En
 el año 2015 se hizo la primera marcha por el Ni Una Menos prácticamente
 en cada localidad de Argentina. En Bolsón llovía sin parar y hacía 
muchísimo frío; hasta parecía que el clima se había vuelto absolutamente
 patriarcal. Pero nos juntamos todas igual, con nuestros carteles, 
consignas, pañuelos, banderas, todo amarrado en el centímetro de piel 
que quedaba descubierto sin abrigo.
De
 esto pasaron ya 4 años y el Ni Una Menos se volvió marcha, 
organización, grupa en muchas localidades; se replicó en países 
latinoamericanos y se acompañó vía redes sociales en todo el mundo. 
Considera femicidios y transfemicidios, directos y vinculados: 308 en 
Argentina en el 2018, y al menos 76 en lo que va de este año.
¿Cómo
 puede ser? ¿Cómo, si venimos charlando tanto, si lo visibilizamos, si 
se crearon a través de políticas públicas organismos especialmente 
diseñados para visibilizar y acompañar situaciones de diversas 
violencias de género, para evitar llegar a esa muerte que por momentos 
parece ineludible?
¿Cómo?
 Porque vivimos en un mundo héteropatriarcal. ¿Qué es eso? Es un sistema
 social que establece dicotomías jerárquicas entre los únicos dos 
géneros que reconoce: varón y mujer. El varón vale más que la mujer, y 
el resto de los géneros ni siquiera es considerado, salvo como 
desviación, anormalidad, antinaturalidad o enfermedad. ¿Y lo hétero? Lo 
volvieron norma, conformando la héteronormatividad, la heterosexualidad 
como norma. De nuevo, lo que no es heterosexual, quien no es 
heterosexual, no es imaginado y, cuando lo es, aparece como desviación, 
anormalidad, antinaturalidad o enfermedad. No siempre. En el mejor de 
los casos, aparece (aparecemos) como minorías. ¿Minorías? Sí, minorías. 
Somos esos pocos casos que conformamos excepciones. Entonces, ¿para qué 
nombrarnos? Y todo esto termina de cocinarse gracias a otra cualidad de 
esta sociedad que habitamos: el androcentrismo. ¿Y esto qué es? Es la 
visión del mundo desde el varón. ¿’El’ varón? ¿Qué? ¿Acaso hay uno solo?
 No, pero es que no valen todos lo mismo. El varón que más vale en 
nuestra sociedad héteropatriarcal es blanco, heterosexual, de clase 
media o alta, joven, sin discapacidad aparente (de esto hablamos cuando 
decimos ‘debatir o repensar las masculinidades’). Capitalismo, 
colonialismo, patriarcado. Tres sistemas de opresión conjugados en lo 
más cotidiano que portamos: nuestros modos de ser, nuestras identidades.
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| Foto:www.t13.cl | 
No
 queremos más habitar este mundo héteropatriarcal. Queremos un mundo más
 equitativo, donde quepamos todes. No podemos ya seguir pensándonos 
desde una mirada androcéntrica, tampoco nombrándonos desde ese lugar. 
Quizás la 'e' no sea el único o mejor modo de expresarnos, pero es el 
que vamos encontrando por ahora. Quizás una marcha por año no elimine 
los asesinatos de nuestras compañeras, pero nos reúne, nos convoca, nos 
da fuerza, nos abraza. Nos da memoria. Nos ayuda a ir encontrando formas
 de concretar nuestros sueños y deseos, de ampliar nuestros derechos (no
 sólo los de las mujeres y personas trans, los de todes). Una vez, una 
remera grafiteada decía: “no lucho por mis derechos, yo lucho por mi 
libertad”. Y sí, por eso. Ni una mujer menos, ni una muerta más. Vivas y
 libres nos queremos.
 

 
 
