Santa Fé (Ape).- Por Claudia Rafael
- Juan y Thiago correteaban por el super. Quizás uno de ellos se subía al carrito en ése que sería –cómo saberlo- el último de sus juegos. El otro, tal vez, desafiaría a unas escondidas entre las góndolas. La vida suele ser un instante y se diluye entre los dedos como una nada. A los 3 y a los 5 años, como tendrán ellos para siempre, la historia puede ser un arcoiris de risas y colores en el que zambullirse sin red. Y, definitivamente, esa vez no habría red que los retuviera.
Ellos dos, igual que Fedra Yáñez, con sus 18 años; Lorena Ockier, de 38; su esposo, Evans Carlos Aguilar, de 35; Carlos Arrigoni, que había cumplido 40 años e Ida Martínez, de 74 vieron apagarse sus vidas en el mismo y exacto cuadrilátero de muertes, entre las góndolas de la Cooperativa Obrera, en el Oeste profundo de Neuquén.
“Nosotros estamos acariciando a nuestros seres queridos en un papel por la negligencia de ustedes”, definió Juan Carlos, hermano de Evans Carlos Aguilar, mirando de lleno a los ojos del poder.
“Con pico y pala no íbamos a llegar nunca, acá se necesitaban rescatistas, gente especializada. La verdad es una vergüenza. Pensaron que a mí me iban a tener con un sanguchito, una gaseosa o con un colectivo para descansar. Yo no necesitaba eso, necesitaba sacar a la gente. Tardaron casi tres días para sacarlos. Si me dicen que era un súper enorme está bien pero no era un gran supermercado para que tardaran tres días", dijo la mamá de Juan y Thiago.
Siete muertes que se abrazan a tantas otras en la historia. Que fueron 51 en Once. Casi 200 en Cromañón. Son las crónicas anunciadas por la historia una y otra vez. Perversamente anunciadas.
Que dejan expuestos y al desnudo los ropajes vanos del poder hasta hacer doler los ojos y gastar la voz.
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“Es la desidia. Ellos avanzan con sus negocios inmobiliarios mientras como contraste, se ven las tremendas necesidades de otra gente. Es todo tan contradictorio… Por un lado, estos negociados que crecen sin control. Por otro, la política del gobierno de judicializar el reclamo. Esto pasa en el Oeste neuquino. Allí donde están los barrios más populosos, la mayoría de las familias trabajadoras. Es en el Oeste, en la zona más desértica, donde se van aglutinando los docentes, los estatales, los ceramistas, la gente de la construcción, los desocupados”, contó a APe desde Neuquén Raúl Godoy, dirigente ceramista de la Fasinpat (Fábrica Sin Patrones, ex Zanón).
Los contrastes suelen lastimar los ojos si se quiere ver. “Durante el rescate había que empujar las ambulancias para que arrancaran. Pero hace muy poco, se compraron 90 patrulleros 0 KM. Se acumula la desigualdad: todos los inviernos se mueren chicos en casillas incendiadas producto de la enorme precariedad y, a la vez, se multiplican los negociados con las grandes petroleras que son las que definen los rumbos”.
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“Siempre las mismas caras conocidas. Los mismos que reclamamos por otras muertes y ahora otra vez … Es sentir que siempre aportamos los muertos los del oeste del sistema. Es ver que la historia se repite una y otra vez. Es ver que hasta los protagonistas culpables son los mismos. Quiroga era intendente cuando fusilaron a Carlos. Se repiten los jueces. Se repiten los funcionarios. Las muertes sistemáticamente de un lado. Las impunidades sistemáticamente del otro. La marcha, que recorre las mismas calles. Los discursos…”.
Docente, militante, amiga y compañera del maestro Carlos Fuentealba, Liliana Papa reconstruye –en diálogo con APe- los dolores y las cicatrices que no cierran. No hay modo. “Mi primera muerte por acá fue la de la compañera docente Silvia Roggetti muerta por un hierro clavado en su ojo, en la escuela 197 de Neuquén capital. La escuela estaba en construcción y nadie, jamás pagó por esa muerte. En aquel momento pensé que era lo más terible que nos podía pasar. Luego fusilaron a mi amigo Carlos y sí… entonces había peores cosas. Despues del crimen de Carlos decíamos basta. Ya se habían caído techos en escuelas, habían ocurrido muertes individuales por aplastamiento en otras oportunidades, había habido un pedido de juicio al intendente Quiroga y ahora esto…”.
Una y otra vez repite: “no quiero acostumnbrarme, no quiero dejar de sentir bronca, no quiero permitirme que me hagan sentir como algo normal que mueran así. Que quieran quitarte la reacción de asombro y la respuesta contundente, la defensa aguerrida, la furia. El triunfo del sistema es cuando los que somos concientes no podemos reaccionar y defendernos. El triunfo del sistema es ver con claridad y no poder avanzar…”
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¿Dónde se cortan los hilos del poder? ¿Hasta dónde llegan los ojos de la sociedad cuando es hora de buscar responsabilidades? ¿En qué punto exacto de los eslabones de una cadena siniestra se produce el corte?
Néstor Guerrero tiene 52 años. Empresario. Constructor. Dueño de corralones ubicados en diferentes zonas de la provincia. Propietario de complejos hoteleros y de complejos inmobiliarios. Proveedor del Estado. Ex integrante de la secretaría de Obras Públicas durante la gobernación 1999-2003 de Jorge Sobisch. Y, según la investigación judicial, sería el dueño de la manzana entera en que está asentado el supermercado de la Cooperativa Obrera donde la muerte engulló a siete personas.
Juan Matías y Thiago correteaban entre las góndolas del super. Allí donde el Oeste de la ciudad marca el territorio. En el mismo sitio en que en la madrugada del 31 de mayo de 1999 un incendio devoraba estructuras metálicas, hacía desplomar un techo, destrozaba la mampostería.
Horacio Quiroga, intendente, deslinda responsabilidades. Presenta los trámites de regularización a los que se avino unos días antes Néstor Guerrero a pesar de que estaban planificados para obras ya terminadas. Jorge Sapag, gobernador, por su lado dice que fue “una tragedia evitable. Absolutamente evitable”. Y en devolución de favores, Quiroga le retrucó que en Neuquén capital la Casa de Gobierno y el hospital Castro Rendón, no figuran como obras declaradas.
Nadie, hasta la semana pasada, sabía. El Estado no sabía. El Estado no veía. El Estado se asombra y denuncia: “era una obra clandestina”.
Fedra tenía apenas 18 años. Iba a la escuela. Tenía sueños. Carlos Arrigoni era maestro, como el otro Carlos, al que acribillaron en la ruta. Evans y Lorena tenían un ramillete de hijos entre los dos.
Se arrinconan y tributan absurdamente más y más vidas. Que exponen al desnudo la perversidad de los negocios, que quitan el velo sobre las complicidades que avalan. Que cotizan con vidas en la bolsa del poder. Esta vez fueron siete vidas. Como en febrero fueron 51 y ocho años antes en República de Cromañón, 194.
Los Guerrero, los Quiroga, los Sapag, los Sobisch, los Schiavi, los Chabán, los Ibarra, los Cirigliano. Los de siempre. Los que abonan sus propias impunidades. Los que se reciclan. Los que sueltan manos y cortan hilos allí donde deben cortarse. Los que dejan solos de toda soledad a los nadies nuestros de cada día. A los que se transforman en cristos de quienes los recuerden, los lloren o los asuman como bandera. A los que hoy se convirtieron en caricia sobre el papel por la negligencia de “los ustedes” de siempre.
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