Por Silvana Melo
(APe).- Cuando el volcán se desperezó, el juguetero
neuquino ya era personaje en capital federal. Allí donde están todas las
oficinas: las de dios y las del demonio. Y donde todos los mortales, desde
Humahuaca a la Patagonia, deben hacer cola para acceder a las ventanas de la
vida. El juguetero que se conmovió con los pibes que le robaron peluches a las
tres de la mañana trató de aclarar que no era un santo, sino que los chicos de
Neuquén están demasiado lejos de la pequeña Arabia Saudita. Esa que la
explotación de los hidrocarburos, amalgamados en los poros de la enorme roca
Vaca Muerta, amaga con fundar. A pesar de que la baja en el barril de petróleo
siembra algo de desánimo entre la nueva riqueza de la Patagonia.
Pero el juguetero de Neuquén –esa voz tan
palíndroma y tan mapuche- ya era un recorte forzado y solitario que el ombligo
del país hizo de esa ciudad – provincia atravesada por el Neuquén, el río
torrente y audaz.
Tres chicos rompieron la
vidriera a las tres de la mañana para llevarse unos osos. En su enajenación de
marginalidad y alcohol, un panda es una textura impensable. La nena de quince
años es mamá, en la misma y condenada línea de tiempo que su propia madre, que
la tuvo a los trece.
Fue raro que la piba de quince, todavía
atravesada por la resaca de su historia y la humillación del patrullero, fuera
a pedirle perdón. Al juguetero, que había escuchado ya demasiadas razones para
el patíbulo. Ella fue, además, con su bebé. Y el juguetero se transformó en el
héroe comunitario que perdonó. En la santísima víctima del descarte social de
la Arabia Saudita pequeña, que brilla como un diamante en la garganta de la
Patagonia.
El recorte mediático lo depositó
en el púlpito. Sin anclaje con la brutal desigualdad que irá profundizando la
brecha al mismo ritmo con que se hunde el taladro para la fractura hidráulica.
Fue el fiscal del fuero penal juvenil de Neuquén quien se atrevió a citar,
tímidamente, que en la provincia la deserción de la escuela media llega al 60
por ciento. El oso panda que se llevó la chiquita que a los quince es mamá es
una línea candente de ese gráfico que reduce la humanidad a fría geometría. La
mayor parte de las chicas que desertan del secundario lo hacen para parir.
Dejan la escuela por la maternidad, en un salto mortal hacia la adultez.
Esa dicotomía fatal aparece en el
departamento de Añelo, pegadito a Vaca Muerta. "La zona de Añelo va a
tener un despegue fenomenal, pero estamos seguros de que la ciudad de Neuquén
también va a crecer exponencialmente gracias a Vaca Muerta. Hoy tenemos una
población, incluyendo el área de influencia, cercana a los 600.000 habitantes,
y perfectamente podemos superar el millón si se concretan todos los proyectos
de inversión que están en danza”. El entusiasmo pertenece a Marcelo Bermúdez,
jefe de gabinete del gobierno municipal de Neuquén.
El problema es que Añelo es un violento claroscuro: ocho de cada diez
chicos que llegan a la secundaria se van antes de tiempo. Tiene una cifra de
deserción veinte puntos mayor que el promedio provincial (79,3%). Los que
quedan en el camino, apartados de la utopía capitalista, mirando apenas desde
las banquinas del sistema, expulsados por ser madre a los 13 o languidecientes
en neuronas y pulmones a los 14 o arrebatadores de algo más comercializable que
un panda de peluche. Se llevarán apenas una pizca de aquello que les robaron de
origen y le harán apenas cosquillas en los pies a un estado que los dejó
desiertos de escuela, de abrazo, de leche caliente y de un pellizco de
porvenir. No son ellos los que desertan. Ellos son los envases vacíos que
quedan a la vera del paso del tren. Ellos son los desiertos.
Pero Añelo va a tener un hotel
de varias estrellas.
Los terrenos redoblan su valor año tras año. Será
el corazón de la Arabia Saudita argentina. Lloverán petróleo y gas cuando
logren quebrar los poros de la roca y abrir en dos el vientre de la tierra.
Cuando se gasten millones de litros de agua con químicos para la fractura. Y el
agua corra, contaminada, por los canales. Y la tierra, un mal día, se mueva
como si se desperezara, de tanto aguijonearla.
Neuquén es la única ciudad del
país donde hay Carrefour, Jumbo, Walmart, La Anónima y Coto. A cien kilómetros
de Vaca Muerta las grandes cadenas apuestan al renacer del barril de petróleo y
al florecimiento desencajado.
El modelo extractivista se lanza
a explotar el desierto. Con lo que Observatorio Petrolero Sur define como
“zona de sacrificios”. Entonces, los sacrificados y los desertados son los
campesinos, las comunidades mapuches, los puesteros, los trabajadores. Que
deben aguantar o irse. Con la anuencia del Movimiento Popular Neuquino,
gobernante desde hace más de cincuenta años Con la anuencia del Movimiento
Popular Neuquino, gobernante desde hace más de cincuenta años, desertificador
de expulsados sistémicos. Dice un diario neuquino que “los niños que ingresaron
a la juguetería forman parte de una familia con antecedentes penales, ligados a
los Bin Laden". Qué nombre paradójico (o no) para aquellos a quienes les
desertan las riquezas en su propia cara. A quienes invaden y vacían en su
propia casa.
“Había otra nena en el negocio que estaba
comprando el mismo oso panda que la otra se quería llevar”, dijo el juguetero.
Y estaba rondando cerca de la verdad. Esa imagen de dos pibas, de dos mundos,
es Añelo. Y es Neuquén, la provincia que será rica y altiva, tirando manteca al
techo de su roca bendita. Encendiendo velas al shale oil (la roca de esquisto
que contiene petróleo en sus poros y por tenerlo en sus poros es no
convencional) y confinando a sus marginales a los arrabales de la fiesta.
Esos que escucharán de lejos el
perforado de la tierra hasta llegar a un punto clave, cuando el taladro doblará
en 90 grados e inyectará agua, arena y químicos a altísima presión para que el
gas y el petróleo salten de los poros y salgan a la superficie. Lo verán de
lejos. Y no habrá otra cosa que un sismo a sus pies de vez en cuando, que les
recuerde que viven en el paraíso.
Fotos: gentileza www.8300.com.ar