Micaela no es solo una foto que se repite. Tenía una historia, tenía proyectos, una vida hermosa. Cuando volvieron del viaje de egresados, ella y sus tres amigas de la secundaria crearon su propio ritual de despedida: se tatuaron en el cuerpo la palabra “ohana”, que significa familia. Esa familia que habían elegido durante cinco años en el Colegio Nacional Justo José de Urquiza de Concepción del Uruguay estaba por separarse. Cada una se iría a estudiar a una ciudad distinta y perderían la cotidianeidad que tenían. Micaela había peleado por ese año final de la escuela: convenció a la mamá y el papá de quedarse a vivir en la casa de la abuela Chiqui cuando papá Yuyo consiguió trabajo en Colón. No le pudieron decir que no: Mica era abanderada, uno de los mejores promedios de la escuela, competía en la selección de gimnasia artística y era guía del edificio escolar. Era rebelde pero responsable.
Los fines de semana largos y los veranos las cuatro amigas se juntaban y todo volvía a ser como antes. La Negra -así le decían a Mica, igual que a su mamá cuando era adolescente- iba con la guitarra de acá para allá, entre la colonia de verano en la que era profesora, sus estudios de Educación Física y su trabajo como moza en el Club Regatas. A la noche le gustaba ir a ver bandas, amaba los recitales. En marzo viajó hasta Olavarría para ver al Indio Solari.
En 2014 ingresó a la Facultad en Gualeguay. Veía poco a los papás porque alternaba los sábados y domingos entre Colón y Concepción, donde militaba. Hacía trabajo social en varios barrios pero su lugar era Villa Mandarina, donde se encargaba de las escuelitas de deportes y de los merenderos. Lo que más disfrutaba -dicen sus compañeros aún sin haberle preguntado- era estar con los niños y niñas. En ese momento se la veía plena. “Los chiquitos la amaban y ahora la están esperando. Eso nos duele”, cuenta Carla. Ella, sus compañeros, la gente de los barrios están haciendo el duelo: la piba era la figura emergente de liderazgo en la provincia.
Carla la conoció a Mica en 2012, cuando pintaban un mural en una calle de Concepción. Enseguida congeniaron. Primero fueron risas, después un vínculo más profundo. “Todos vimos desde el primer momento que ella tenía dones y dotes de referente sobre todo por el compromiso”, cuenta a Cosecha Roja. Mica era la que iba primero, la que se levantaba más temprano, la que ponía el auto, la que atendía el teléfono apenas sonaba. Ella “siempre estaba” y hacía con el mismo entusiasmo cada tarea: preparar la leche, planificar las actividades en la escuelita de deportes en Villa Mandarina o tomar responsabilidades más grandes en el ámbito provincial del movimiento.
Durante el último año Mica se convirtió en referente. Desde que desapareció el sábado pasado, sus compañeros del movimiento Evita difundieron su foto. La imagen de Mica sonriendo, jugando con un grupo de niños caló profundo en todo el país hasta que apareció el cuerpo. Ahora las amigas y los compañeros de militancia la recuerdan viva. Se quiebran del otro lado del teléfono mientras organizan la marcha de esta noche y arman cantos para recordarla: “La Negra no se murió, se transformó en bandera”.
El femicida que mató a Micaela apagó el sol. Los chicos de la escuelita de deportes la esperarán mañana para jugar. Mili pide que la Negra sea la última víctima. Carla exige que su lucha no haya sido en vano.