“Basta
de matar a nuestrxs alumnxs” es un grito desesperado que intenta ponerle freno
a la barbarie y a esa expresión extrema que es el asesinato de los pibxs.
Denunciando el crimen buscamos cerrarle el espacio a la naturalización de la
muerte joven y a la estigmatización de lxs jóvenes de los sectores más
postergados. Señalamos con claridad a sus responsables: el Estado, el poder
político, el poder judicial, el feroz entramado narco-policial.
De la ciudad obrera a la ciudad “narco”
Rosario es una ciudad joven pero con
historia. Una historia diversa, cambiante, rica. Reivindicamos con orgullo ser
uno de los lugares en donde socialistas y anarquistas organizaron un acto como
parte de la primera jornada mundial del 1º de Mayo allá por 1890. Luego,
anarquistas, socialistas y comunistas se disputaron momentos de
abnegación, organización y lucha en toda la primera mitad del siglo pasado. Por
un tiempo largo fuimos la “capital del peronismo” y allá por 1969 escribimos
nuestras páginas más gloriosas con los dos Rosariazos, el “Rosariazo
Estudiantil” del mes de mayo y el “Obrero” de septiembre. En la segunda parte
de los ’90, cuando las luchas contra el menemismo, fuimos “la capital nacional
del paro”. Y ya el 2001 es nuestro presente, somos la ciudad que salió a la
calle, que enfrentó la represión policial, donde mataron a 8 jóvenes, donde se
llevaron la vida de Pocho Lepratti.
También nuestra historia recoge varios
procesos que dejaron marcas y nos presentaron ante el mundo con otros rostros.
Fuimos la ”Chicago Argentina” por el importante desarrollo de la mafia local
allá por los años ’20. La “Rosario de Galtieri” cuando militares, empresarios y
jerarcas de la Iglesia eran los dueños de la vida y la muerte en la región y la
banda de Feced secuestraba, torturaba y mataba a voluntad. La ciudad de los
“comegatos” en tiempos en que la crisis tocaba fondo en la larga noche del
neoliberalismo.
Hace unos años –cuando el boom
económico vinculado a la soja- el socialismo en el gobierno pretendió
presentarnos como “la Barcelona argentina”; ya muy poco queda de esa extraña
ambición. Hoy somos “la ciudad de los narcos”, “la Medellín argentina”, la de
la impunidad para mafiosos y policías asesinos, la de los “bunker” en todos los
barrios, la de la muerte temprana para tantos pibes.
Allí, en esa lista interminable de vidas
jóvenes arrancadas de cuajo por las balas de la policía y de las mafias del
crimen organizado, está concentrada la brutalidad de un capitalismo que avanza
a paso firme profundizando la barbarie. El “gatillo fácil” impulsado desde la
institución policial y otras formas de muerte violenta en los barrios no son
algo nuevo, pero en los últimos años el salto en las cifras no deja espacio para
el acostumbramiento. Según estadísticas oficiales, en el año 2010 fueron
asesinadas 126 personas en el departamento Rosario. La cifra sube en los años
siguientes: 163 en 2011, 184 en 212, 265 en el 2013. En el 2014 baja levemente
a 248, aunque multiplica por cuatro la tasa promedio nacional de muertes
violentas cada 100 mil habitantes.
Cifras que sacuden, que interpelan, que nos
obligan a pensar. Quizás la primera tarea sea señalar con claridad las
responsabilidades: la barbarie no es potestad exclusiva de narcos y policías
asesinos; ella se ancla en un sistema social esencialmente injusto que condena
a miles de jóvenes a la exclusión y tiene un lugar destacado en los despachos
de políticos “progresistas” que llevan años gobernando para que la franja de
excluidos del sistema siga creciendo; en las salas de del Poder Judicial donde
jueces y fiscales garantizan el festival de la impunidad; en capas de la
“honesta y trabajadora” clase media y media baja que es capaz de formar en
instantes una patota asesina para golpear hasta la muerte a David Moreyra,
en un linchamiento repugnante que logró la adhesión de un sector de la
sociedad para otro asesinato que sigue impune.
Son nuestrxs pibxs, son nuestrxs alumnxs
David Moreyra hizo la primaria en la Escuela
456 de Empalme Granero y curso parte de la secundaria en la Escuela 243 de
barrio Belgrano. Abandonó la escuela poco antes de que lo mataran.
Jonatan Herrera era un orgulloso Técnico
Naval egresado de la Escuela 697. Tenía 21 años y un hijo de dos meses. Lo
fusilaron tres policías cuando lavaba el auto en la puerta de su casa;
aparentemente lo confundieron con un delincuente que estaban persiguiendo.
Dante Fiori era un joven de 25 años. Hizo la
primaria en la Escuela 1148 de Villa Gobernador Gálvez y parte de la secundaria
en el Nacional 1 de Rosario. Un policía lo fusiló a la vuelta de su casa cuando
iba a encontrarse con un amigo.
Rolando Mansilla tenía penas 12 años cuando
lo asesinaron. Era un niño pero “trabajaba” cuidando un bunker agazapado a la
intemperie en el techo durante horas. Poco tiempo antes había venido del Chaco.
No llegó a ir a una escuela de Rosario. Lo fusilaron los sicarios de una banda
rival.
El caso más reciente es el de Gerardo
Escobar, tenía 25 años, trabajaba en la repartición de “Parques y Paseos”
de la Municipalidad. Pero seguía estudiando para completar su escuela primaria.
Fue su maestra de la Escuela Nocturna 30 la que más fuertemente denunció su
desaparición. A los pocos días el cadáver de Gerardo apareció flotando en el Río
Paraná. Sobran las evidencias sobre la participación policial en el crimen.
Apenas cinco casos entre cientos. Pero
alcanzan. Para ponerle rostro a la muerte, para ir más allá de la cifra
estadística, para entender –como entendimos en Amsafe Rosario- que todos son
nuestrxs alumnxs. Los que estaban yendo a la escuela y los que ya no iban; los
que habían logrado completar sus estudios y los que habían tenido que
abandonar; y hasta los que no habían ido. Son nuestros alumnxs; los que
tuvimos, los que tenemos, los que nunca pudieron llegar a la escuela.
“Basta de matar a nuestrxs alumnxs” es un
grito desesperado que intenta ponerle freno a la barbarie y a esa expresión
extrema que es el asesinato de los pibxs. Denunciando el crimen buscamos
cerrarle el espacio a la naturalización de la muerte joven y a la
estigmatización de lxs jóvenes de los sectores más postergados. Señalamos con
claridad a sus responsables: el Estado, el poder político, el poder judicial,
el feroz entramado narco-policial.
La campaña la desarrollamos con un grupo de
delegadxs de escuela. Junto con la denuncia apostamos a desarrollar una
discusión, desnaturalizar el sentido común, instalar la urgencia de hablar de
esto en el conjunto de la base docente y la sociedad toda. Damos la batalla
contra cierto discurso que culpabiliza a lxs jóvenes y que entiende que la
solución está en seguir incrementando en forma interminable los miembros de las
fuerzas represivas. Impulsamos campañas de fotografías para sensibilizar sobre
esta situación. Buscamos reconstruir la “biografía escolar” del joven asesinado
para que el crimen tome carnadura y adquiera su verdadera/brutal dimensión.
Repetimos que lxs pibxs no son peligrosxs,
sino que están en peligro. Que la policía es parte central del problema y no de
la solución. Que hacen faltan más escuelas y lugares de recuperación para
jóvenes con adicciones y no más cárceles. Más trabajo, más políticas sociales y
acabar con la estigmatización y la represión contra lxs jóvenes.
No queremos que
Rosario sea Medellín, no queremos que la Argentina avance por el camino de
México. Pero el peligro está latente en el avance del narcotráfico y su
entramado con sectores del Estado. También en las respuestas de la derecha –y
que cuentan con una base social de adhesión innegable- que sostienen que todo
se resuelve con más policías, más balas, más cárceles, en fin, más represión.
Nuestrxs pibxs en los
barrios son las víctimas principales de esta situación. Son nuestrxs alumnxs y
no podemos dejar que los sigan matando.
Necesitamos organizarnos
recuperando las mejores tradiciones del pueblo de Rosario.