Criarse con arraigo
El
pasado 27 de mayo, cuando las llamadas “fuerzas de seguridad”
irrumpieron en el territorio de los Pu Lof en Resistencia del
Departamento Cushamen, pudieron llevarse a la fuerza a todos los hombres
presentes y a una mujer. Pudieron llevarse los machetes, hachas,
cuchillos, martillos y otras herramientas imprescindibles para la vida
en el campo. Pudieron llevarse gran cantidad de carne, alimento para la
comunidad. Pudieron quemar la leña que la comunidad había juntado para
el invierno, en fogones que mantenían a los gendarmes calentitos
mientras hacían que la gente del lugar quedara a la intemperie. Pudieron
romper algunas paredes y acuchillar las carpas para que no sirvan nunca más.
Pero
hay algo que no pudieron hacer. Hay un bebé de apenas un mes de vida,
nacido en el mismo territorio, que no pudieron sacar, porque su madre se
agarró del suelo con él. Pasó la noche a la intemperie con su madre,
con su hermano mayor de 2 años, con otra mujer con sus dos hijos, y con
varias personas más que se hicieron presentes para acompañarles. Pero
nunca lo sacaron de su territorio.
Frente
a la ola de saqueo, de injusticia y represión que empezó hace tiempo ya
y que en este momento se ve cada vez más feroz, nos queremos detener en
lo que la maquinaria injusta no pudo lograr. De lo que significa un
niño nacido en el territorio que su comunidad defiende, de ese nivel de
compromiso y arraigo, de la fuerza de su madre para protegerlo, a ver si
de todo eso podemos aprender algo de cómo impedir la invasión.
Ya
sabemos que la policía y el poder judicial actuan de forma intencional
para aplicar la violencia institucional contra cualquiera que desafía
seriamente al poder. Ya sabemos que hay leyes que hacen que la
resistencia verdaderamente efectiva sea ilegal, y por ende sujeta a la
represión violenta.
Ya
sabemos que la voracidad de la civilización capitalista es planificada,
y que todos los arrebatos de saqueo que vemos en nuestra región están
relacionadas íntimamente y a propósito por los que los llevan adelante.
Ya
sabemos que desde chiquito, nos entrenan a depender de que nos den
alimento, nos den empleo, nos den pensamientos, nos den sueños. Y que es
normal que el alimento sea empaquetado, que venga de lejos, que esté
fumigado con veneno. Que el empleo sea mal pago, que nos lo tengan que
dar las empresas grandes, como si nos beneficiara una relación de
dependencia. Que los pensamientos vengan de los expertos con títulos y
que nunca lleguen más allá que una visión superficial ni salgan del
esquema que el capitalismo nos quiere imponer. Y que un sueño sea o “el
sueño americano” o algo por lo que bailan los famosos en la televisión.
Ya sabemos que nos enchufan un mundo virtual de pantallas y botones mágicos que nos entretienen mientras el mundo material, físico, el
que nos rodea y nos sostiene, se consume. Podemos intentar
transmitirles a nuestros hijos e hijas la ideología que sea, pero si
igual siguen consumiendo lo que produce el mercado, venga en un envase
de plástico o a través de una pantalla, eso será su realidad.
¿Cuál es la realidad de un pichikeche nacido en el territorio recuperado de Vuelta del Río? ¿Qué
pasa si volvemos a criar a nuestros hijos de otro modo? Con la
vivencia, y no sólo la idea, de que el alimento surge desde la tierra, y
para que suceda eso, se necesita trabajo. Que el trabajo no es lo que
un rico decide pagarnos para hacer sino el esfuerzo personal para lograr
lo que nos sostiene en todos los planos, material, social y espiritual.
Que los pensamientos nos tienen que llegar de todos lados, de nuestra
propia experiencia, del intercambio con nuestros pares, de la sabiduría
ancestral que nos transmiten nuestros mayores, de lo que aprendemos de
todos los seres vivos. Y que los sueños, tanto los del imaginario
colectivo como los que nos aparecen mientras dormimos, son luces que nos
alumbran el camino.
Esto
no se logra marchando en la calle. No se logra haciendo un documento
elocuente aunque tenga miles de firmas atrás. No se logra con una medida
judicial. No se logra haciendo un video bonito. No se logra haciendo
una huerta. No se logra haciendo una cooperativa de trabajo. No se logra
leyendo un ensayo en la radio. Todo eso hay que hacerlo. Pero no es
suficiente, porque si no somos capaces de defender lo que construimos,
nos lo arrebatan.
Y
además, porque no hablamos sólo de detener un proyecto, vencer una
injusticia o hacer que nuestro rincón del capitalismo sea más cómodo.
Hablamos de criar a nuestros hijos e hijas como si la realidad no fuera gobernada por las leyes del mercado. Porque de hecho, no lo es. Para
que nuestros hijos entiendan que nuestra vida depende de un delicado
equilibrio en el mundo físico y primordial, se tienen que criar en él.
Esto
se logra rompiendo lazos que nos hacen identificar con el sistema que
nos avasalla, tejiendo lazos con el territorio y haciéndonos cargo de lo
que eso implica. Entendiendo que o nos identificamos con nuestro
territorio, o con las comodidades de la modernidad industrial, porque lo
último atenta contra lo primero.
Juntémonos,
conozcámonos, pensemos juntos, hagámonos las preguntas difíciles.
Celebramos que estos últimos días han visto muchas instancias en las que
nos juntamos para eso... en el Galeano convocado por la Rojinegra, en
la 140 junto a diversas asambleas populares, y en el territorio
recuperado en Vuelta del Río a raíz de la represión sufrida ahí. Ahora
nos toca decidir caminos de accion que no sean para sentirnos mejor
porque por lo menos hicimos algo, sino para ser efectivos en parar lo
que hay que parar y construir lo que hay que construir. Quieren venir a
reventar montañas enteras, y sólo somos capaces de juntar firmas? Nos
envenenan el agua para extraer combustible para la industria, y pensamos
que van a parar porque andamos en bicicleta?
En ese respecto cuando Facundo Jones Huala habló con ALAS desde la cárcel de Esquel, dijo:
“Entonces
nosotros creemos que tiene que ser integral la forma del militante
mapuche. Tiene que ser integral la lucha mapuche. Es decir, nosotros no
separamos la política de lo espiritual, de lo económico. Entendemos que
es todo una sola cosa. El mapuche es espiritual y es político y es
territorial, y esa confluencia nos hace ser una sociedad íntegra. Hace
tener al alcance de la mano mínimamente las necesidades básicas y
también poder plantear esto de que hace 130 años cuando aún éramos
libres, vivíamos mucho mejor que ahora con toda esta modernidad winka capitalista.”
Esa
integralidad nos hace falta a todos, no sólo al pueblo mapuche. Para
los que no tenemos esa raíz cultural milenaria de estas tierras tal vez
nos resulte más complejo porque tenemos que reconstruir esa sociedad
íntegra sin el traspaso directo desde nuestros antepasados. Pero no por
eso sea menos necesario. Y sí o sí es un camino colectivo; el cambio
individual no alcanza. Aunque no tengamos un abuelo que nos pueda transmitir la cosmovisión que brota de este lugar, si entendemos en lo más profundo, que todos viviríamos mejor sin esta modernidad winka capitalista, ¿adónde nos lleva? ¿Por qué caminos?
Al
bebé nacido en territorio recuperado no lo pudo arrancar la policía
porque su madre se aferró al territorio mismo, en el sentido literal y
en el sentido más amplio. Nos tenemos que preguntar, ¿Qué significa
arraigarse en el territorio? ¿Qué significa defenderlo? ¿Qué es lo que
queremos de verdad?
Terminamos
con esas preguntas, y con una frase de Bernadette Devlin, militante
independentista irlandesa: “Para conseguir lo que vale la pena tener, a
veces hay que perder todo lo otro.”