creó una nueva autoridad
regulatoria directamente controlada por el PEN, flexibilizó las normas
que limitaban la concentración y prorrogó las licencias del sector una
vez más (lo hicieron otros presidentes antes, por ejemplo Néstor
Kirchner mediante el DNU 527/2005), por cinco años. Con precisión
quirúrgica (ya que la mayoría de los artículos de la LSCA continuaron
vigentes) y sin debate público, Macri cambió sustancialmente una ley que
había sido largamente escrutada por la sociedad argentina. Tras el
cimbronazo que significó el DNU 267/15, el gobierno se comprometió, ante
los ciudadanos y ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a
enviar al Congreso de la Nación un proyecto de ley que devolviera a los
legisladores su capacidad regulatoria. Luego de varias postergaciones y
del montaje y desmonte del Ministerio de Comunicaciones, esa promesa
sigue sin cumplirse.
La política de comunicación de Mauricio Macri
dio con el DNU un giró de 180 grados a las cuestiones promovidas por el
kirchnerismo. Se abandonó el discurso de la democratización de los
medios y se lo reemplazó por el desarrollo del mercado y la necesidad de
atraer inversiones. Con el tiempo, se incluyó la promoción de la
convergencia como concepto orientador de una mayor eficiencia en sector
que de acuerdo a su diagnóstico se encontraba “atrasado”. Sin embargo,
los sucesivos parches zurcidos al calor de las necesidades expansivas
del Grupo Clarín a las telecomunicaciones, que celebra con la fusión
Cablevisión-Telecom, y de los lamentos de su competidor Telefónica
siempre conmutados desde Madrid, tampoco alcanzaron a diseñar un marco
normativo realmente “convergente”. La política de Macri en el sector se
aparta de la senda trazada por países con legislaciones acordes a la
convergencia tecnológica como Reino Unido o México.
Por otro lado,
durante el año 2016 se registró una baja en el gasto en publicidad
oficial que afectó a los medios que durante el kirchnerismo se habían
visto beneficiados con este recurso cuya transparencia y efectividad
siempre es dudosa. En 2017 el gasto en pauta estatal aumentó sin llegar a
los niveles de discriminación de los gobiernos anteriores. En tanto,
los medios de gestión estatal que pasaron a tener una programación
formalmente más diversa (o menos sectaria) que durante los gobiernos de
Cristina Fernández, al tiempo que su audiencia mermó notablemente y los
conflictos internos se incrementaron, lo que conduce a replantear desde
otra perspectiva el eslogan de “público” con el que se alude al Canal 7,
Radio Nacional y la Agencia Télam.
El grupo Clarín terminó de
efectivizar la compra de Nextel (iniciada en las postrimerías del
gobierno de CFK) con lo que retornaba al sector de la telefonía en un
movimiento que mostró la correspondencia entre el discurso gubernamental
y la estrategia de negocios del mayor grupo infocomunicacional del
país.
A fines de 2016, el gobierno sancionó un nuevo decreto
(1340/16) para el sector de la comunicación, que facilitaría la
expansión de las telecomunicaciones hacia el sector audiovisual, y del
audiovisual hacia las telecomunicaciones. En resumidas cuentas, dejaba
atrás los tabiques legales y permitía –en un plazo de dos años- a todos
los grandes operadores estar presente en todos los mercados. Para los
pequeños y medianos, para los cooperativos y comunitarios, ese decreto
reservaba ciertas cuotas de protección que luego serían eliminadas en el
proyecto de “ley corta” de telecomunicaciones presentado al Congreso en
marzo de 2018, y que es el primero con el que el gobierno participa de
la discusión al Poder Legislativo.
El
discurso de la convergencia favorece, en la versión macrista, el
proceso de concentración; si bien la regla opera para todos, pocos están
en condiciones de usufructuarla. En concreto, Clarín, Telefónica, Claro
y, tal vez, DirectTV. El Grupo Clarín obtuvo un beneficio adicional al
permitírsele utilizar licencias de espectro en 2,5 Ghz. para usarlo en
telefonía móvil con su empresa Nextel, vía reatribución de su empleo.
Originalmente dichas licencias no se podían utilizar para telefonía
móvil y por lo tanto su valor era considerablemente menor. En relación a
internet se protegió a los operadores que construyeran redes, con el
bloqueo a la competencia en la utilización de la “última milla” por un
plazo de 15 años. Finalmente se autorizó a DirecTV a prestar Internet.
Un juego donde todos los grandes ganan, aunque algunos ganan más que
otros.
La “convergencia” habilitada por Macri amoldó de esta
manera sus dos principales prendas a la anatomía de los dos operadores
más importantes del sector de la televisión de pago y relega tanto a los
actores medianos y pequeños del audiovisual que compiten con
Cablevisión y DirecTV, como también a los conglomerados de las
telecomunicaciones y a las compañías de Internet. A la luz de los
decretos de Macri y de las acciones emprendidas por el Ministerio de
Comunicaciones y por el Ente gubernamental ENaCom, la costura de la
convergencia es tan selectiva que solamente quienes dominan el 70% del
lucrativo mercado de la tv paga podrían aprovecharla integralmente.
Tras
el decreto las telefónicas, especialmente la de origen español,
mostraron su disgusto y amenazaron con demorar inversiones. El gobierno
de Macri, en políticas de comunicación, juega con dos canchas
inclinadas. Primero la inclina entre grandes operadores y el resto, y
luego la inclina un poco más dentro del selecto grupo “champions league”
a favor del Grupo Clarín.
Fusión larga, ley corta
Sin
haber cumplido la promesa de presentar un nuevo proyecto de ley, pero
con la tarea cumplida en cuanto la adaptación del marco regulatorio a
las necesidades de los grandes operadores del mercado, en julio de 2017
mediante otro DNU se disolvió el Ministerio de Comunicaciones y se
reubicaron sus funciones en el Ministerio de Modernización mientras se
anunciaba la megafusión de Cablevisión y Telecom, la mayor de la
historia de las comunicaciones en América Latina.
Para atender las
quejas de Telefónica, el proyecto de “ley corta” hoy en trámite en el
Senado habilitaría a las telefónicas a dar tv satelital y a usar la
infraestructura “pasiva” del resto de los operadores pequeños, medianos y
cooperativos (que tendrán así incentivos para convertirse en meros
dealers de los grandes del sector). De esta forma, se limitaría la
asimetría existente para acceder al cuádruple play entre el Grupo
Clarín, Telefónica y Claro. Velocidad de decreto para Clarín, velocidad
parlamentaria para Telefónica y Claro.
El
análisis del conjunto de la política de comunicación del gobierno de
Macri muestra que su actividad en el sector ha sido intensa. Las
empresas que reclamaban que “la mejor ley de medios es la que no
existe”, ven con agrado la lluvia de decretos. Lejos del discurso
liberal que proclama la prescindencia de la intervención estatal, se
aprecia una profunda revisión del marco regulatorio y una reorientación
de la intervención del mercado. Con el discurso de la convergencia y la
competencia se han establecido reglas que favorecen a los actores
dominantes del sector. Y en todo caso cabrá esperar que respondan con
algunas inversiones.
Ganadores y perdedores
El
principal beneficiado es el Grupo Clarín, que vio cómo desaparecieron
los límites a su expansión, se le facilitó el acceso a nuevos mercados y
se reguló en forma asimétrica a los otros grandes grupos para
pavimentar su despegue en telecomunicaciones, mientras que, con la misma
orientación gubernamental, algunos de sus competidores achicaron sus
posiciones (venta de Telefé por parte de Telefónica a Viacom en 2016).
La fusión entre Clarín y Telecom, donde el grupo pasa a detentar el
control operativo, es la frutilla del postre. Si bien resta la
autorización de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, el
regulador gubernamental ENACOM autorizó ya la operación que supone que
el Grupo Clarín pase a dominar a nivel nacional el 42% de la telefonía
fija, el 34% de la telefonía móvil, el 56% de las conexiones a Internet
por banda ancha, el 35% de conectividad móvil y el 40% en TV paga. Nadie
dispone de un poder de mercado similar. Y esto sin considerar los
medios gráficos, radiales y televisivos que aumentan su poder de
negociación por su influencia en la opinión pública.El Grupo Clarín
resulta el gran ganador del mercado de medios en la era Macri en dos
niveles: por todo lo que compró y por lo que vendieron sus competidores.
De esta forma, la distancia entre el grupo y su más inmediato
competidor se amplió aún más. Y encima sus medios ocupan un lugar
inigualado en la formación de la opinión pública.
Otro grupo que
incrementó su participación en el mercado es Albavisión del mexicano
Ángel Remigio González que sumo parte de las radios del grupo Prisa
(Continental, los 40 principales). Su expansión continua siendo
silenciosa y fantasmagórica. Finalmente cabe destacar, los grupos Fox y
Turner que supieron jugar fuerte para quedarse con los derechos de
televisación del fútbol, un mercado muy apetecible.
La Nación, con
la consignada ayuda gubernamental en la distribución de su señal de
cable y, en menor medida, Perfil, acceden a la publicidad oficial que
les retaceaba o negaba el kirchnerismo (según el lapso). El Grupo Perfil
obtuvo además licencias de radio y televisión aún no operativas.
Entre
los perdedores se encuentran en primer lugar la estructura de medios
dependiente de la publicidad oficial en el gobierno anterior. A la
implosión del grupo Spolski-Garfunkel que dejó a la deriva los medios a
su cargo en los primeros días del gobierno Macri, se suma la situación
de virtual quiebra de los medios del Grupo Indalo de Cristóbal López.
Los medios de buena sintonía con el kirchnerismo resultan así las
principales víctimas de la nueva política. Claro que para entender su
colapso no debe pensarse tanto en la gestión macrista como en su
incapacidad para establecer un modelo de negocios que lograra márgenes
de autonomía respecto de la profusa ayuda estatal.
Las empresas
españolas han perdido algunas posiciones, en este caso por decisiones
estratégicas de sus casas matrices, que decidieron abandonar posiciones
en el país. Telefónica se desprendió de Telefé y su red canales del
interior que fue adquirido por el Grupo Viacom. Como se ha visto, Prisa
cedió parte de sus medios a Ángel González.
También el grupo De
Narváez ha reorientado sus inversiones y abandonado sus participaciones
en medios, en este sentido en favor de un grupo de permanente buena
llegada a cualquier oficialismo: el grupo Uno de Daniel Vila y José Luis
Manzano, rebautizado América, que se asoció con Claudio Belocopitt.
Una
situación particular presenta el grupo Octubre, vinculado al sindicato
de porteros liderado por Víctor Santamaría. Si bien en el período
incorporó al matutino porteño Página 12, la situación económica de sus
medios, especialmente el diario, pende de un hilo y en su emisora radial
AM750 es discriminado por el manejo de publicidad oficial que
administra, con lógica de premios y castigos, la Secretaría de
Comunicación que depende de Jefatura de Gabinete.
La turbulencia
provocada en el sistema de medios argentino por las nuevas pautas
definidas por el elenco dirigente que rodea a Macri es tan profunda como
la dependencia de una parte importante del sistema de medios y
productoras periodísticos a las políticas estatales. Ello es potenciado
por un cataclismo meditático global que ninguno de los actores locales
puede controlar y que apenas atisban a comprender. Si lo comprendieran,
advertirían que las políticas públicas puede agravar, mitigar o
reconducir hacia otros horizontes la crisis en el sector de los medios y
que sus consecuencias serían diferentes para la sociedad que se nutre
de las noticias y los entretenimientos cada día.
En los últimos
meses, los empresarios que suelen pontificar los prodigios del mercado
libre, han comenzado a señalar su preocupación por la concentración de
las comunicaciones a nivel macro y, aprovechando el escándalo de venta
de perfiles de 87 millones de usuarios de Facebook a Cambridge Analytica
con fines de manipulación de la opinión pública, enuncian en tono cada
vez más alto su crítica al rol de conglomerados como Facebook, Google,
Amazon y, en menor medida, Netflix. Probablemente en los próximos meses
pidan que el Estado intervenga para equilibrar la cancha. Una vez más,
recurrirán al poder político para que los proteja/favorezca cuando su
posición es amenazada por actores superiores a ellos. Tal vez, esta vez
ni siquiera alcance con un árbitro tan parcial como Macri para volver a
dominar el partido.
Junio / 2018
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