“Hay que endurecerse pero sin perder la ternura jamás”
Ernesto Guevara
En este tiempo de confusión social, de búsqueda de reivindicaciones, de nuevas y viejas identificaciones, de construcción y reconstrucción de la militancia, del ser militante; cada hombre o mujer que defiende algún derecho desatendido (agua, tierra, educación, etc.), alguna voz callada o una simple pero genuina resistencia frente a la opresión es rotulada por el sistema, es buscada y enmarcada, es reducida a un nombre difuso y general que ningunea a la persona y pretende deslegitimar su reivindicación, es “piquetero”, “zurdo”, “puta”, “vago” o “pendejo”, da igual a fines de acallar esa resistencia.
Las luchas, sin embargo, despacio pero continuo avanzan y se unen, se entremezclan, se funden.
Las luchitas y las luchas con mayúscula se identifican unas a otras, se despojan del individualismo y fantasean nuevos mundos, nuevas vidas.
Las luchas que mucho saben de paciencia, esperan, se fortalecen, se reconocen en el otro, ese otro compañero, en ese que a pesar del tiempo y las perdidas a estado siempre, con tenacidad, con coherencia.
Han intentado hacernos creer que ya no había banderas que levantar, ni otros al que brindarse ni sueños que concretar. Pero ese antiguo pero vigentísimo perfume Bolivariano llega a este sur como un antídoto contra la modorres sistemática y nos envuelve, todo queda perfumado de sueños y de futuro.
Es en entonces cuando los compañeros vuelven a las calles, a sus calles de siempre pero renovados, es entonces cuando todos los tambores que sonaron vuelven a sonar en uno solo.
Hoy más que nunca: “Los tambores transmiten la buena nueva, los invasores no son inmortales”.
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