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viernes, 8 de julio de 2022

MEGACAUSA CAMPO DE MAYO: ARTÍCULO DE OPINIÓN

“Hubiese preferido que hoy, a las 14:40, cuando el juez Daniel Gutiérrez, junto a sus dos colegas Silvina Mayorga y Flores Vega, del Tribunal Oral Federal N° 1 de San Martín, dio comienzo la lectura de las condenas en la Megacausa Campo de Mayo, no solo la calle Pueyrredón, la del tribunal, estuviese cortada. Y no solo hubiese una pantalla y parlantes para las más de cien personas que allí estábamos, siguiendo atentas el desarrollo, en un miércoles frío y gris como el olvido.  

Hubiese preferido, entonces, que en el Obelisco, en el Monumento a la Bandera en Rosario, en Tafí del Valle y en las Cataratas; en los shoppings porteños, en los parques y en las escuelas públicas del país también hubiesen dispuesto lo mismo, para que la inmensa mayoría de nuestro pueblo tuviera consciencia y registro de lo que estaba por ocurrir: una sentencia a 19 represores de la mayor guarnición militar del país, y uno de los tres centros clandestinos, tortura y exterminio más grandes que funcionaron en la Argentina durante la última dictadura: Campo de Mayo.

Una sentencia tras un juicio oral y público en el que declararon 765 testigos y se contabilizaron, en este proceso solamente, 350 víctimas.

Entonces, hubiesen advertido el clima de la calle, las cámaras, el nerviosismo, la tarea clave de los fotógrafos y fotógrafas, la ansiedad de familiares y amigos. Hubiesen visto a los periodistas en busca de testimonios, al puñado de sobrevivientes de esa fábrica del horror que fueron los cuatro centros clandestinos (hasta una maternidad tuvo) que funcionaron en ese predio inmenso, de cuatro mil hectáreas. 

Hubiesen compartido la espera paciente de tantos años, las banderas de lucha y los cánticos. Y el ingreso de los familiares, testimoniantes y militantes a la sala, con sus barbijos y lo más preciado, las pancartas en alto de sus desaparecidos.

Apenas el juez comenzó la lectura de las sentencias, hubieran escuchado los aplausos en la calle, las risas nerviosas de desahogo y las miradas colectivas de aprobación, ante la confirmación de que estos delitos son de lesa humanidad (por lo tanto imprescriptibles), y ante la primera condena a prisión perpetua, la de Santiago Omar Riveros, el máximo responsable de esa ominosa maquinaria alimentada y aceitada con cinismo y crueldad inenarrable, que produjo un constante ritual de muerte del que será imposible olvidarse.

Todas y todos hubiesen sabido que por Campo de Mayo pasaron más de 6.000 prisioneros. Y que tan solo hubo menos del uno por ciento de sobrevivientes.

Hubiesen seguido a la distancia cada condena a prisión perpetua que fue leyendo el juez: diez sobre 19 represores, las de Sadi Pepa, Miguel Conde, Carlos Tamini y Guañabens Perelló, entre otros. Hubo condenas de 22 años para Hugo Castagno Monge y de 20 años de prisión para Bernardo Caballero. 

Se hubiesen sacudido de saber que Carlos Alberto Rojas recibió una condena de 13 años. “Galo” Rojas, un suboficial del Ejército al que costó 41 años ubicar y detener, fue el responsable del manejo de perros adiestrados para atacar y morder a los secuestrados indefensos, encapuchados y engrillados en El Campito, uno de los centros del predio.

También hubo penas en la tarde de hoy de doce a cuatro años y ningún absuelto. Histórico.

Todas y todos, en el país, habrían visto las reacciones conmovedoras cuando a las 15:59, exactamente, el juez Gutiérrez, tras ordenar que se activen las reparaciones de todos los legajos laborales de las víctimas, dijo que el juicio había concluido. Cómo explicar, si no, los abrazos interminables, los ojos húmedos de hijos, esposas, hijas y compañeros de militancia que no cesaban de alentarse, de animarse. ¿Viste? pudimos, ¿viste? valió la pena. Cómo transmitir las miradas del dolor, del terror que sufrieron tantos, durante años; las miradas del silencio y la injusticia que tuvieron que soportar durante décadas, y desde hace largo tiempo, como una contracara, sostenidos en el aliento de más de una comisión de derechos humanos, de fiscales, abogados y una parte del Estado que puso (y pone) su mayor esfuerzo y compromiso en que este juicio, clave, haya llegado a su término.

Cómo explicar la sensación de un (esperado) día luminoso de justicia. Cómo contar el estallido de aplausos y el olé, olé, olé olá, como a los nazis les va a pasar. Y ese grito final ensordecedor, liberando tanto dolor contenido, de treinta mil compañeros detenidos desaparecidos presentes, ahora y siempre.

En la foto, el matrimonio de Silvia Liaudat y Eduardo Caram junto a Iris Avellaneda, los tres sobrevivientes de El Campito. Los tres presentes hoy. Toda una vida militando y reclamando justicia. 
No los han vencido.

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A la memoria de las seis mil víctimas del horror de Campo de Mayo.
A quienes sobrevivieron y llevaron sus testimonios invalorables y valientes a la Justicia.
A todos los familiares de las víctimas, por el calvario que debieron soportar y la templanza para sobreponerse.
A los abogados, fiscales y miembros de la Justicia que tienen clara su responsabilidad en la tarea impostergable de seguir buscando Memoria, Verdad y Justicia.”

Por Héctor Rodríguez
6 de julio de 2022