Dr. C. Santiago Bondel.
santiagobondel@gmail.com
"Es fácil comprometerse a seguir una serie de reglas ex ante, pero respetarla ex post es un logro notable, especialmente si tomamos en cuenta las enormes tentaciones que existen para romperlas". E. Ostrom, 2009 (subrayado propio) http://www.eumed.net/cursecon/textos/Ostrom-complejos.htmsantiagobondel@gmail.com
Estas breves reflexiones tratan de aportar algún contenido a la polémica desatada en torno (y entorno) a la propuesta de lotear para 'urbanizar ' a modo de ski village la base oriental del Cerro Perito Moreno. Por supuesto que no pretendo calificar las elecciones en el estilo de vida de cada uno, de modo que lo que sigue sólo se trata de apreciaciones personales que buscan respaldarse tanto en mi condición de vecino como en el ejercicio profesional de geógrafo interesado en ámbitos de montaña.
Puede comprobarse en numerosas fuentes que las transformaciones territoriales son parte del cotidiano andino-patagónico y fomentan una progresiva, y digamos 'caliente' discusión socio-política sobre modalidades y potenciales consecuencias. El continuo crecimiento de los parcelamientos rurales se presentan entre los más reconocidos y conflictivos temas entre de los temas instalados desde hace al menos dos décadas. Esta tendencia al sobreparcelamiento ha sido una modalidad analizada y denostada casi sin piedad desde la visión académica y desde los más variados discursos, tanto por su negativa proyección urbanística (creciente déficit comunal en función de la extensión de infraestructura y servicios) como ecológica (generador de situaciones forzosas de stress ambiental -agua, suelo, fauna, flora, incendios-). Los Planes Estratégicos de la mayor parte de las localidades andinas destacan puntualmente la necesidad de detener el sobreparcelamiento de los ámbitos rurales (San Martín de los Andes, Villa la Angostura, El Bolsón, El Hoyo, Trevelín, Lago Puelo, etc.). Si hubo voces contrarias en este sentido, lo fueron desde visiones políticamente atadas a resolver problemas acuciantes por falta de techo para un creciente número de pobladores, en particular jóvenes.
Con estos antecedentes ya empezamos mal, pues el área en cuestión obedece a lo que se da en llamar ámbitos rurales de explotaciones familiares, aquellos en donde se debía desalentar los fraccionamientos. Pero no se puede pecar de ingenuos ya que desde hace tiempo existe un reemplazo valorativo de la tierra. De aquel histórico rinde por hectárea que para el caso se refiere al número de animales, hoy los precios obedecen a nuevas lógicas territoriales, las del paisaje, del gusto y los sentires, que hasta ponen precios superlativos a aspectos considerados negativos hasta no hace mucho tiempo (pendientes importantes, afloramientos rocosos, bosque tupido y si se quiere hasta la 'soledad y lejanía', mitigada por cierto, por lo que podemos llamar tecnologías de la 'inmediatez' -conexiones, físicas y virtuales-). Es desde allí que la oferta y demanda presionan atendiendo a un 'demandante' diferente que válidamente pensará en un medio rural distinto al tradicional, si bien y como ocurrió, no parece legítimo que los cambios vinieran con trampas.
Por supuesto que estamos ávidos de transformaciones con proyección territorial genuina y eficaz, pero veamos. Por lo visto y oído sobre los hechos, que incluso son atendidos desde la justicia, el fisco concedió las tierras involucradas a su ocupante tradicional en función de su historia y destino rural, para luego pasar, casi sin pestañear, a otros propietarios que proponen novedosos usos. Sintetizando, con el resort de montaña se instala una discusión desbalanceada, tanto por el confuso recorrido de las formas propietarias, como por cambios en los destinos del espacio, que por una parte deberían atender a las normas legales y por su trascendencia, responder a un consenso generalizado y no sectorial.
A todo esto, por su posición geográfica, al loteo le caben las típicas consideraciones urbanísticas de anti-social, en particular por el encarecimiento del gasto comunitario tanto por la dispersión necesaria de servicios públicos como por la consecuente necesidad de equipamientos urbanos (salud, educación y seguridad). Para más, es cierto también que la propuesta de resort y loteo residencial anuncia entre sus 'virtudes': Lotes separados entre si, sin vecinos ni límites compartidos (!); Es decir, esta condición negadora de las posibles bondades de vecindario, ¿debe recibir el guiño de la gestión pública?
Para sumar desencuentros, este tipo de loteo aislado alienta otro aspecto, diríamos pernicioso para la salud ciudadana y reconocido por la generalidad de los urbanistas, que es el de fomentar la fragmentación social, es decir el de generar en los espacios comunitarios una suerte de entidades socio-culturales excluyentes. Y que, finalmente la experiencia diría, terminarán por establecer un cordón espontáneo de asentamientos 'independientes' para la atención del complejo; es decir, más fraccionamiento.
Para más, es fácil comprobar que se apunta a 'cuadros' sociales acomodados, que por supuesto no tienen nada malo en si mismo, pero sí lo tendrían desde su potencialidad de impacto. Digamos que es común descalificar a las barriadas pobres por el desorden, la desprolijidad y hasta por la estética; pero también es fácil apreciar que a mayor capacidad económica de las personas, las proyecciones de los impactos (muchos no tan visibles como las 'bolsitas') crecen en gran medida. Proyecciones que van de la mano con la capacidad transformadora creciente que tiene el individuo contemporáneo, en particular en lo que respecta a la movilidad, la adquisición de bienes y las posibilidades técnicas de intervenciones sobre los sitios y que decididamente potencian la expansión física de un importante sector de las clases media y alta. Si caben dudas con esta afirmación, pensemos en el radio de acción cotidiana y los insumos utilizados, para ver que un poblador de bajos recursos apenas superará algunas cuadras, con mínimos insumos y uso de artefactos.
A decir verdad, tanto desgaste con las 'tomas periurbanas' y sus consecuencias ecológicas y sociales dramáticas, en esa mezcla de desesperación de unos y avivadas de otros, para que 'a la derecha de su pantalla', se asista a una iniciativa que se pone de mochila lo mejor de la montaña y la potencial apropiación legítima por parte de sus habitantes, para chantajear con que 'sin esto' no hay montaña. Y es así, me consta. No hay tal cosa de que los deportes invernales implican una asociación necesaria con 'villas' adyacentes, sino ¿qué hacemos con tanto años de Chapelco, La Hoya, Castor, Bayo, Penitentes, Osorno, Villarrica y demás?. ¿O van por todo?. Incluso la Villa Catedral fue consecuencia de la infraestructura pública del cerro, no viceversa y si ese es el modelo, permítaseme ..., ¡mama mía!
Es cierto que el tema tiene muchos otros aspectos a considerar, pero será bueno inicialmente considerar la validez de para qué, con el entusiasmo que provoca poder ir a la montaña y disfrutarla, hasta lo sombrío de los cómo, donde los cambios de destinos de la tierra además de pasar por oficinas de decisión política empequeñecidas y esquivas, se asocian a situaciones obvias de acaparamiento prediales (directos o indirectos) que operan en la región a modo de mancha de aceite. En definitiva y al menos para nuestro cargo de conciencia, suena mal este cuadro inicial de así o nada.