Haciendo/siendo con las palabras.
“Importa qué historias contamos para contar otras historias, importa qué nudos anudan nudos, qué pensamientos piensan pensamientos, qué descripciones describen descripciones, qué lazos enlazan lazos. Importa qué historias crean mundos, qué mundos crean historias.” Donna J. Haraway, Seguir con el problema (2019)
Vamos a empezar con una historia y un primer problema. ¿Qué significa el concepto “libertario” y cómo surge? Podemos anticipar que la palabra como signo lingüístico es el fenómeno ideológico por excelencia. Así partimos de la inevitable polisemia de muchos términos, pero nunca hubiéramos pensado que “libertario” sería una manera de autodefinirse tanto del gran Durruti, como del desquiciado Milei.
“Libertario” significa partidario de la libertad y puede ser un antónimo de autoritario, de determinista, o de esclavista, lo que dependerá del significado de la palabra “libertad” que se esté usando. Así la ideología política de las fuentes, el ambiente geográfico y cultural y la etapa histórica en que este término surgió, lo vinculan directamente con el anarquismo. Luego con la aparición de nuevos movimientos contestatarios en la segunda mitad del siglo XX, los términos "anarquista" y "libertario" con frecuencia fueron cada vez más utilizados para designar realidades parcialmente distintas: el vocablo anarquista era reservado a los partidarios de la abolición del Estado como monopolio de la fuerza, del capitalismo y de las religiones, mientras que el adjetivo libertario era aplicado al conjunto de experiencias militantes alternativas y anti-autoritarias. Pero corresponde señalar que esta distinción marcaba una diferencia semántica mucho más que ideológica y práctica; ya que ambas corrientes entonces se centraban en lo fundamental: los valores esenciales de la solidaridad, igualdad, autonomía, anticapitalismo y en contra del autoritarismo.
El bombardeo mediático actual acerca del “fenómeno libertario”, da cuenta de la disputa de significados que empieza a dar el sentido común hegemónico, imponiendo desde el lenguaje un uso social del concepto, totalmente opuesto al que le dió origen. Pero ningún signo cultural una vez que recibió significado permanece aislado; sino que se hace parte de la conciencia verbalmente construida. Así las izquierdas, los pueblos, las personas silenciadas siempre han avanzado creando nuevas palabras, nuevos conceptos para definir, describir sus proyectos, sus intenciones, sus deseos.
Deconstrucción, sororidad, decolonialidad, oralitura, son ejemplos de construcciones conceptuales otras, que desde el campo popular subalternizado; emergieron como palabras que representan, significan y habilitan la existencia de la conciencia, posibilitando la conciencia del signo y mostrando lo que permite ver o distorsiona.
La realidad de los fenómenos ideológicos es la realidad objetiva de los signos sociales, entonces las leyes de esta realidad son las leyes de la comunicación semiótica y están directamente determinadas por el conjunto total de las leyes económicas y sociales.
Esto explica por qué nos suele pasar que el capitalismo es más sistemático en apropiarse de los términos para cambiarle el significado, utilizándolos para continuar la confusión y la alienación, mostrándonos como la realidad ideológica es la superestructura inmediata de las bases económicas. “Así la conciencia individual no es el arquitecto de la superestructura ideológica, sino sólo un inquilino que se aloja en el edificio social de los signos ideológicos.” Entonces llegamos al problema de nuestra historia, debemos crear las palabras, que nombren los mundos, que creen nuestras propias historias.