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lunes, 21 de diciembre de 2009

EL SUEÑO PIQUETERO DE DARÍO SANTILLÁN

Por: Martín Azcurra
En pocos años, un simple pibe de barrio atormentado por las injusticias sociales encarna el sueño de otras generaciones. ¿Qué dejó y qué tomó para emprender ese camino? ¿Cómo era el trabajo cotidiano detrás del piquete? Una historia de vida y militancia como otras, que nos muestra que la mecha revolucionaria sigue encendida.
1. Mientras tarareaba una canción de Gilda, Teresa escuchó los murmullos de una multitud que se acercaba por una calle lateral. Con sus tímidos 27 años, se sumó excitada a la creciente movilización que poco a poco se convirtió en pueblada en la lejana Cutral-Có. Una represión es una ráfaga. Nadie sabe de dónde viene, quién da la orden, ni cómo terminará. El tiempo ingresa en un agujero negro. Cuando la niebla de los gases empieza a oler a pólvora agria, es el momento de correr. Los pocos que logran vencer el miedo y mantener la calma aunque sea unos segundos evitan desmanes y tragedias. Así fue que vieron a Teresa agarrarse el cuello con las dos manos. Y aunque lo intentaron, no pudieron evitar que se fuera. ¿Cómo se planifica un asesinato político? El cadáver de Teresa cayó en el límite entre el miedo y la furia. Cuando su nombre empezó a flamear sobre cientos de hombres con dignidad, algún funcionario de traje y corbata se rascó la cabeza huesuda y pensó que algo había salido mal.
Recuerdo que, por esa época, los talleres industriales del conurbano bonaerense se cubrieron de polvo. Hombres duros caminaban sobre una tierra árida. Pequeños grupos barriales, todavía con la inocencia democratista de los noventa tuvieron que poner otro cajón de madera en la ronda para un vecino más sin trabajo. Y otro al día siguiente.
En ese tiempo, con unos compañeros periodistas y militantes barriales de la zona sur hicimos una agencia popular de noticias. Después de presenciar enormes asambleas de obreros en las puertas de una fábrica cerrada en Florencio Varela, nos encontramos con grupitos de desocupados de Solano, que discutían qué hacer antes: si pedir trabajo o cambiar el sistema. Uno de los primeros grupos que recuerdo se llamó Teresa Rodríguez, fue un germen (y una mecha) de organizaciones sociales de nuevo tipo que se formaron en el Gran Buenos Aires en la última década.
2. Darío estaba escribiendo “Hermética” con una birome en el pupitre cuando su mente empezó a conspirar contra la directora de la escuela. Con algunos compañeros, llegaron al Centro de Estudiantes y tenían la pretensión de cambiar las cabezas de los alumnos sumisos. Su madre, enfermera de una enorme vocación de servicio, había fallecido hacía poco. Un barrio de trabajadores humildes forjó sus códigos y su solidaridad de clase, que poco a poco fueron mutando en acción revolucionaria. El motor fue el mismo de todos, la crueldad cotidiana a la vuelta de la esquina. En su pieza de sueños infantiles, circulaban ahora libros sobre luchas latinoamericanas y voces de fantasmas. Ahora pienso que un gran error de los milicos fue no permitir la sepultura de las víctimas, porque todavía siguen dando vueltas entre nosotros, desvelándonos con un gran sentimiento de injusticia. Una noche, en una peña, Darío recibió el traspaso de mando. Con un vino de por medio, como agua bendita, el viejo militante le había depositado su herencia, con la energía reparadora que se traga en el exilio. Y justo cuando le habían empezado a causar gracia las discusiones estériles con la directora de la escuela, emergía un nuevo actor en las luchas sociales que atrajeron toda su atención.
Como fuego, otra pueblada hizo temblar el país. En medio de una protesta en la ruta nacional 34, un policía uniformado se acercó al piquete, se corrió el protector del casco y disparó en el rostro de Aníbal, un obrero padre de cinco hijos. Los pobladores de Mosconi y Tartagal no lo podían creer, ni tolerar. Tomaron la comisaría, la empresa de luz, la municipalidad y el diario local. Vacías y con las puertas abiertas, las casas evidenciaban bronca e indignación. El pueblo entero subía, pisando fuerte por el valle, hacia las rutas ensangrentadas. Los ecos de su paso indignado llegaron hasta el corazón de Buenos Aires y le dieron identidad a una nueva fuerza social de la que Darío no quiso estar al margen. La Coordinadora Aníbal Verón crecía al calor de los piquetes y las tomas de tierras.
No bastaron las comodidades que le ofrecía su padre para que se quedara en casa; Darío dejó todo por el MTD de Lanús y se sumó a la toma de seis hectáreas abandonadas del barrio La Fe, en Monte Chingolo. Pensaba instalarse junto con su hermano Leo y contribuir desde allí al fantasma de la revolución social que se acercaba presuroso desde el interior. Noche y día, aguantó tormentas, calor agobiante, chapas que se volaban a mitad de la noche, riñas por el pan y la leche, y sobre todo la espesa tensión por el desalojo inminente. Por todo lo que era Darío, fue el vocero de los pobladores...

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº85 - Diciembre 2009)