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lunes, 18 de mayo de 2009

ADIOS A MARIO BENEDETTI

Buenos Aires (Crítica).- Coherente con sus ideales de izquierda, el autor de La Tregua, se fue un domingo gris a los 88 años por una enfermedad en el intestino.
El poeta, ensayista y narrador Mario Benedetti murió ayer a los 88 años. Sufría de una enfermedad crónica en el intestino que lo tenía hace años conviviendo con la muerte. Ya había estado hospitalizado varias veces el último tiempo: había sufrido una enterocolitis en el verano de 2008, problemas respiratorios en marzo de ese año y hace poco, el 6 de mayo, había logrado salir airoso de doce días de internación tras una nueva molestia intestinal. Parecía tolerar con resignación su infortunio hasta que finalmente murió ayer en su domicilio en Montevideo. El poeta, incansable, estaba trabajando en un nuevo libro de poesía cuyo título provisional es Biografía para encontrarme. La muerte de este poeta, el uruguayo contemporáneo más leído en todo el mundo, enluta a la literatura latinoamericana. El mundo de inmediato comenzó a recordarlo.
Hijo de Brenno y Matilde, el poeta, nacido en Paso de los Toros, un pequeño pueblo de Uruguay ubicado en el departamento de Tacuarembó, tuvo una infancia tan pobre que su único exceso pareció ser el nombre: Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno era su riqueza de pila. La adversidad económica lo llevó a trabajar desde temprano en una casa de repuestos de automotores. Luego cumplió tareas administrativas en la Contaduría General de la Nación de Uruguay, lo que se convertiría en una inspiración literaria (años más tarde, daría sus frutos en poemas con fuerte sentimiento estatista y en la novela La tregua, llevada al cine por Sergio Renán). Luego se fue a Buenos Aires, se incorporó a Marcha, el semanario, y volvió a Uruguay en 1945. Ese año publicó su primer libro de poemas, La víspera indeleble, y se transformó en poeta. Nunca más, hasta su muerte, iba a dejar de serlo.
Se vino una avalancha de literatura. Si bien trabajó mucho tiempo en el periodismo –llegó a ser director de algunos medios, como la revista literaria Marginalia, por citar un caso–, Benedetti focalizó su energía en los libros. Desde 1945 en adelante montó una fábrica de letras: publicó cuatro dramas de teatro, diecisiete libros de cuentos, nueve novelas, treinta y seis libros de poemas y dieciséis de ensayos. Una producción total de ochenta y dos obras, que lo hicieron reconocido en el mundo.
Aunque publicó desde muy joven, su popularidad demoró catorce años en llegar. Ya tenía publicado libros de poesía, algunos cuentos en el libro Esta mañana, e incluso una primera novela llamada Quien de nosotros, publicada en 1953, pero su ingreso en la popularidad ocurrió en 1959. Y fueron dados con los cuentos agrupados en el libro Montevideanos. Estos relatos describen las peripecias de los oficinistas y de las relaciones personales en el Uruguay de esos años. Un año después llegó la fama internacional: en 1960 aparece el libro La tregua y Benedetti se convierte en una personalidad y un referente. Cinco años después apareció Gracias por el fuego, obra que se tradujo a varios idiomas y que consolidó su nombre en el firmamento literario.
Benedetti, literariamente, se unió a otros coterráneos y fundó un comando de escritores y poetas que se llamó la Generación del 45, la generación crítica. Este grupo de artistas, cuyo germen está en la revista literaria Número y que apostó a no encerrar la literatura en el costumbrismo, sino a abrir fronteras y permitir influencias, se compuso, entre otros, por las estrellas de la época: Onetti, Vilariño (recientemente fallecida), Rama y Rodríguez Monegal. Aun así, con Benedetti no todo fueron libros.
Benedetti, a lo largo de su vida, fue leal a su mujer eterna, Luz López Alegre, con quien se casó, tal cual dijo, cautivado por la luz y la alegría que portaba en su documento. Ella, tras casi sesenta años de matrimonio, murió en 2006 y con ella se apagó un pedazo del poeta. Pero así como fue leal a esa Luz, también fue leal a otro romanticismo: la izquierda latinoamericana. Se enamoró de la Revolución Cubana en 1959, calificando el acontecimiento como “un sacudón que transformó en verosímil lo que hasta entonces había sido fantástico”. El suceso lo inspiró pues un año después se consagró con su hit más popular: La tregua.
Lideró el Movimiento de los Independientes del 26 de Marzo, que luego se integró en el Frente Amplio. Más tarde, en 1973, un golpe de Estado lo exilió a la Argentina, luego a Cuba y a España. El destierro lo contactó con un grupo de ilustres. Intercambió proyectos y pensamientos utópicos con Cortázar, García Márquez y Galeano. Otra vez se hizo pobre, hasta que, tras colaboraciones sistemáticas con el diario El País, de España, resucitó la billetera. Volvió a su patria en 1983 con la urgente intención de “desexiliarse”. Desde ese instante, hasta su reciente muerte, alternó dos casas. Una en España y otra en Uruguay.
Benedetti murió, pero tuvo tiempo para recibir todos los premios que se le cruzaron camino a la gloria. En el listado destacan el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1999, el Premio José Martí en 2001, el Premio Internacional Menéndez Pelayo en 2005, por citar los más preponderantes. Además de ser nombrado ciudadano ilustre de Montevideo, doctor honoris causa por la Universidad de Alicante, por la Universidad de Valladolid y por la Universidad de La Habana, acumuló un eterno compilado de trofeos que lo llevó, en 2007, a pedir enfáticamente, en medio de la Feria del Libro de Montevideo, que por favor no le hicieran más homenajes.
Aun así, como ocurre con las personalidades, Benedetti se ha llenado tanto de fanáticos como de detractores. Dos bandos que persiguen estéticas antagónicas. Los fanáticos del poeta destacan su penetrante sencillez, la hermosura de sus composiciones; los otros, los enemigos, destacan su roce constante con la cursilería, el tono recargado o la ternura forzada. A los primeros, Benedetti les pudo haber sugerido mesura con su frase: “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas”. A los críticos de su aparente cursilería o bondad exasperante, quizás Benedetti les dirigió la frase: “Contra el optimismo no hay vacuna”. Y luego quizás optó por callarse, pues, como él dijo, no hay nada más ensordecedor que el silencio. Y allí quedarán discutiendo esos bandos.
Murió este literato con cinco nombres, padre únicamente de literaturas, fanático del fútbol –fue el que dijo que, hasta el momento, la única prueba fehaciente de la presencia de Dios fue la mano divina de Maradona contra los ingleses–, y, sobre todo, uno de los poetas más importantes del siglo XX. Así es que baja la bandera. La literatura latinoamericana este día de mayo está de luto. Se ha ido un grande.