Se cumplieron 40 años del último golpe de Estado que dio inicio en Argentina, a la dictadura cívico-militar más sangrienta de la historia continental. En este aniversario fueron miles las personas que se volcaron a las calles, para dejar huella del repudio enérgico al terrorismo de estado. Pero también a la llegada del presidente de EE UU y la política neoliberal que está implementando el actual gobierno de Mauricio Macri. Estos 40 años traen una disputa simbólica de la memoria social. Como en un campo de batalla, aparece la mano sangrienta del Plan Cóndor impulsado por EE UU y esta visita tan inoportuna; la actitud entreguista del actual gobierno argentino y la política económica de ajuste. Es imprescindible recordar por que luchaban los 30.000, sus banderas siguen vigentes en la Argentina del 2016, donde aún existe represión, opresión, explotación y entrega al capitalismo mundial.
Quizá esta historia empezó mucho antes y debido a la invisibilización y el silenciamiento impuesto por la historia oficial y los sucesivos gobiernos, volvió a repetirse. La Argentina se funda sobre el genocidio de los pueblos originarios. En esa época el plan se llamó “Conquista del desierto” y “Pacificación de la Araucanía”. También hubo una alianza estratégica entre incipientes estados y una potencia que sacaría su provecho. En ese momento se hablo de “Proceso de Organización Nacional” donde se crearon cientos de campos de concentración, se apropiaron niños y niñas indígenas y quedaron más de 15.000 muertos y desaparecidos. Fue también un plan sistemático del Estado, con genocidas, torturadores; pero aún sin memoria pública, ni juicios, ni responsables.
La llamada “conquista del desierto” sirvió para que entre 1876 y 1903, el Estado regalase o vendiese 41.787.023 hectáreas a 1.843 terratenientes nacionales y extranjeros, vinculados por lazos económicos y/o familiares a los diferentes gobiernos que se sucedieron en aquel período; base del despojo y la desigualdad actual. Este es el modelo occidental de expropiación de tierras conducido en la Argentina, pero repetido una y otra vez en distintas partes del mundo. Una alternancia de genocidios, expropiación y apropiación.
Las huellas de la memoria muchas veces son tapadas, pero escapan a nuestra voluntad y aluden a marcas que otros dejaron en nosotros. Construyen una memoria pública, que se discute o no, en todos los espacios: en los museos, en los objetos, en el patrimonio urbano; en las instituciones; marcando presencia de lo ausente y dando sentidos.
La disputa pública de la memoria es uno de los terrenos donde las sociedades tienen la oportunidad de recrearse y construir su identidad ante cada nuevo acontecimiento.
Por lo tanto, ante la realidad actual el compromiso pedagógico con las memorias y la mirada crítica con lo ausente y lo presente en ellas; puede ser la clave de la construcción de la igualdad y de una sociedad más justa; donde el legado de quienes lucharon por la libertad y la justicia este siempre presente… ahora y siempre.
¡ARRIBA LXS QUE LUCHAN!