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viernes, 3 de julio de 2009

SUDESTADA: AL CIERRE DE ESTA EDICIÓN

Por: Sudestada





Al cierre de esta edición, se definían los resultados de los comicios que, sin duda, dibujan con precisión cómo se degrada un sistema que agoniza. No hace falta abundar en razones: todos fuimos testigos del proceso pre-electoral más decadente de los últimos años. Los partidos tradicionales disgregados en sellos de fantasía, enrocando figuras y transfiriendo negocios sucios de un caudillo a otro, presentándose públicamente como oficialismo y oposición sin rubores, configuran un mapa político donde no existe programa que no exceda la defensa de los intereses de la misma clase. Desde los suburbios del panorama, los partidos de izquierda parecen empeñados en competir sólo en materia de cartelería (sin una sola diferencia -ni siquiera en cuanto a creatividad- con la propaganda de los partidos tradicionales) y apariciones espasmódicas en seudos debates en canales de cable. Cabe preguntarse cuántas ediciones de una revista o de un periódico político de actualidad, serio, de un perfil de izquierda, que aborde la coyuntura y se difunda a mínimo costo por las barriadas de todo el país, podrían pagarse con lo gastado en esa publicidad de cuarta donde se asoma una cara, una consigna y una sigla; como si con eso bastara para comunicar algo, para proponer un debate, para generar una pregunta, para hacerse conocer, al menos.

Hablar una vez más de farsa suena a redundante. No hay farsa para aquellos que saben que no hay soluciones posibles a partir de la opción entre uno u otro candidato del sistema. Hay continuidad de un proceso que excluye de las decisiones a aquellos que no pretenden involucrarse en la rosca. Lo que hay, además del escepticismo que crece y la apatía que se multiplica, es el triunfo de una idea peligrosa como dogma: la política es patrimonio de otros; de los punteros, de los empresarios, de los patrones de estancia, de los patéticos personajes que desfilan por televisión cada dos años.

Habrá que asumir, una vez más y las veces que sea necesario, la incapacidad propia de generar un proyecto de alternativa real, con una perspectiva revolucionaria que vaya más allá de conseguir un consejero escolar en un municipio, que defienda los intereses de los trabajadores, que hoy miran desde afuera la fiesta electoral pero que son quienes generan la riqueza en este país, que derrote el sectarismo y el caudillismo, pero también a la estupidez y a la mediocridad (virus que hoy afectan a muchos de los que se autodefinen como “de izquierda”).

Habrá que asumir, otra vez, sin ceder un centímetro en las convicciones y certezas, que sin una proyección política amplia y unitaria, todo lo mucho que se hace a pulmón, lo mucho que crece desde el pie, en silencio, en los barrios, en las fábricas, en la calle, no alcanza. Que tendremos que aprender de los errores del pasado, pero también -principalmente- de los aciertos. Si no, la política seguirá siendo patrimonio de los mismos de siempre. Esos que ahora andarán festejando la pasiva continuidad de un sistema que excluye a los protagonistas de su verdadero rol. Al menos, al cierre de esta edición.
(EDITORIAL DE LA REVISTA Nº 80)