¿Cuántas veces fantaseamos con irnos a un lugar libre de los vicios clásicos de la vida urbana? Parece que hay espacios en este mundo donde es posible autoabastecerse y conseguir la paz interior. Un movimiento en todo el mundo ensaya la posibilidad: son las Ciudades en Transición.
Por Ana Claudia Rodríguez
Buenos Aires, 31 de julio de 2013 (INFOnews).- En las ciudades de mañana no habrá coches voladores ni marcianos verdes. Esas previsiones eran las de antes, ésas que no tenían en cuenta el declive de recursos naturales en el planeta ni el impacto del cambio climático. Hoy cuando hablamos de las urbes del futuro saltan por el aire otras palabras en el discurso. Otras como “sustentable”, “verde” o “ecológico”.
Y los conceptos nuevos no se los lleva el viento, sino que quedan anclados a la realidad con proyectos como el que inició Rob Hopkins en 2005, en Irlanda. En la pequeña localidad de Kinsale, este ambientalista inglés propuso experimentar el funcionamiento de una comunidad al margen del petróleo e instaurar la primera ciudad del Movimiento en Transición.
En la actualidad este movimiento, que desde hace menos de una década abandera una propuesta posible de metamorfosis social, está presente ya en cinco continentes.
Según previsiones, en unos 50 años el declive de este combustible fósil hará desaparecer la sociedad industrial tal y como la conocemos hasta ahora. Y por eso, dicen, es conveniente empezar a experimentar una vida en la que las fuentes de energía agotables nada tengan que ver con un viaje en micro, con un analgésico o con el arroz. El punto clave será el autoabastecimiento en términos energéticos y alimenticios.
De esta forma, cuando colapse el sistema (por la escasez de petróleo y la consecuente crisis económica, así como por los desastres ambientales), las nuevas ciudades ya deberán estar caminando. En el recorrido hasta su consolidación, habrán pasado por la fase de sensibilización: divulgar la problemática a través de debates sobre consumo energético, talleres en torno a las construcciones naturales o cursos que señalen los alimentos autóctonos del lugar, entre otros. Y también se habrán puesto en común las ideas novedosas para darles forma y empujarlas a su materialización.
En la actualidad este movimiento, que desde hace menos de una década abandera una propuesta posible de metamorfosis social, está presente ya en cinco continentes. Al inicio se propagó en el ámbito anglosajón (son ejemplos Totnes, Lews, Penwith o Bristol) y ahora son más de 350 las ciudades en transición que se reparten por todo el mundo, en países tan dispares como Brasil, Suecia, Yemen o Noruega. En la Argentina, también.
Aquí la zona se llama Comarca Andina del Paralelo 42
Reúne a la población de las provincias patagónicas de Río Negro y Chubut. Aglutina a 50.000 habitantes, aunque la masa crítica del movimiento está formada por unas 5.000 personas que se concentran en los núcleos más activos: El Bolsón, Lago Puelo, El Hoyo o Epuyén. Lo explica Horacio Drago, uno de los coordinadores de este proyecto, quien se remonta a los años ‘60 para explicar los orígenes de la comarca verde, que fue cuando “los hippies” pioneros desembarcaron en la zona. Querían retornar a la tierra, autoabastecerse y conseguir la paz interior.
Hoy en día, su herencia se respira en las calles de algunas de estas localidades patagónicas. Los malabares, los colores y los tarros de mermelada listos para vender. Y no sólo. Desde hace años muchos de sus habitantes llevan modificando sus hábitos al elegir verduras de temporada, el reciclado casero y el zurcido antes que la compra. Pequeños gestos donde se manifiesta una de las estrategias de la transición: que el cambio hacia lo local, hacia la reducción del uso de energía, empieza en cada hogar para luego generalizarse.
Además de los andares sobre dos ruedas (la bicisenda al frío), los espacios de trueque o los talleres de sensibilización –iniciativas que ya se despliegan en espacios comunes–, la Comarca Andina impulsa proyectos de mayor envergadura, como la gestación de un nuevo sistema monetario local, la formación de una cooperativa cerealera (quieren comprar un silo y un molino de harina para abastecer de grano a las familias de la zona), o la asociación para la comercialización directa de alimentos entre productores y consumidores locales. Su proyecto estrella es la construcción de una minicentral hidroeléctrica para, en el futuro, poder suministrar de energía cuando los combustibles fósiles no estén más. Preparan así su ciudad del futuro, justo como Charles Darwin garantizaba la supervivencia: ni siendo el más fuerte, ni el más inteligente, simplemente adaptándose a los cambios.
Fin de fiesta
Aparentemente, se terminó el pagar sin mirar el recibo, las vacaciones sin excepción y los guardarropas de actriz de Hollywood. Y es que el crecimiento económico tal y como lo conocemos hasta ahora ha llegado a su fin. Lo dicen a voces intelectuales de todo el mundo, como el escritor y periodista estadounidense Richard Heinberg en su libro “La fiesta ha terminado: Petróleo, guerra y el destino de las sociedades industriales (2003)”. “Durante los siglos XIX y XX el acceso a los combustibles fósiles abundantes y baratos favoreció una rápida expansión económica. Pero así como los organismos vivos dejan de crecer, las economías también deben hacerlo. El crecimiento tarde o temprano siempre topa con ciertas restricciones que no son negociables”.
Mientras se debaten los cimientos del capitalismo, los escépticos dudan de los sistemas alternativos que, como las ciudades en transición, quieren tomar el relevo en la configuración del nuevo orden. Los más críticos con el movimiento que plantea Hopkins destacan la falta de concreción de las propuestas (el entusiasmo no es suficiente para emprender un cambio de tal envergadura, apuntan), la lentitud con que progresan y, en caso de que el modelo sea exitoso, que llegue a consolidarse a tiempo para cuando el petróleo desaparezca del horizonte.
Víctor Bronstein, director del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad de la Argentina, incide también en el factor tiempo. Sostiene que las tecnologías necesarias que permiten prescindir del petróleo no estarán a punto durante, como mínimo, treinta años más (“Hoy las energías alternativas no mueven un amperímetro en la Argentina”, asegura). Y que, en todo caso, las transiciones energéticas suelen ser lentas, de un siglo de duración aproximadamente.
Esta tardanza en lo técnico imposibilita la substitución de los sistemas energéticos que actualmente mueven nuestra civilización: la electricidad, el combustible y la comida (los combustibles fósiles participan también de un sistema alimentario capaz de satisfacer a toda la humanidad gracias a su industrialización. Están presentes en pesticidas, fumigaciones, en los sistemas de riego, las maquinarias del campo y hasta en el transporte de la mercancía).
“Las ciudades en transición son válidas en ámbitos reducidos, pero no en grandes urbes, donde la necesidad energética se concentra. Por este motivo no sé si son compatibles con el capitalismo”, reconoce Bronstein. ¿Entonces, cuál es la solución cuando no haya más petróleo? Y el experto responde con otra pregunta: “¿Volver en la historia hacia atrás?”.
Nota publicada en la revista Cielos Argentinos.
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