El Bolsón (ANPP).- El espejo en el que nos miramos siempre está lleno de otras personas. Muches hemos crecido bajo el sol que Darío Santillán nos dibujó. Y muches hemos sido Maximiliano en nuestra existencia y nos reflejamos en el brillo de sus ojos.
“La mano de Darío más bella que nunca, porque ahora esa mano era de todos. Como un inviolable, feroz y dulce deseo...”. (Vicente Zito Lema)
El 26 de junio de 2002, distintas organizaciones piqueteras y sindicales de Buenos Aires se movilizaron hacia Capital Federal en una jornada de lucha unificada. Eran tiempos signados por el hambre y la desocupación masiva y todavía al calor del levantamiento popular de diciembre de 2001. Desde arriba y desde los escritorios, nada cambiaba para bien en Argentina. El presidente Eduardo Duhalde estaba muy preocupado por restablecer el orden y acordar con el Fondo Monetario Internacional. Los políticos se aferraban a sus sillones mientras todavía tronaba el grito popular pidiendo “que se vayan todos”.
La organización del malestar crecía en todos los rincones del país y el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) Aníbal Verón era una expresión de ese contexto: heredando las luchas piqueteras de la Patagonia y tejiendo formas nuevas de hacer política. En esos años, cambiar el mundo empezaba en los barrios, en asambleas y en preguntas sobre nuevas formas de organización: mandar obedeciendo, horizontalidad, democracia de base, eran todas ideas que regían la organización social. Desde abajo y desde las calles, mucho cambiaba para bien en Argentina.
Darío Santillán y Maximiliano Kosteki estaban ahí, en el puente de Avellaneda. Jóvenes del conurbano, de la misma generación, con recorridos distintos, pero, a la vez, tan parecidos, tan hartos de su presente de miseria, de un sistema violento y autoritario. Tan pensantes de las injusticias, sensibles a los dolores propios y ajenos. Tan llenos de historia.
Memoriales vivos,
paisajes de justicia popular.
Detener el tiempo
en el umbral,
estación Darío y Maxi.
Los 26 no se saca boleto, en la Estación Darío y Maxi se puede pasar libremente y si algún pibe, en algún momento, pregunta por qué ‘estación Darío y Maxi’ ahí hay historias. Y esa, es nuestra historia, porque las estaciones de trenes no las usan los garcas, las usan la clase trabajadora".(Mariana, “La Negrita”)
Los andenes todavía hacen eco de esos gritos del 26 de junio de 2002, día en el que Darío y Maxi fueron asesinados y lugar donde hoy se manifiestan cada día. Capas y capas de historia empapelan y pintan las paredes de esa estación. Un nuevo escenario de resistencia se alzó allí a partir de aquel día. Un espacio que alberga muchas luchas, un territorio donde los carteles oficiales no están. Una estación en la que confluyen los olores del tiempo, las luchas del presente. Estación y calle esperanza, ahí donde la memoria de las luchas populares se perpetúa.
El espejo en el que nos miramos siempre está lleno de otras personas. Y estamos hechas de la mirada de aquelles que, desde afuera, nos construyen. Una imagen que nos permite soñar y creer es la de Darío. Una imagen que nos permite hacer y sentir es la de Maxi. Porque entregaron sus vidas, y no solo su muerte, por construir un mundo mejor. Porque caminaron sus existencias entre conflictos familiares, preguntas existenciales y amistades.
Maxi escuchaba Dolina, amaba el dibujo y se dejó enternecer por las niñeces. Y ese bohemio, caminante de la ciudad, empezó a militar y se tramó colectivamente. Sus amigues dicen que Maxi siempre se sentía un “autoconvocado” en las marchas. No porque no perteneciera a los procesos colectivos, sino que estaba ahí porque quería, porque lo deseaba, porque creía que era importante.
Les amigues de Darío dicen que su cuerpo y su conciencia tenían la forma de un guerrero. Él estaba enamorado de la lucha y del pueblo humilde. Por eso, quería vivir en la toma, trabajar en la bloquera y construir nuevos mundos desde las asambleas. Por eso, también, no le temía al frente de batalla, leía, escribía y pensaba sobre las fuerzas colectivas y sobre las debilidades. Pensaba al enemigo, no se conformaba con miradas simplistas o ingenuas. Y, mientras levantaba paredes y cruzaba baldíos, amaba y era amado, hijo de tantes compañeres, hermano, pareja, sensible a la escucha y a la palabra.
Qué profundo el encuentro de Darío y de Maxi, en 2002 y en nuestros corazones. Qué infinita su presencia en las paredes, en las remeras y en la historia de nuestro pueblo. Expresiones, como líneas de continuidad, que unen formas imprescindibles de estar en el mundo: la racional y la artística, la coherente y la discontinua, la que edifica barrios y la que dibuja sueños, la que inspira y la que identifica.
Darío y Maxi Presentes!!
Extracto y adaptación de “Memoria en el conurbano. No están solos”. Reconstrucción de la Masacre de Avellaneda y el legado de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.