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Entonces mandan a reprimir, y la misma policía que terminó con la vida del adolescente aparece ahora en escena como garantía para poner "orden" a los "disturbios", según refieren numerosos medios de comunicación funcionales al poder. Y mueren dos más: otro pibe de 16 años y un muchacho que no llegaba a los 30.
No es "la crisis" que causó tres nuevas muertes. No son los "disturbios" tampoco. Los asesinos tienen nombre, apellido y armas reglamentarias. Policías les dicen.
Como policías fueron quienes en 2004 asesinaron, por motivo de robo, al joven cabo Mauricio Cornejo, en el supermercado Todo, en El Bolsón. Policías de El Bolsón y de Bariloche eran.
Esos criminales tuvieron su juicio, salvo uno que se "suicidó" (¿para no delatar a peces más gordos?). Tuvieron posibilidad de defenderse. Y están presos. A los pibes de Bariloche no les dieron la misma oportunidad. Esa misma policía, cuestionada, podrida, corrompida, se creyó en derecho de jugar a Dios y decretar la muerte de tres seres humanos, a uno por supuesto robo y a los otros dos por manifestar su bronca en la calle.
Pero los policías tienen derecho a juicio. Y a la impunidad. La policía rionegrina, en una provincia devenida en feudo, ya ha acumulado demasiadas manchas en su haber. El Triple Crimen de Cipolletti, el encubrimiento de pruebas en el secuestro de Otoño Uriarte, las sospechas en torno al asesinato de Atahualpa Martínez, las violaciones en la comisaría, los vínculos con las mafias de la prostitución, la actuación de miembros del grupo BORA en la represión y desalojo de la comunidad Paichil Antriao.
Tenemos que preguntarnos qué clase de sociedad es la que tenemos si la policía, en vez de protegerlo, roba, asesina, tortura y viola a su pueblo. Qué clase de sociedad necesita de la violencia y la perversidad para mantener su "orden" interno. Qué clase de sociedad permite que una bestia extermine a nuestros hijos. Qué clase de sociedad ofrece como futuro a los pibes de nuestra Argentina un tiro en la cabeza, en una calle de barrio.
Momentos tristes como éste nos recuerdan que la realidad no sólo puede ser distinta. Debe ser distinta, imperiosamente.