www.lavaca.org/ 20 - ABRIL - 2020
No a la normalidad: Coronavirus y salud
Entrevista a Jaime Breilh. Médico ecuatoriano, es uno de los fundadores de la epidemiología latinoamericana. Cuestiona cómo los Estados adoptaron medidas de aislamiento, sin participación ciudadana. Las 4 causas que previeron la pandemia, y cómo evitar repetir la historia.
Por Anabel Pomar
Esta es uno de los textos de la última edición de MU. Lo compartimos para que la cuarentena no signifique encerrar las ideas y para que puedan circular historias, experiencias y sueños. Lo podemos hacer gracias a lxs lectorxs y suscriptorxs, el gran secreto y la gran alianza para que la comunicación sea posible y que los virus no impidan que respiremos juntos. La suscripcion a MU puede hacerse aquí.
Fue presidente de la Academia Ecuatoriana de Medicina (2014-2016) y es referente y uno de los fundadores del Movimiento Latinoamericano de Medicina Social/Salud Colectiva. Ex rector de la Universidad Andina Simón Bolívar, el ecuatoriano Jaime Breilh es reconocido internacionalmente por sus investigaciones sobre las consecuencias de los agronegocios y el extractivismo en la salud y ha inspirado a miles de médicos en el mundo, entre ellos a los creadores de los campamentos sanitarios en los pueblos fumigados de Argentina de la Universidad Nacional de Rosario.
Breilh habló con MU en plena pandemia de coronavirus para ayudarnos a reflexionar sobre la situación de emergencia, y sobre todo para imaginar una salida colectiva a este escenario de una crisis que parece hacer tambalear el mundo conocido.
¿Es posible hablar de qué es la salud en plena pandemia mortal?
La salud es un proceso dialéctico que existe siempre, una lucha entre la vida y la muerte, entre el estado saludable y las condiciones que lo amenazan. La epidemiología crítica tiene que ser también dialéctica. La salud no es para nosotros un fenómeno exclusivamente individual, biológico, sino que es un proceso complejo social y, como tal, jamás deja de existir. La visión que se tiene de la salud como ausencia de enfermedad viene de un modelo biomédico convencional, de un modelo obsoleto que primero la reduce a un tema individual de personas que se enferman y, segundo, a un tema biológico.
En ese sentido, ¿cómo se puede pensar una pandemia?
Una pandemia es una amenaza muy grande y produce una marca muy fuerte en la condición de salud. La salud es una lucha permanente entre lo que nos destruye y lo que nos mantiene saludables. Y eso es algo permanente en la sociedad. Lo que sucede es que la pandemia genera una ruptura enorme, un impacto colosal sobre las condiciones de salubridad de toda la población.
¿Qué cosas desnuda este patógeno que no estábamos viendo?
No es estrictamente una sorpresa este virus. Era esperado. Ya lo veníamos señalando desde las primeras presencias de coronavirus, a comienzo del siglo. Sabíamos que venía algo cada vez peor. Creo que esta pandemia actual es el inicio de otras variaciones de este tipo de virus y otros ciclos pandémicos.
¿Qué puntos esenciales adelantaban el escenario actual?
El primero: las pandemias del siglo XXI con formas virales de recombinación genética como esta son generadas por las condiciones estructurales y económicas de las llamadas enfermedades emergentes. Es un conjunto de eclosiones de virus. Estas condiciones surgen en el momento en que el capitalismo adquiere una nueva característica en su constitución: el capitalismo de la cuarta revolución industrial. Caracterizado por la acumulación de capital actual, la aceleración de la concentración de riqueza del sistema hegemónico se da a partir de unas condiciones productivas en el campo de la cría de animales y de la agricultura, entre otras, con formas que tienen consecuencias sobre la naturaleza, los ecosistemas, y también con formas de vivir: de construcción de las ciudades y los espacios urbanos.
Segundo. El virus mutante COV-2 tiene formas de transmisión, de virulencia y además está enlazado a formas de vulnerabilidad social humana que son condicionadas socialmente y que se expresan biológicamente. La expresión viral y la consecuencia patogénica en los humanos del virus son encarnaciones que son producto de este encuentro entre un espacio biológico viral que trata de buscar alternativas de reproducción y que encuentra espacios favorables porque hay una masa genómica, genética que crea las condiciones para que el virus penetre en esos huéspedes animales en primer momento, y luego en humanos; y luego para que haya una expansión más allá de esa localidad para que esta tenga una diseminación global.
Tercero. La incompetencia y la debilidad de los aparatos públicos no es tampoco una sorpresa. Porque estos están construidos desde una lógica asistencial curativa y están hegemonizados, tanto a nivel curativo como a nivel de lo que llamaríamos la salud pública que también está muy ligada a esa visión hegemónica, por una enfermología lucrativa. Un enfoque en la enfermedad de individuos. Y una epidemia es una enfermedad de muchos individuos. Entonces se tiene una visión de los servicios de salud tanto privados como públicos que está ligada a la visión comercial, lucrativa, de la industria médica. No es raro entonces la respuesta tardía, incompleta, la ausencia de recursos idóneos para poder enfrentar la pandemia y además la ausencia total de una ligazón con las organizaciones sociales. Una pandemia que tiene origen social no puede resolverse solo desde la institucionalidad. Tiene que resolverse desde un vínculo estratégico entre las instituciones que hacen salud y las organizaciones sociales que son las que tienen el dominio sobre la movilización popular. Y no puede hacerse con un sentido clásico, vertical. Con un sentido de divorcio y de decirles a las colectividades lo que tienen que hacer y nada más. Tendría que haber estado diseñado un sistema de salud que tenga un monitoreo permanente de carácter participativo y que esté ensamblado a respuestas colectivas eficientes. La respuesta eficiente que se ha dado en algunos países, como la China, más es fruto de una disciplina impuesta por el Estado. Pero esta disciplina en nuestros contextos, dentro de una perspectiva democrática de la disciplina social, tendría que ser construida con las organizaciones sociales para que por su propia participación y voluntad estén enlazadas a la estrategia global de los comités de enfrentamiento de la pandemia.
Cuarto. La ausencia de políticas consistentes de una estructura equitativa participativa y la ausencia de un fondo público de respaldo en esta emergencia son las que rubrican esta incapacidad de reaccionar en tiempos adecuados y de sostener esta situación en lo colectivo.
Teniendo en cuenta esta descripción, contar solamente con los mejores hospitales e insumos no parece que brinde la respuesta que necesitamos…
Exactamente. Y por varios motivos. Porque no tenemos conocimiento suficiente del virus: no existe vacuna, y tampoco medicamentos. Las combinaciones farmacológicas que se están ofreciendo no son la respuesta y, además, pueden generar otros problemas de salud pública. El problema persistente que tenemos es la creencia existente dentro de los aparatos públicos y gubernamentales en una visión biomédica, que busca fortalecer hospitales, encontrar medicamentos o vacunas; pero estamos hablando de medidas que se toman cuando ya hay muertes. Y, claro, además es una oportunidad para algunos negocios que se montan alrededor de una catástrofe que, una vez más, le dan la razón a Naomi Klein cuando señala el aprovechamiento lucrativo de algunos sectores.
El plan Solidarity de la OMS también sugiere soluciones en medidas terapéuticas, bastante alejadas de lo que usted señala como salida comunitaria para enfrentar la pandemia. ¿Es posible en este escenario señalar alguna corrección en lo que se está diseñando básicamente soportado en dos pilares: la terapéutica y el disciplinamiento para aislar cuerpos?
Surge primero la urgencia en dar respuesta a la emergencia actual. Y también la necesidad de otra respuesta estratégica para los próximos años. Tenemos que cambiar el paradigma de la salud y de la epidemiología. No podemos trabajar con la teoría del pico del iceberg. La salud está siendo vista y está siendo operada mirando lo que ya eclosiona, las consecuencias que ya están y sin mirar las relaciones que las genera. Surge la necesidad de hacer una recapacitación de los epidemiólogos, de los profesionales de la salud, y del modelo de salud para entender que hay una relación, y que en el caso de las pandemias es absolutamente clara, entre lo que serían las condiciones del metabolismo que genera la sociedad sobre la naturaleza, y todos estos impactos que la sociedad produce: un extractivismo masivo, generalizado, irrespetando la naturaleza.
Usted habla de participación y lazos sociales pero surgen respuestas como el aislamiento o el disciplinamiento…
La transmisibilidad es tan rápida que nos encuentra desarmados y, además, incapaces de contener al virus. El aislamiento no ha sido suficiente. Y esto es porque esa medida, la distancia social es más fácil de lograr en las clases medias urbanas, pero no aplicable en toda la sociedad. En estas sociedades clasistas, si no entendemos la composición social será imposible abordar esta pandemia correctamente. Si yo le pido a los miles y miles de personas que salen a la calle a diario a conseguir su sustento que se queden en sus casas, probablemente hacinados, les estoy diciendo que no se pueden enfermar de coronavirus pero sí morir de hambre. No es suficiente con tener un conocimiento profundo del virus y contar con laboratorios listos para generar ensayos, vacunas, antivirales, etc., sino que tenemos que entender que este virus está profundamente ligado a lo social. En este momento, por ejemplo, veo que hay una bomba atómica que está en las comunidades campesinas donde no ha entrado el aparato oficial a actuar por el hecho de que no tienen presencia del virus todavía. La poca información que llega a esas comunidades es un mensaje limitado y sin transmisión intercultural. Por lo tanto las comunidades campesinas están desarmadas ante la siguiente oleada y etapa del virus.
Todas estas situaciones nos han llevado a un estado de excepción porque fracasaron las medidas de contención o eran ausentes esos lazos comunitarios. Un estado de excepción es parar la maquinaria. El costo social a futuro de esta medida es enorme y el peso no debe ponerse sobre los hombros de los pobres. No pueden pagar los platos rotos los de siempre. Hay que hacer un cambio radical. En un sistema planificado esto debería haber estado pensado, con fondos públicos especiales para asumir estos costos. Otro mito que ha caído es que los servicios privados son la respuesta. Hasta en los países más liberales están reconociendo que sin un sistema público de salud es imposible enfrentar esta pandemia.
¿Cómo construimos ese nuevo paradigma de salud?
Lo más grave, cuando se aplane la curva, cuando pase la pandemia, sería que volvamos a la normalidad. No podemos volver a la desigualdad social, de profundas contradicciones, de zonas de miseria comparadas con zonas de riqueza, algo que no solo pasa en Latinoamérica sino en el mundo. Tenemos que ir a un futuro donde no siga creciendo exponencialmente la concentración del capital en unos pocos, en un 5% de la población, mientras se excluye y se crean condiciones paupérrimas para la gran mayoría. Tenemos que cambiar el sistema social que se ha acostumbrado a acelerar sus ganancias utilizando modos de emplear, de tratar a la naturaleza, como lo hace el extractivismo por ejemplo, destruyendo los ecosistemas y generando los problemas como son el cambio climático y estas pandemias, nada más como ejemplos. Tenemos que ir a un sistema social que respete la naturaleza a una sociedad que reavive principios éticos y constitucionales que establecen la prioridad de la vida sobre la economía. Y a un sistema de salud basado en un profundo rediseño participativo y con un nuevo paradigma. El actual posee condiciones limitantes por una lógica privatizadora que ha disminuido las condiciones de equipamiento y salariales para el personal de salud. Nos llenamos la boca diciendo ahí están los héroes que han salvado vidas, pues esos héroes mundiales trabajan muchas veces sin los implementos necesarios de protección, con algoritmos atrasados con protocolos hospitalocéntricos.
Tenemos que establecer sistemas de protección universales. No puede depender ni la seguridad, el tratamiento, el derecho a la salud no puede depender del bolsillo. Tenemos que ir a un sistema de equidad público. Una profunda lección que debe dejarnos esta situación es que no podemos seguir con un rezago de información que se conforme con datos de salud de un mes antes o un año antes. No es posible que no contemos con información que permita hacer una evaluación en tiempo real. Toda la casuística hospitalaria, tanto pública como privada, no tiene variables cardinales de geoposicionamiento social para entender de dónde viene y en que circunstancia social se producen las patologías que se registran. Hay que cambiar la obsoleta vigilancia epidemiológica que es una vigilancia vertical, de una inteligencia estatal vertical, de arriba hacia la comunidad, no participativa por un monitoreo crítico, participativo, en donde haya un acuerdo, una organicidad en la relación de las comunidades, sectores de la inteligencia comunitaria de salud articulándose a sectores técnicos de los sistemas públicos, de la academia, para poder planificar no solo las acciones curativas sino las acciones preventivas de largo plazo.
¿Se pueden prever así nuevas pandemias?
Las pandemias del futuro serán peores. Si no cambiamos esta sociedad, los modos de vivir, esta determinación social patogénica de la agricultura, de la minería, del extractivismo, incluido el cibernético, vamos a tener un empeoramiento de los problemas. Unas veces escandalosamente visibles, generadores de pánico; otras veces, asesinos ocultos, monstruos epidemiológicos que van matando sin que la gente se escandalice pero que van matando en tasas y volúmenes mayores a los que ahora vemos con esta pandemia. El haber llegado al punto en el que el estado de excepción, el Estado de sitio, el toque de queda, es la única manera de parar este engranaje destructivo es una derrota de la sociedad y de los sistemas de protección social.
¿Qué otras consecuencias en salud tiene ese tipo de explotación?
Una escalofriante es la propia pandemia. Otra aún más peligrosa es el cambio climático. Pero son consecuencias, hijas, del mismo problema. El problema de haber organizado una producción sedienta de lucro en gran escala con el uso peligroso de tecnologías que las tornan sumamente destructivas. Sea en la agricultura, en la minería, etcétera. Para empezar a entender al virus tenemos que empezar entendiendo los territorios ecosistémicos y sociales donde el virus se mutó, donde el virus se generó, donde surgió la nueva forma de coronavirus, y que mañana será otro.
Lo segundo es que ese extractivismo que ha generado una escalofriante concentración de la riqueza está generando respuestas sociales desesperadas como la concentración humana, las migraciones o la generación de patrones de vida, de modos de vivir que nos hacen propensos a tener una transmisión alta. O sea, por un lado hay que hablar de los territorios donde se “cocinó” primeramente el virus, y de los territorios que tienen modos de trabajar y vivir con patrones clasistas que nos hacen propensos a la transmisibilidad y nos hacen vulnerables, generando condiciones de contacto social muy difíciles de controlar. La migración en el caso del coranavirus se produce de manera aérea.
Finalmente tenemos las vulnerabilidades corporales. Nuestras poblaciones con malnutrición, con una insuficiencia crónica del sistema inmune, con debilidades de sus soportes biológicos de defensas también en lo individual vienen a cerrar el círculo. Este paradigma tiene que ayudarnos a diseñar el monitoreo permanente basado en las comunidades, que enlace la técnica de las instituciones, de la academia, de las universidades, con las colectividades y que eso genere un sistema de salud participativo donde ya no se haga vigilancia epidemiológica tradicional sino un monitoreo real con participación de las comunidades.
Mucha gente pide o quiere volver a la normalidad. Espero que no volvamos a esa normalidad porque es patógena, epidemiológicamente peligrosa e injusta. Tomemos esta crisis como una oportunidad para ir hacia un nuevo modelo de la salud, una nueva visión de la economía y a una nueva visión de la protección de la vida de nuestras sociedades.